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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

La implausibilidad de la estrategia de los sustantivos bondadosos

Excepto discapacitados -- By María. A. Nelo B.

Pablo Echenique-Robba

En el último post de mi socio, tangencialmente al debate que allí se proponía (todos podemos convertirnos en discapacitados y muchos lo haremos), se abrió otro muy interesante y muy recurrente:

El asunto ése de las palabricas, como dicen por aquí por Zaragoza.

Gente a la que respeto mucho y con la que coincido en casi todos los planteamientos relativos a los derechos de los retrones, la vida digna e independiente, el papel del estado en todo esto, etc., resultan a la vez ser defensores incansables de algo que yo veo sinceramente irrelevante: La necesidad de cambiar el lenguaje usado actualmente para denominar a los retrones.

La existencia de estas personas que combinan, en mi opinión, el acierto con el error, así como la relevancia de este tema en muchos otros campos del cambio social y los derechos humanos, justifican sobradamente un debate sincero y riguroso. Dicho debate es, por fuerza, largo, y no puede ser desarrollado por una sola voz. Así que, en este post, me limitaré a hacer una introducción al mismo y a describir, modestamente, mi posición; animando a todo retrón y bípedo a que se una a la fiesta en los comentarios.

Centrándome en un ejemplo representativo del fenómeno que nos interesa, uno de los movimientos de retrones de los que más he aprendido y con los cuales en mayor medida coincido es el denominado Foro de Vida Independiente y Divertad (FVID). Desde allí, y como se puede comprobar en su web, se insiste mucho en que no se llame a la retronez “minusvalía”, “discapacidad”, “invalidez” o “condición de tullido”, sino “diversidad funcional”; de modo que un retrón viene a ser un “diverso funcional”.

Hay dos puntos importantes aquí:

  • El acuñamiento de nuevos vocablos.
  • La insistencia en el uso de los mismos.

No seré yo quien censure el primero de estos dos actos, formando parte de un blog titulado “De retrones y de hombres” y que exclama, en su descripción:

No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Pienso que acuñar un nuevo vocablo es uno de los muchísimos instrumentos argumentales de los cuales uno dispone para justificar una conclusión o hacer ver un punto de vista concreto. Además, es un instrumento creativo, interesante y muchas veces divertido.

Insistir todo el tiempo en que se use el nuevo vocablo es otro tema.

Por un lado, el mecanismo mediante el cual una nueva palabra es adoptada por la población general es aún misterioso y aleatorio. Uno podría imaginar una serie de requisitos que la palabra ha de cumplir para que la gente decida usarla, como por ejemplo la especificidad, la economía, la precisión o la estética, pero luego aparece “torpedo sesual” o “fistro” y hay que comerse la tesis en etimología comparada con ketchup y sal. En cualquier caso, dudo que exista un sólo caso en la historia de la humanidad en el cual una nueva palabra haya sido adoptada a causa de la diligente insistencia de una minoría social.

Aunque olvidemos esta dificultad por un momento y pensemos que es posible la consecución de tal hito, detrás de la insistencia y de todo el esfuerzo que eso seguramente nos va a requerir más vale que haya un buen motivo.

Por lo que he leído y a la vista de los comentarios que solemos recibir en este blog, se me ocurren dos posibles motivos detrás de la insistencia en el uso los nuevos vocablos:

  • Los sentimientos.
  • La estrategia.

El primero de estos motivos consiste básicamente en la admisión de que, cuando alguien manifiesta que sus sentimientos han sido heridos por cualquier acto (la pronunciación de una palabra en este caso), todos los demás debemos hacer lo posible por 1. pedir perdón sinceramente y 2. no volver a repetir ese acto en el futuro. Aplicado a este caso, si un retrón, o un grupo de ellos, se siente ofendido por haber sido llamado “discapacitado” y manifiesta su emotivo deseo de que refieran a él como “diverso funcional”, los demás estamos obligados a tener en cuenta sus sentimientos y actuar en consecuencia.

Mi posición respecto de este motivo es... lo siento, pero no.

En primer lugar, los sentimientos dependen de la persona. Así que, mientras el retrón Juanito se siente herido en lo más tierno de su corazón cuando lo llamamos “discapacitado”, quizás a la retrona Pepita le resulta paternalista, condescendiente, y por tanto ofensivo, que la llamemos “diversa funcional”. Si tengo que escribir un texto que pueden leer tanto Juanito como Pepita y me siento obligado a tener en cuenta los sentimientos de los dos, me veo de repente inmerso en una paradoja espacio-temporal irresoluble. Multipliquemos esto por los variopintos sentimientos de los millones de discapacitados diversos del mundo y no podemos abrir la boca ni para llorar siquiera.

Además de depender de la persona, los sentimientos también dependen del tiempo. Como bien explica Javier Marías en este artículo, si los consideramos seriamente como motivo de censura de vocablos, corremos el riesgo de entrar en un ciclo infinito de renovación sentimental eufemística. En 1970 nos dolía la palabra “tullido”, así que la cambiamos por “discapacitado”. En 2013, “discapacitado” nos ofendía, así que acuñamos “diverso funcional”. En 2030, “diverso funcional” nos resultó anticuada y paternalista, además, todo el mundo funciona de un modo diverso, así que la sustituimos por “humano como cualquier otro”, o HCCO. En 2060, pensamos que el propio hecho de llamar a alguien HCCO sugería implícitamente que no era de hecho “como cualquier otro”, así que se prohibió todo vocablo que se refiriese a un retrón. Las leyes, entonces, en vez de palabras, empezaron a utilizar fotos.

Todo esto de los sentimientos heridos es muy cansado, nos hace perder mucho tiempo, y como bien saben los niños, vale para intentar conseguir cualquier cosa. Incluso, si nos lo proponemos, tonterías que no hacen bien a nadie. Una cosa y también la contraria. La posibilidad de herir los sentimientos de alguien siempre va a existir, pero no podemos dejar que paralice el debate, destruya el lenguaje, consuma las energías y se convierta en una carta blanca para que cualquier desconocido nos diga lo que tenemos que hacer o decir.

A la mayoría de los adultos que yo conozco es muy difícil herirles los sentimientos, a menos que les claves un puñal hecho de metal, y no uno hecho de letras. ¿Cómo llegar a este punto personal? Quizás mediante el humor, como sugiero en uno de mis primeros posts aquí.

Corriendo el riesgo de herir los sentimientos de algún lector que sienta en lo más hondo de su ser que estoy zanjando con demasiada velocidad un tema que es muy querido para él, pasemos al segundo motivo por el cual mis amigos del Foro de Vida Independiente y Divertad (FVID) puede ser que estén insistiendo tanto en que digamos “diverso funcional” y no “discapacitado”: el motivo estratégico.

Como explicó Maika muy bien el los comentarios del último post de mi socio, y como también ilustra muy bien mi amigo y referente ideológico en muchos aspectos Javier Romañach, en este post con el que contesta al de Javier Marías, un motivo mucho más evolucionado que el de los sentimientos heridos, se basa en la hipótesis de que, cambiando el lenguaje, cambiaremos la mirada; cambiando la mirada, cambiaremos el pensamiento; cambiando el pensamiento, cambiaremos las actitudes y las leyes; y cambiando éstas, cambiaremos la sociedad.

Pongo hipótesis en negrita precisamente porque ésa es mi crítica: no me parece algo comprobado y no me lo creo.

En la siguiente charla de TED, el conferenciante, Ron Finley, que dirige una guerrilla que cultiva comida sana en las calles de Los Angeles, empieza diciendo:

Vivo en South Central (un barrio pobre de L.A.). Esto es South Central (dice, mientras va enseñando fotos): tiendas de alcohol, comida rápida, solares vacíos.

Así que los planificadores urbanos se juntan y deciden un plan para cambiar el nombre “South Central” para que represente algo distinto. Eligen cambiarlo por “South Los Angeles”, como si esto fuese a cambiar lo que funciona mal en la ciudad.

Esto es South Los Angeles (dice mientras enseña exactamente las mismas fotos que antes y el público se echa a reir): tiendas de alcohol, comida rápida, solares vacíos.

Hay muchas ideas implícitas aquí y todas afectan a mi desconfianza respecto de la hipótesis de Maika, de Javier y del Foro de Vida Independiente y Divertad (FVID):

En primer lugar, tenemos la objeción más obvia, la distinción entre palabras y hechos.

Esto es un discapacitado pobre en una residencia:

Esto es un diverso funcional pobre en una residencia:

No creo que ninguna de las personas que defiende el uso de la denominación “diverso funcional” no se haya dado cuenta de esta distinción. Entiendo que no nos están intentando convencer de que, al cambiar el nombre de algo, aquello cambia su realidad material inmediatamente. Entiendo que sostienen que el cambio en el nombre tiene efectos en la realidad de un modo más lento. Aún asumiendo que esto fuese así, si no tuviésemos mucho tiempo, muchos recursos o mucha cuota de atención en los medios, ¿es mejor centrarnos en algo lento e inseguro o en algo rápido y tangible?

Ron también demuestra en su charla cómo las autoridades pueden muy bien preferir un cambio de nombre (algo muy barato) en vez de una solución más cara. Esta posibilidad, apuntada también por Antonio Orejudo, y muy relacionada con el tema del apoyo retórico, del que ya hablamos en este blog, debería al menos intranquilizarnos un poco:

En el Consejo de Ministros de hoy se ha acordado promover la denominación de “diverso funcional” en lugar de “discapacitado”, lo cual demuestra la inquebrantable voluntad del Ejecutivo de avanzar los derechos del colectivo. En cuanto al presupuesto de la Ley de Dependencia, debido al contexto actual de crisis económica, nos hemos visto a recortarlo por tercer año consecutivo.

Finalmente, y como digo, el punto más importante para mí, creo que la risa del público proviene en parte de que intuyen lo mismo que intuyo yo: que nunca se ha cambiado una realidad cambiándole el nombre. Que ésa es una creencia muy naif, y por tanto digna de echarse unas risas a su costa.

Hay otros puntos que también me mosquean, aunque concedo que puede ser que sean secundarios.

Por ejemplo, no entiendo muy bien esa fijación por el sujeto, cuando lo que suele importar (al menos en el nivel verbal) es el predicado. Compárese:

Los diversos funcionales son un gasto insostenible para la sociedad y habría que eutanasiarlos a todos.

con:

Los tullidos son guapos, inteligentes y sexualmente muy atractivos. Por ello, y por muchas más cosas, vamos a garantizar una vida independiente y digna para todos los tullidos con las apropiadas partidas presupuestarias.

Quizás alguien me diga, como argumentó Maika en los comentarios del post de mi socio, que alguien que usa “diverso funcional” nunca pronunciaría la primera frase, y alguien que usa “tullido” nunca diría la segunda. Mi conocimiento de la florida variedad humana no es tan grande como para afirmar tal cosa, así que ahí dejo la distinción entre sujeto y predicado, y le recuerdo al lector las muchas cosas que hemos visto en política que pensábamos que nunca íbamos a ver (búsquese “Esperanza Aguirre” en gúguel).

En cualquier caso, y cerrando ya esta larga introducción, reitero que mi principal objeción al motivo estratégico es que no me lo creo.

No me creo que un cambio en la denominación de un colectivo vaya a contribuir sustancialmente a cambiar los derechos del mismo y mucho menos que la primera cosa sea absolutamente necesaria para conseguir la segunda. Por poner un ejemplo muy obvio, las mujeres se llamaban “mujeres” en el Siglo XVIII y también se llaman “mujeres” en 2013. Compárense sus derechos de entonces y los de ahora.

No he visto ni un sólo caso creíble de la creencia de que cambiar los sustantivos cambia la sociedad. Así que mi sentido común me impide considerarlo una hipótesis seria. Por supuesto, si alguien me enseña un caso en el que esto haya sido comprobado, cambiaré de opinión encantado, y me pondré a buscar nuevos modos de decir “retrón”.

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