Veintiséis años han pasado desde que las Naciones Unidas declararon el 3 de diciembre como Día Internacional de la Discapacidad. Mirando atrás parecen muchos, pero apenas es una generación. Son un puñado de años de reivindicaciones, de luchas, lemas, buenos propósitos y algunos frutos. ¿Muchos, pocos, suficientes? Rotundamente no. Las personas con discapacidad aún tenemos que batallar a diario para cuestiones bastante básicas. Por un lado, transita la teoría y, por otro, la práctica. Se teoriza demasiado.
Avances en legislación. Si un alienígena aterrizara en cualquier país de los llamados desarrollados y solo tuviera acceso a nuestros marcos legislativos, se llevaría una idea equivocada de la realidad. 160 países suscribieron la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad y la agenda 2030 no quiso dejar a nadie atrás, como sí ocurrió con los Objetivos del Milenio. Pasos relevantes, que aún planean en la esfera desiderativa más que en la concreta. Pero probablemente necesarios para combatir la ignorancia que aún se tiene acerca de la discapacidad.
Este 2018 el día se ha celebrado con el lema “Empoderar a las personas con discapacidad y garantizar su integración e igualdad” con el objetivo de asegurar un desarrollo sostenible, inclusivo e igualitario“. Casi ”se me hace bola“.
Entresaco algunos lemas de jornadas anteriores:
1999: “Accesibilidad para todos en el nuevo milenio”.
2000: “Tecnologías de la información al alcance de todos”.
2001: “Participación e igualdad plenas. Necesidad de nuevos métodos para evaluar los progresos y los resultados”.
2002: “Vida independiente y medios de vida sostenibles”.
2003: “Nuestra propia voz”.
2004: “Nada que nos afecte sin contar con nosotros”.
2005: “Los derechos de las personas con discapacidad. Acción para el desarrollo”.
2007: “Trabajo decente para las personas con discapacidad”.
2015: “Mantener la promesa: incorporar la discapacidad a los objetivos de desarrollo del milenio hacia 2015 y más allá”. Con este se superaron.
Lemas que juntos suenan vacíos. Se repiten tanto que se sienten huecos. Son palabras que, a fuerza de repetirlas, las estamos interiorizando de mentirijilla.
Lemas que nos seducen como un luminoso en lo alto de un edificio, que, al rayar el día, se apaga. Exceso de marketing para la minoría más amplia del mundo: una de cada siete personas tiene discapacidad. Mil millones en total.