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¿Por qué seguimos enviando sondas a Marte?

La superficie de Marte con los grandes cañones de los Valles Marineris

Teguayco Pinto

“Que Marte está habitado por seres de una u otra clase es algo tan cierto como incierto es lo que estos seres pueden ser”. A finales del siglo XIX, el astrónomo estadounidense Percival Lowell aseguró que los canales que se habían observado en la superficie de Marte eran de origen artificial y, por tanto, demostraban la existencia de vida inteligente fuera de la Tierra. Aquellas especulaciones nunca fueron demostradas, pero dispararon el interés de la humanidad en el planeta rojo. Aún así, tuvo que pasar más de medio siglo hasta que una nave pasó lo suficientemente cerca de Marte para hacer las primeras fotos. Desde entonces, se han enviado más de 40 misiones diferentes, de las que más de la mitad han fracasado. La última, la sonda InSight, aterrizó hace apenas unos días sobre la superficie marciana para obtener datos de su interior.

Hablamos con varios astrofísicos españoles que tratan de responder a la pregunta de por qué seguimos enviando sondas a Marte. Qué es lo que nos falta por conocer y cuál es el objetivo último, si lo hay, de este continuo esfuerzo por explorar a uno de nuestros vecinos más cercanos.

En busca de nuevas formas de vida

“Saber si estamos solos en el universo es una de las grandes preguntas que se ha hecho siempre la humanidad y por el hecho de poder responderla merece la pena el esfuerzo”. Para la investigadora del Departamento de Planetología y Habitabilidad del Centro de Astrobiología, Olga Prieto, uno de los principales objetivos de la exploración marciana es, sin duda, la posible presencia de vida.

Las continuas misiones que se han realizado en los últimos años están justificadas, según Prieto, por la variedad de zonas que hay que explorar para conseguir este objetivo. “Hemos caracterizado algunas zonas del planeta y a nivel global tenemos bastante información sobre cómo es, pero tenemos poca información sobre su habitabilidad o si pudo o puede albergar vida”, explica. Así que “tenemos que seguir explorando, especialmente las zonas que tienen más potencial”.

El problema es que algunas de las áreas con mayor potencial son de difícil acceso y la mayoría de las naves de exploración no podían aterrizar en ellas, algo que ha cambiado en los últimos años, según Agustín Sánchez, director del Grupo de Ciencias Planetarias de la Universidad del País Vasco. “La tecnología va avanzando y cada vez enviamos robots más sofisticados que son capaces de hacer más cosas en Marte”. 

Dos de esos robots son el Marte 2020 y el ExoMars, que está siendo desarrollados por la NASA y la ESA respectivamente. El primero aterrizará a finales de 2020 en el cráter Jezero, una zona que en el pasado albergó un lago, mientras que el europeo aterrizará en uno de los canales de la superficie marciana. Ambas son zonas que han contenido agua y que aún pueden esconder restos de vida. “Ahora ya tenemos tecnología para controlar la nave en el descenso y dejarla en estos puntos a los que antes no podíamos ir”, afirma Sánchez.

Para este catedrático de astrofísica, encontrar nuevas formas de vida o pruebas de su existencia pasada también es uno de los principales motores de la exploración marciana. “Sería el mayor descubrimiento científico de la historia de la humanidad”, afirma con rotundidad. Además, si las formas de vida descubiertas fueran diferentes a las de la Tierra, “las posibilidades que se abrirían para la biomedicina es algo que ahora mismo no podemos ni vislumbrar” y “ya con eso está justificado todo lo que se está haciendo en Marte”.

Un laboratorio natural para comprender la Tierra

Sin embargo, no todos los investigadores piensan igual. Según Javier Ruiz, codirector grupo de geodinámica planetaria de la Universidad Complutense de Madrid, “la presencia de vida es la razón que le llama la atención al público general, pero para muchos científicos ese no es el gran motivo, sino que estamos más centrados en intentar comprender el planeta en sí y cómo ha evolucionado”, unos conocimientos que servirán para comprender mejor la evolución de nuestro propio planeta.

Durante las últimas décadas, el ser humano ha enviado decenas de misiones al planeta rojo, cada una de ellas con características particulares. Las naves orbitales han permitido estudiar la geología o la atmósfera de Marte con alta resolución, los vehículos autónomos han analizado su superficie y la última misión, la sonda InSight, está diseñada para explorar el interior del planeta. “Aunque parezca mentira, tenemos muchas incógnitas sobre el funcionamiento interior de la Tierra, así que la comparación con otros planetas es algo que nos ayuda mucho”, explica Ruiz.

Pero no solo la dinámica interna, también “el análisis de las atmósferas de otros planetas es algo que nos ayuda a comprender mejor nuestra propia meteorología”, afirma Sánchez. “Podemos estudiar el efecto invernadero, que tanto nos preocupa, o los enormes vórtices que hay en los polos y compararlo con el que hay sobre la Antártida, que es tan importante para el agujero de la capa de ozono”. Al final, concluye este investigador, “los planetas son laboratorios naturales en los que podemos estudiar fenómenos que no podemos reproducir aquí”.

El riesgo de contaminación biológica en Marte

Pero la posible existencia de vida en Marte o en cualquiera de los otros cuerpos del sistema solar, como las lunas Encélado o Europa, de Saturno y Júpiter respectivamente, eclipsan casi cualquier otro objetivo e incluso generan algunos debates sobre los conflictos éticos de enviar naves que puedan poner en riesgo la vida de estos lugares. “Al enviar una nave a la superficie de un planeta puedes mandar microbios y esto puede tener un impacto en la vida, si la hay, de ese planeta”, explica Ruiz.

Esta preocupación no es nueva. Ya a principios de los 60 la NASA comenzó a plantear la necesidad de esterilizar las naves espaciales y en la actualidad es algo que está muy presente. “Cada día se van aplicando más protocolos y las naves son sometidas a controles para evitar una contaminación accidental”, explica Ruiz. Además, cualquier forma de vida terrestre que resistiese los protocolos de esterilización aplicados en tierra y lograse colarse en una nave, tendría muy difícil sobrevivir al viaje de medio año desde la Tierra hasta Marte.

Sin embargo, el riesgo de contaminación biológica sería real y prácticamente inevitable si enviamos exploradores humanos. Según el catedrático de astronomía de la Universidad Vanderbilt, David Weintraub, “si el planeta rojo es estéril la presencia humana no supondría ningún dilema moral o ético en este ámbito. Pero si hay vida en Marte existiría también la posibilidad de que los exploradores humanos provocasen fácilmente la extinción de cualquier forma de actividad”.

Para este astrofísico, las misiones que se están llevando a cabo para obtener pruebas de cualquier vida pasada o presente en Marte suponen un paso previo “crucial” antes de enviar futuras misiones que incluyan presencia humana. “Lo que descubramos podría influir en nuestra decisión colectiva sobre enviar colonizadores o no”.

La terraformación de Marte es ciencia ficción 

La mera posibilidad de que el ser humano llegue a pisar el planeta rojo e incluso a establecerse de algún modo es algo que ha rondado la mente del ser humano desde hace décadas. Sánchez afirma que “tenemos una tendencia a explorar y acabaremos saliendo de la Tierra tarde o temprano para explorar otros mundos”, pero advierte de que para ello “es necesario conocer y caracterizar muy bien estos planetas”.

Sin embargo, ir más allá de la mera exploración y pensar en colonizar en el planeta rojo es tremendamente complejo y Sánchez asegura que la idea de la terraformación (transformar un planeta en algo habitable tipo la Tierra) es “simplemente ciencia ficción”.

La posición de Ruiz es aún más crítica con esta opción y, a pesar de que la considera “imposible a día de hoy”, asegura que no son pocos los científicos planetarios que “no quieren ni oír hablar de terraformación”. Según este investigador, “igual que queremos conservar la vida de los ecosistemas terrestres, creando reservas y parques naturales, deberíamos pensar lo mismo para a otros planetas”. Al final, concluye Ruiz, “lo que debemos hacer es centrarnos en proteger la Tierra y dejar de pensar en colonizar otros mundos”.

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