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España intenta desmarcarse de los confinamientos de Europa manteniendo la curva a una velocidad estable

Un paciente de coronavirus ingresado en la UCI del Hospital 12 de Octubre de Madrid

Belén Remacha / Marta Borraz / Raúl Sánchez

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España se desmarca de Francia, Inglaterra, Italia y Portugal y rechaza por ahora los confinamientos domiciliarios. Esos países –en todo su territorio o en parte de él– han tomado estos últimos días esa vía, una estrategia muy similar a la de marzo, ante el aumento de contagios. Aquí, el ministro de Sanidad pide “margen” para ver si otras actuaciones menos duras, como el toque de queda, surten efecto. Ya han pasado los días de verano en los que España lideraba todos los rankings: aunque nuestras cifras de incidencia acumulada (596,6 casos por 100.000 habitantes, según el ECDC) siguen siendo muy graves, ya las superan Francia (812,2), Bélgica (1575.7), República Checa (1585.8), Holanda (740.2), Polonia (663,6) y varios más; otros tantos se acercan, como Reino Unido (469,2), Italia (595) y Portugal (504,1). Alguno aún guarda distancia, como Alemania (259) y Suecia (317,1). Pero hay otra diferencia importante: el ritmo de crecimiento de casos –siempre previos a que también crezcan las hospitalizaciones– en España es bastante menor que muchos de los países que han tomado medidas drásticas recientemente.


Así se ha disparado la curva de casos en los principales países de Europa

Evolución del número de nuevos casos diarios confirmados en cada día. Se muestra el promedio de los últimos 7 días

Fuente: Johns Hopkins


Si nos fijamos en los últimos 14 días y solo en los contagios, en gran parte del continente las curvas son prácticamente verticales. Han pasado en muy poco tiempo de no tener apenas casos a cifras muy altas. En Italia, Alemania, Suiza o Polonia se han registrado subidas de más del 100% en las últimas dos semanas, con datos de la Universidad Johns Hopkins. En Suecia, del 214%. La gráfica de Portugal está al 77% y la de Francia, donde también empezó la segunda ola antes que el resto, al 68% En España se mantiene en un crecimiento continuado pero más sostenido desde verano: en los últimos 14 días ha sido del 39%. Lo que algunos especialistas han llamado “una meseta inestable”. El grado de la pendiente sí es menor en Reino Unido, del 15%.

Fernando Simón, ejerciendo de portavoz del Ministerio de Sanidad, lo resumía así: “Estamos en una situación similar a ellos, tan mala como la de los países europeos, pero vamos más despacio”. Él decía que un “confinamiento estricto” podría más o menos controlar las cosas, pero es una medida de mucho impacto social que confía en que “no llegue a ser necesaria”. Lo cree así porque además lo que hacen en otros países no lo considera tan distinto a lo que se plantea en España –varias comunidades han incluso cerrado la hostelería– y también porque “todavía llevamos un periodo en el que sí que se observa una cierta estabilización. Aunque todavía es demasiado breve para valorarlo correctamente”. El ministro Salvador Illa pedía explícitamente un margen de al menos “dos o tres semanas”, antes no veía procedente tomar decisiones drásticas parecidas a las de primavera.

Esa es la posición oficial de Sanidad. Entre los expertos hay disparidad, algunos les dan más la razón y otros menos. Daniel López Acuña, ex director de Acción Sanitaria de la OMS y asesor en Asturias, es más bien de los segundos. Considera la situación en la mayor parte de España ya “inmanejable” mirando la presión de las UCI, y seguir confiando en salir adelante sin un confinamiento domiciliario –“con uno corto, de entre dos y cuatro semanas, conseguiríamos muchas cosas”– es para él “tapar el sol con un dedo”. “No podemos esperar ni pedir templanza con 200 muertos al día”, añade. Le parece que es normal que los distintos países imiten decisiones entre sí, a pesar de las distintas coyunturas: “Es lógico que se trate de mirar al vecino para ver por dónde se camina. El tema está en saber actuar a tiempo y tomar decisiones anticipatorias”, como ha hecho, en su opinión, Asturias. “Aunque todo esto revela también cierta incoordinación europea”.

Pedro Gullón, miembro de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), es más de los primeros: consciente de que el confinamiento domiciliario es una medida socialmente “muy dura”, da espacio para que “se intente ver si algunas de las medidas actuales, que también son duras sobre todo en lo económico, funcionan, si son capaces de disminuir la velocidad de contagios y sostienen un equilibrio. Luego veremos por cuánto tiempo”. “Llegar al confinamiento domiciliario es un fracaso”, recuerda, “pero es normal que, en un escenario de tanta incertidumbre, mucha gente se aferre a él. Es lo único que hemos probado y ha funcionado”. Gullón cuestiona asimismo que haya demasiada diferencia epidemiológica entre lo que hace Francia, que permite trabajar y las escuelas abiertas, y lo que hacen por ejemplo Catalunya, Asturias y Euskadi, con bares y restaurantes clausurados y toque de queda a las 22:00.



Fijarse en muchos indicadores

Gullón, a la hora de fijarse en lo que hace Europa, invita a ir más allá de los indicadores típicos, precisamente a la velocidad de la curva. Lo mismo que ha podido hacer reaccionar a Francia ha pasado en algunos lugares de España, comenta: “No solo podemos hablar de números absolutos. De hecho, si Asturias se ha asustado, y es normal, es porque ha tenido un crecimiento muy masivo y repentino en una población con determinadas características de riesgos. No encontramos a todas las comunidades en esa situación”. Por eso defiende que quizá lo de ahora funciona sin ir a mucho más: “Es pronto para cantar victoria porque quizá todavía no cambia la tendencia, pero en Catalunya tras dos semanas de cierre de bares parece que la velocidad disminuye. Esto es positivo. Madrid no llega a doblegar, pero sí parece estable. No están las cosas bien, pero ya es algo”.

Elena Martínez, epidemióloga y recién nombrada presidenta de la SEE apunta igual la dificultad de las comparaciones entre países, en parte debido a que las estrategias diagnósticas no son iguales. De nuevo señala “las diferencias” de velocidades a las que está subiendo la curva, y sugiere que las subidas tan drásticas pueden deberse a un infradiagnóstico anterior. Francia, por ejemplo, “sabemos que diagnosticaba solo a nivel hospitalario. Eso implica que hay casos que no ves y llega un momento en que se descontrola y el aumento se hace exponencial. Esa curva se parece más a la que tuvimos en marzo”. La epidemióloga defiende atender a la dinámica de ascenso y “tener en cuenta muchos factores”. Es decir, la suma de varias cosas: “Que aumente tan drásticamente o con una pendiente muy exponencial junto a una enorme velocidad de ocupación hospitalaria, que es lo que está pasando en algunos países, implica que si no lo paras, se te satura el sistema” y es entonces cuando “necesitas medidas más radicales”.

“Por un lado hay miedo de implementar medidas antes de tiempo o con un mayor impacto del necesario –sin que exista un umbral que te lo permita saber–, pero por otro, hay miedo de salir en la foto como aquella persona que no se mueve mientras el resto están tomando decisiones. A veces podrá tener sentido imitar una medida, pero otras veces no”, reflexiona Mario Fontán, residente de Medicina Preventiva y expresidente de la plataforma Ares –que aglutina a varios colegas–. “Hay otros países de Europa que han tenido un crecimiento rápido e inesperado que han confinado por miedo a que se descontrolara. Nuestro crecimiento está siendo algo más lento, sin decirlo como algo positivo”, sintetiza. De todos modos “una estrategia de mitigación no debe ir nunca únicamente a controlar la velocidad”. Eso solo evita un “colapso rápido” pero luego, en algún momento, se necesita igual bajar la curva para que no vaya a más.

Fontán es de la tendencia de Gullón, porque pide igual un equilibrio entre las medidas sociales y las encaminadas a detener al SARS-CoV-2. “Llevamos un mes de octubre implementando distintas medidas que aún no se ha tenido el tiempo suficiente para ver si tienen impacto”, añadía, por lo que, “si tenemos en cuenta los plazos de esta patología”, hasta 14 días podría ser razonable esperar a ver los efectos –el ministro dijo algo más, tres semanas–.  “Esto no quiere decir que si el incremento llega a unos niveles preocupantes puedas verte obligado a tomar más medidas antes de esperar a ver el impacto de las anteriores para evitar llegar a situaciones límites”, matiza Fontán.

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