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La pesadilla de pedir un contrato público para investigar en España

Investigadores toman muestras en el interior de una cueva.

Daniel Sánchez Caballero

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Unas 25 horas, con un rato para dormir entre medias, le costó a María registrar su solicitud para la convocatoria de contratos Ramón y Cajal que ofrece la Agencia Estatal de Investigación Española. Jose echó una noche entera en vela y ni siquiera consiguió acabar. Calcula que en total ha empleado 17 horas en la tarea. Mari Luz le dedicó cuatro días, incluido un fin de semana entero de sol a sol. Y luego, de propina, el sistema se cayó el último día, para desesperación de muchos aspirantes.

Los investigadores están hartos. El sistema para optar a las convocatorias de ayudas o contratos públicos para investigar es una pesadilla burocrática, explican, que les quita decenas (¿centenares?) de horas al año de su tiempo libre. El problema, ilustra Jose Brox, de la Federación de Jóvenes Investigadoras Precarias, es que no existe ni un sistema centralizado que aúne todas las convocatorias públicas ni una manera unificada de introducir el currículum y los méritos en las solicitudes. “Tienes las convocatorias del Ministerio, las universidades, los organismos públicos de investigación, cualquier grupo que tenga un proyecto de investigación y dinero para contratar...”, enumera.

Y cada una con sus propios formatos o exigencias para presentar las solicitudes, añade Mari Luz Gurrea, investigadora postdoctoral en la Junta de Andalucía, por lo que hay que rellenar las convocatorias a mano cada vez. Se detallan las fuentes, el interlineado, la longitud de los currículums... “Para cada convocatoria tienes que hacer un plan distinto, un currículum específico, una memoria adaptada... Nos consume mucho tiempo libre, porque mi trabajo no se detiene para que yo eche la Ramón y Cajal, no me dan dos días”, cuenta. Y de ahí las noches en vela o los fines de semana perdidos.

Y esto cuando todo funciona bien. No siempre pasa. Más aún, es relativamente corriente que las solicitudes den errores o se saturen porque los investigadores tienden a apurar los plazos de las convocatorias. Acaba de suceder esta semana pasada con la de los contratos Ramón y Cajal, entre los más prestigiosos (y mejor dotados) que ofrece el Ministerio de Ciencia. El martes por la mañana, a pocas horas del cierre del plazo a las 14 horas, la web dejó de funcionar y no registraba las solicitudes.

“Estás en el último paso, en el momento de firmar y enviar, y da error”, cuenta Brox su experiencia. “Imagínate el estrés que pasas conforme se van acercando las dos. Que la próxima convocatoria no sale hasta dentro de un año y tu vida pende de un hilo. Puedes perder un año entero, o puede que sea tu última oportunidad para presentarte porque se te pasa el plazo [porque las ayudas públicas normalmente se pueden pedir durante x años después de haberse doctorado, según las convocatorias]”, explica.

A María (prefiere no identificarse) el certificado digital le estaba dando un error y tampoco le dejaba registrar su solicitud. Era lunes, el plazo menguaba y su ansiedad crecía. Sin margen de maniobra, la única oficina de la administración que encontró con citas a tiempo para resolver el problema con el certificado estaba a 540 kilómetros de su casa. Se apuntó para ir. “Al final se alinearon los astros y lo conseguí resolver y firmar el lunes por la noche”, relata. El precio a pagar fue perder todo el lunes de trabajo y comprometer el del martes, que dependía en parte de lo que hiciera el lunes.

“¿Por qué hay que meterlo cada vez?”

Situaciones como estas, cuentan los afectados, se dan habitualmente. En el caso de los contratos Ramón y Cajal la Agencia Estatal de Investigación reaccionó bien, valoran los aspirantes, y prorrogó el plazo dos días después de subsanar el error de la página web. Pero, más allá de fallos puntuales, el problema es estructural, sostienen los investigadores, porque no existe un sistema común.

“Debería haber una base de datos en la que se registren los méritos, se queden ahí y cuando haya una convocatoria puedan consultarlos directamente”, reflexiona Mari Luz Cádiz. “Entiendo que las memorias [específicas para cada convocatoria] haya que hacerlas cada vez, pero ¿y el currículum? ¿Por qué hay que meterlo cada vez?”.

Porque de hecho existir existe un sistema que vendría a ser un formato universal, el llamado Curriculum Vitae Normalizado (CVN), que se puede subir a una web del ministerio. Pero luego no acaba de ser operativo, según los investigadores. “Es un rollo. Aunque te permite ir rellenando el currículum y el día que lo necesites sacarlo de ahí, es demasiado rígido”, explica Brox. “Y si yo me hago un CVN me salen, literal, 90 páginas”.

Y eso no es operativo porque las convocatorias normalmente piden una versión reducida. El CVN te permite sacar una versión abreviada (CVA), “pero es discutible cómo la hace la herramienta”, dice Brox. A Cádiz Gurrea cada vez que lo intenta descargar le da problemas: “¿De qué sirve tener plataformas así?”.

Además, el proceso hay que realizarlo para cada convocatoria. Y es muy común en el sector presentarse a varias convocatorias cada año. Mari Luz calcula que en tres años habrá echado “unas 30 cosas distintas entre plazas de universidad, becas, contratos públicos y privados, regionales, nacionales e internacionales. Ni sabría contabilizar las horas. Y eso que a mí la informática se me da medio bien, pero si encima te peleas... no tiene sentido alguno”. Brox no tantas porque tiene un objetivo claro por motivos personales que pasa por Valladolid, pero aún así le salen cuatro o cinco al año en los últimos dos años.

Una convocatoria, cuatro formatos

En esta convocatoria de las ayudas Ramón y Cajal un investigador explicaba que había que subir el currículo en cuatro formatos: resumen para CVA, trayectoria desarrollada, resumen de trayectoria, y otro resumen para app online. “Esto ha supuesto, sospecho, cientos de miles de horas, de académicos/investigadores dedicados a 'ene'plicar formatos de CVs para cada convocatoria”, augura. Algunas convocatorias piden el currículum en un formato, unas pueden admitir el CVA, otras no.

Y la operación hay que repetirla muy a menudo porque las pocas posibilidades de éxito que tiene cada aspirante ante la poca oferta y mucha demanda. “Igual sale una de cada diez”, calculan Brox y Cádiz Gurrea. María explica que precisamente por esto “en investigación tienes que tener al menos tres planes sobre cómo obtendrás un sueldo”. Este año, por ejemplo, Ciencia suprimió los contratos Juan de la Cierva Incorporación (un escalón intermedio entre las Juan de la Cierva Formación, para investigadores postdoctorales sin experiencia, y las Ramón y Cajal, para investigadores senior) y las sustituyó por más contratos Ramón y Cajal, pero este movimiento dejaba sin aspiraciones reales a muchos investigadores, que se iban a ver compitiendo con otros con mucha más experiencia. Finalmente el ministerio reservó plazas para los junior, pero aún así “no todo el mundo ha podido transitar y algunas personas se han quedado colgadas sin poder solicitar nada”, cuenta María. Hay que tener un plan b.

Esta investigadora relata también que todo el estrés de rellenar convocatorias tiene un coste para el entorno más cercano. Su periplo con las Ramón y Cajal lo sufrió también su pareja. “Vivió 24 horas de infarto por mi culpa (él también trabaja desde casa). Estuvo apoyándome en cada paso, intentando ayudarme cuando los programas no me funcionaban, ayudándome con ideas sobre qué pasos seguir....y, sobre todo, cuidó de la familia mientras yo corría de un lado a otro. Tengo amigos que me escribieron el lunes por la noche desesperados mientras intentaban firmar el documento, el programa les daba errores, y estaban solos con sus tres hijos”, cuenta.

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