El mayor festín de la cultura argárica aparece en Jaén: toneladas de huesos que revelan cómo se organizaban las élites hace 3.800 años
Los banquetes en la Península Ibérica de los argáricos, donde la carne de caballo alcanzó un valor especial, formaron parte de una práctica ligada a la alimentación y también a la jerarquía social. Estos encuentros funcionaban como ceremonias públicas en las que se reforzaban vínculos y se exhibía poder. Comer juntos reforzaba la pertenencia al grupo y marcaba la posición de quienes podían ofrecer animales escasos o costosos.
La carne de caballo, apreciada por su rareza y por el esfuerzo que suponía su crianza, simbolizaba prestigio y poder. El sacrificio de varios ejemplares exigía recursos que solo determinados sectores podían reunir. Los festines se convertían así en escenarios de afirmación social, expresión de abundancia y ocasión para sellar pactos o celebrar logros. Su organización requería planificación, selección de animales y un espacio donde toda la comunidad pudiera participar o, al menos, presenciar el acto. Este tipo de celebraciones, aunque estaban vinculadas al ámbito alimentario, funcionaban también como instrumento político dentro de las poblaciones del sureste peninsular.
La carne de caballo, un lujo reservado a los sectores con más recursos
El hallazgo de Peñalosa ha confirmado esta dimensión pública y ceremonial de la comida. En la acrópolis del asentamiento, un equipo de arqueólogos localizó una fosa circular de pizarra y mortero de barro repleta de restos animales. El estudio, realizado por especialistas de la Universidad de Granada y del CSIC y publicado en el Journal of Archaeological Science, documenta más de 2.000 fragmentos óseos depositados en el fondo del pozo E50.44.
Las especies más representadas fueron el caballo, el cerdo, el ciervo rojo, la vaca y el conejo. Los investigadores interpretan que se trata de los desechos de un gran banquete, desarrollado hace unos 3.800 años, en plena Edad del Bronce. La posición elevada del recinto y su cercanía a las viviendas principales sugieren que la reunión tuvo lugar en un espacio reservado a los grupos dirigentes.
Las hipótesis sobre el motivo de aquel banquete apuntan a varias posibilidades. Algunos autores plantean un ritual vinculado a la metalurgia, la actividad que dio prestigio a Peñalosa por su papel en la producción de cobre. Otros piensan en una celebración relacionada con alianzas internas o con la memoria de personajes de alto rango. Las coincidencias con las especies halladas en tumbas argáricas son parciales, de modo que el evento parece haber tenido una función distinta a la funeraria. El carácter singular del depósito y la abundancia de caballo, un animal poco habitual en el consumo diario, refuerzan la idea de un acontecimiento extraordinario preparado para apuntalar la cohesión del grupo o exhibir poder ante otros asentamientos.
La excavación en Peñalosa ha permitido observar con detalle la estructura social de El Argar. Este festín revela que las élites de la Edad del Bronce no se limitaban a controlar la producción agrícola o metalúrgica, sino que utilizaban los banquetes como herramienta política. Reunir a los habitantes en torno a la carne de un animal de prestigio creaba vínculos y dependencias. La presencia de caballos adultos, sacrificados en número mínimo de cinco, sugiere un gasto considerable. Además, el reparto de las piezas entre los asistentes pudo servir para afirmar la jerarquía, otorgando a cada grupo una parte específica. Estos datos amplían la imagen de una sociedad más flexible y compleja de lo que se pensaba, donde la comida actuaba como medio de negociación y control.
El análisis de los huesos muestra un despiece minucioso y una organización planificada
El análisis zooarqueológico del depósito completa la interpretación. El 46% de los huesos presenta cortes realizados con herramientas de piedra o metal, lo que indica un despiece cuidadoso. Los caballos muestran el mayor porcentaje de marcas, con un 60% de los fragmentos afectados. La variedad de partes del cuerpo representadas demuestra que se consumieron desde piezas con abundante carne hasta fragmentos menores, quizá distribuidos entre distintos grupos.
Los investigadores constataron que la mayoría de los animales eran adultos y que apenas hay huesos quemados, lo que implica que los restos se desecharon después del consumo y no proceden directamente de los fuegos de cocina. Algunos fragmentos conservan señales de mordeduras de perros, lo que confirma que permanecieron expuestos antes de ser enterrados en la fosa.
El depósito E50.44 es, por ahora, un caso único en el registro argárico. Su estudio permite imaginar la magnitud de aquel banquete y la relevancia que alcanzó dentro de la comunidad. La reunión alrededor de la carne de caballo en la zona alta del poblado marca un punto de inflexión en la comprensión de los rituales no funerarios del sureste ibérico. Los arqueólogos confían en que la identificación de este tipo de estructuras en otros asentamientos amplíe la visión de una sociedad que, hace casi cuatro milenios, encontró en la mesa una forma de poder y de memoria.
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