El colapso del alimento de las ballenas ha apagado sus cantos y activado todas las alertas sobre el futuro de la Tierra

El silencio durante la pandemia mostró cómo suena un océano sin tráfico marítimo

Héctor Farrés

12 de agosto de 2025 17:19 h

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En los registros acústicos que captan los científicos, el mar suena a chasquidos, gruñidos y gemidos de baja frecuencia que se mezclan como un idioma sin traducción directa. Para quienes estudian la vida marina, cada sonido es un fragmento de información que revela hábitos, desplazamientos o señales de reproducción de especies como las ballenas.

Estas vocalizaciones no son aleatorias, sino que se producen en patrones repetidos que pueden interpretarse como mensajes esenciales para la supervivencia. Analizar esos cambios, o incluso su ausencia, se ha convertido en una herramienta para entender cómo responde la fauna marina a las alteraciones de su entorno. Y es que en los últimos años, lo que no se oye en estas grabaciones empieza a inquietar tanto como lo que sí queda registrado.

Una caída abrupta en los cantos coincide con el calentamiento del Pacífico

El seguimiento más reciente que ha llamado la atención se realizó en la costa de California, donde un equipo del Monterey Bay Aquarium Research Institute recogió datos de un cable submarino de más de 50 kilómetros que conecta con un hidrófono situado a casi un kilómetro de profundidad. La instalación permitió registrar variaciones notables en los cantos de las ballenas azules, cuya frecuencia cayó de forma abrupta en un periodo de seis años. El análisis mostró que este cambio coincidió con la aparición de una gran ola de calor marino que afectó gravemente a su alimento principal.

Los cambios en el sonido marino evidencian alteraciones prolongadas en la cadena alimentaria

Este fenómeno, conocido como The Blob, comenzó en 2013 y elevó la temperatura del océano Pacífico hasta superar en más de dos grados centígrados la media habitual en vastas áreas. La alteración de las corrientes redujo el afloramiento de aguas frías, lo que favoreció la proliferación de algas tóxicas y desplomó las poblaciones de krill y anchoas. Según el oceanógrafo John Ryan, del propio instituto, “provocó el envenenamiento más generalizado de mamíferos marinos documentado hasta la fecha”.

Con el krill casi ausente, los registros acústicos revelaron menos cantos vinculados a la alimentación y a la reproducción. Ryan detalló que “es como intentar cantar cuando se pasa hambre”, en referencia a que los animales destinaron la mayor parte de su energía a buscar alimento. El impacto no se limitó a California. En aguas de Nueva Zelanda, otro equipo liderado por la ecóloga Dawn Barlow detectó el mismo patrón: menos llamadas en las temporadas cálidas y una caída de la actividad vocal en otoño, cuando las ballenas suelen centrarse en aparearse.

Barlow, que pertenece al Instituto de Mamíferos Marinos de la Universidad Estatal de Oregón, explicó que “cuando hay menos oportunidades de alimentación, dedican menos esfuerzo a la reproducción”. Sus hallazgos apoyan la idea de que estas especies actúan como centinelas que reflejan el estado general del ecosistema marino. Las consecuencias no son puntuales, ya que un solo evento de calor puede alterar durante años la cadena trófica y el comportamiento de animales que pueden vivir más de ocho décadas.

En este contexto, los investigadores coinciden en que escuchar el océano no es solo una tarea científica, sino también una forma de anticipar problemas que podrían pasar inadvertidos a simple vista. La biología marina Kelly Benoit-Bird, también del Monterey Bay Aquarium, recordó que “existen consecuencias a escala de todo el ecosistema cuando ocurren olas de calor marinas”, ya que afectan a especies capaces de desplazarse por toda la costa oeste de Norteamérica.

El calentamiento del agua también modifica los sonidos producidos por pequeños invertebrados

Además de las ballenas, otros organismos también modifican su sonido con el calentamiento del agua. Un estudio de 2022 observó que los camarones pistola aumentaron la frecuencia y fuerza de sus chasquidos en aguas más cálidas, un cambio que podría estar vinculado a estrés fisiológico. Estos patrones son útiles para establecer comparaciones entre zonas y años, aunque todavía falta recopilar más registros para poder vincular de forma precisa cada variación sonora con un impacto ambiental concreto.

Estudios recientes señalan que los camarones pistola aumentan la intensidad y frecuencia de sus chasquidos con temperaturas más altas, posiblemente como respuesta a estrés fisiológico.

El reto para la ciencia es disponer de una referencia clara de cómo suena un océano sin interferencias humanas, algo que se pudo observar de forma excepcional durante la paralización del tráfico marítimo en la pandemia de 2020. En ese breve lapso, la reducción del ruido mecánico alteró la distribución de varias especies, confirmando que el sonido es un factor decisivo en su comportamiento.

Los expertos subrayan que estas señales acústicas forman un archivo vivo del estado de los mares y que, con la tecnología actual, es posible detectar cambios sutiles mucho antes de que se traduzcan en pérdidas visibles de fauna. La diferencia, advierten, está en reaccionar a tiempo para que ese silencio que ahora preocupa no termine convirtiéndose en la nueva banda sonora del océano.

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