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En modo preelectoral

Urna, votación

Gaspar Llamazares

Promotor de Actúa —

Si hace unas semanas me preguntaba si íbamos a la prórroga o a adelantar elecciones, ante los signos de turbulencia, hoy ya no me cabe duda de que unos y otros han descartado agotar la legislatura a pocos meses de su inicio. Nos adentramos en un tiempo preelectoral.

Ya no son los partidos de la oposición conservadora, que inmediatamente después del éxito de la moción de censura hicieron de la convocatoria electoral su recurrente respuesta frente al advenedizo Sánchez y sus protervos apoyos. A cada paso del Gobierno, y ante cada uno de sus errores o de los de sus aliados, en particular de los independentistas, la respuesta, semana tras semana y mes tras mes, ha sido la misma: este Gobierno será legal, pero no es legítimo, sus apoyos son una hipoteca impagable para España y por eso debe usted dar ya la palabra a los españoles convocando elecciones. Y si así no lo hiciera, solo se correspondería con lo que han denominado el ansia de un ‘okupa’ del poder. Una patología obsesiva de Pedro Sánchez, cuya terapia correspondiente ha sido la electro convulsiva de la descalificación, incluso de la insidia personal y del insulto.

Hasta el punto de que si en el tráfago cotidiano de la política parlamentaria se le olvidaba el mantra de las anticipadas a algún incauto que cometía el error de tratar al Gobierno como tal, negociando con éste un quítame allá este Consejo General del Poder Judicial y ponme uno nuevo, ya ha habido quien por las buenas o por las malas, en persona o por WhatsApp, ha hecho saltar el acuerdo, para volver a la exigencia del adelanto sin solución de continuidad.

A éstos, y a su reiteración hasta el empecinamiento, se ha sumado recientemente Unidos Podemos, primero con la disyuntiva de prórroga o adelanto, luego reprochándole al Ejecutivo su supuesta indolencia negociadora en los Presupuestos, y ahora con la convicción del inminente adelanto y la convocatoria de sus correspondientes primarias, con su esperado candidato. Por si no fuera suficiente, en los últimos días se suceden también las declaraciones de miembros destacados del propio Gobierno, que tan pronto se proponen gestionar la prórroga, como la descartan y abren la posibilidad de elecciones anticipadas, dejando abierta a su vez la incógnita sobre el calendario electoral con el manido argumento de que eso es cosa del Presidente de Gobierno.

De lo que ya no cabe ninguna duda es que no se agotará la legislatura, y que la fecha de las anticipadas será antes, en coincidencia o después de las próximas elecciones Municipales, Autonómicas y Europeas del último domingo de mayo. Da la impresión, sin embargo, de que por las primeras valoraciones, éstas no serían favorables al famoso ‘súper Domingo’, por la incógnita que supone lo inédito de un proceso electoral con cuatro urnas. Quedan pues las fechas del próximo otoño e incluso de los primeros meses anteriores a la convocatoria del 26 de mayo, entre febrero y marzo de 2019.

Las señales preelectorales no se limitan a las exigencias de unos, las convicciones de otros o las especulaciones y globos sonda del Gobierno. Parece que también los medios de comunicación, cada uno en la línea de sus filias y fobias editoriales, se han sumado con más o menos entusiasmo al debate. De hecho, si antes cada acierto o error del Gobierno se interpretaba como argumento por unos para la continuidad y por otros para el adelanto, a partir del momento en que se ha instalado la impresión del adelanto, el clima político ha quedado impregnado del modo preelectoral.

Así se interpreta la insistencia patriótica de unos y otros con Gibraltar, dejando en un segundo plano los graves efectos para Europa, y por ende para España, del divorcio del Brexit. De nuevo anclados en lo nacional ante los retos europeos.

En esta misma clave se encuentra la interpretación de la campaña electoral andaluza y los resultados electorales de los partidos. Como si de unas primarias de las elecciones Generales se tratasen. Poco importa si luego éstas se producen o no, en cuyo caso habrían de llamarse propiamente secundarias. Otra minusvaloración más de las autonomías.

También los recientes insultos, los malos modos y la expulsión del pleno del diputado Rufián han adquirido un nuevo tono preelectoral. Porque no es que la crispación se haya instalado en la vida política antes del 15M y la eclosión de los nuevos partidos, antes incluso del Procés y su deriva penal y que asistamos a su entronización parlamentaria, sino que se trataría de la evidencia de un deterioro político y un guerracivilismo consustanciales a la moción de censura y al gobierno Frankenstein de Sánchez, y por extensión a la izquierda, que desaparecerán por arte de birlibirloque tras unas nuevas elecciones.

Está siendo así aunque en el fondo unos y otros compartan que el previsible resultado de las elecciones andaluzas, como de las elecciones generales, no supondrán un cambio de representación, difícilmente un cambio de gobierno y mucho menos la perspectiva de un gobierno estable y de cambio.

Porque, en definitiva, llevamos demasiado tiempo ocultándonos a nosotros mismos que, al igual que la cuestión catalana, la fragmentación política, como la social, no se supera repitiendo convocatorias electorales, sino cambiando la cultura de bloques y de polarización por una cultura política de diálogo y deliberación que logre y consolide mayorías. Anteponiendo también la agenda social a las cuitas de los partidos.

La cuestión sigue siendo recuperar la cohesión social y la confianza frente al malestar y la desafección. Por eso sigue siendo posible y necesario no tirar la toalla y dar tiempo aún a los acuerdos puntuales, incluso en el marco de la prórroga presupuestaria. Merecen la pena medidas puntuales como la elevación del salario mínimo, la limitación del precio abusivo del alquiler, la derogación de la ley mordaza y otras para recuperar la esperanza en la política de las cosas concretas.

Lo contrario es suspender la política, repetir el autoengaño y degradar aún más la democracia.

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