Esta es la cruz que hace sombra a toda la ciudad de Jaén y recuerda a la de Río de Janeiro
Dominando el horizonte de Jaén, visible desde cualquier punto de la ciudad y recortándose en el azul del cielo andaluz, una enorme cruz de hormigón se yergue sobre la cima del cerro de Santa Catalina. Es, sin duda, uno de los símbolos más reconocibles de la capital del Santo Reino, comparable —a escala jienense— con el icónico Cristo del Corcovado de Río de Janeiro. No por su tamaño, sino por el efecto que produce: una silueta sagrada que parece proteger la ciudad desde lo alto.
Una leyenda que nació con la conquista cristiana
La historia de la Cruz del Castillo de Santa Catalina se remonta al año 1246, cuando Fernando III el Santo conquistó Jaén tras siglos de dominio musulmán. Según cuenta la leyenda, el monarca subió al cerro que domina la ciudad —donde entonces se alzaba una fortaleza árabe— acompañado de sus tropas. Desde allí, contempló por primera vez la medina conquistada y, en ese instante, uno de sus capitanes hincó su espada en el suelo.
La espada, con la empuñadura formando una cruz, se convirtió en símbolo del triunfo cristiano. A Fernando III le gustó tanto aquel gesto que ordenó que siempre hubiera una cruz en aquel punto, visible desde toda Jaén, como recordatorio de la conquista y emblema del nuevo poder castellano.
De madera, hierro y, finalmente, hormigón
Desde entonces, la cruz ha resistido siglos de historia, reconstrucciones y tempestades. Durante generaciones, las monjas del Real Monasterio de Santa Clara fueron las encargadas de mantenerla en pie, costeando cada nueva cruz cuando el viento o el tiempo derribaban la anterior.
Las primeras fueron de madera, ligeras pero frágiles ante los vendavales del cerro. Luego llegaron las de hierro, más resistentes, aunque también vulnerables al óxido y las tormentas. Finalmente, a mediados del siglo XX, el obispo de Jaén encargó a la familia Balguerías el mantenimiento del símbolo. En 1950, Eduardo Balguerías levantó la actual cruz: una estructura de hormigón armado que, más de setenta años después, sigue desafiando al viento y al paso del tiempo.
Subir hasta la cruz es casi un rito jienense. Desde su base se obtiene una de las vistas más espectaculares de la ciudad: la Catedral de la Asunción, con su fachada herreriana brillando bajo el sol, las callejuelas del casco antiguo y, más allá, el mar de olivos extendiéndose hasta perderse en el horizonte.
El Castillo de Santa Catalina, que se levanta junto a la cruz, es hoy un parador nacional y uno de los lugares más visitados de Jaén. Pero es la cruz la que acapara todas las miradas, sobre todo al atardecer, cuando su silueta se recorta contra el cielo rojizo y proyecta su sombra sobre la ciudad.
La cruz que mira al mundo
Para los jienenses, la Cruz del Castillo no es solo un monumento: es un símbolo de identidad. Una presencia que acompaña cada amanecer y cada noche, visible desde los barrios bajos, desde las carreteras y desde las lomas vecinas.
Al igual que el Cristo del Corcovado en Río, la cruz de Jaén no necesita brazos abiertos para representar protección. Basta su verticalidad serena, su firmeza en lo alto del cerro y su historia de siglos para recordar que, mucho antes de los mapas y las fotografías aéreas, ya había alguien velando por la ciudad desde el cielo.
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