El origen del Camino de Santiago: de las tierras bíblicas a la Gallaecia
Para entender el origen del Camino de Santiago hay que retroceder dos milenios y mirar hacia una figura clave del cristianismo: Santiago el Mayor. Discípulo cercano a Jesús y testigo de los momentos más decisivos de su vida, su historia se entrelaza con la Península Ibérica y termina en una de las peregrinaciones más famosas del planeta.
De Gallilea a la Hispania romana
Santiago, hijo de Zebedeo y Salomé, es conocido en los Evangelios como “el hijo del Trueno”, apodo que refleja su temperamento. Tras la muerte de Jesucristo, asumió, como el resto de los Apóstoles, la misión de extender la fe cristiana. Según la tradición, llegó hasta Hispania, predicando en tierras que hoy pertenecen a Galicia. Aunque no existen pruebas documentales de su paso, la leyenda asegura que recorrió esta región antes de regresar a Palestina, donde fue ejecutado por orden del rey Herodes Agripa I en el año 44 d.C.
Su muerte no supuso el final de la historia. Todo lo contrario: fue el inicio de un relato que daría lugar a la creación del Camino de Santiago.
La Traslatio: el viaje en barca de piedra
Los discípulos Teodoro y Atanasio, desobedeciendo la orden de Herodes de abandonar el cuerpo sin sepultura, decidieron trasladarlo. Y aquí comienza una de las narraciones más fascinantes del cristianismo: ambos huyeron con el cadáver en una barca de piedra, sin timón ni velas, dejando que el mar los guiara. Según la tradición, llegaron a la costa norte de la actual Galicia y remontaron el río Ulla hasta Iria Flavia.
Este episodio es conocido como Translatio, y cada 31 de diciembre se conmemora en la Catedral de Santiago. Aún hoy se conserva el famoso ‘Pedrón’, un miliario romano al que habrían amarrado la embarcación, en la iglesia de Santiago de Padrón.
La reina Lupa y el milagro de los bueyes
En Iria Flavia, los discípulos tuvieron que enfrentarse a la reina Lupa, gobernante pagana que no les puso las cosas fáciles. Para concederles un lugar de enterramiento, les impuso pruebas imposibles. La más conocida: les entregó unos bueyes salvajes para transportar el cuerpo del Apóstol, con la esperanza de que la tarea fuera inviable. Sin embargo, ante las oraciones de los discípulos, los animales se volvieron dóciles y los condujeron hasta un lugar cercano a una fuente, donde finalmente sería enterrado Santiago.
La tradición asegura que esa fuente aún existe, en la actual Rúa do Franco de Santiago de Compostela, a pocos metros de la Catedral.
Impresionada por el milagro, Lupa se convirtió al cristianismo y ofreció un sepulcro digno al Apóstol: el Arca marmárica, custodiada durante siglos hasta caer en el olvido.
Pelayo y el Campus Stellae
Ocho siglos después, el hallazgo de aquella tumba cambiaría para siempre la historia de Galicia. En el año 813, un ermitaño llamado Pelayo observó durante varias noches luces misteriosas en el cielo, como estrellas señalando un punto concreto del monte Libredón. Avisó al obispo Teodomiro de Iria Flavia, y juntos acudieron al lugar. Allí encontraron un sarcófago con tres cuerpos, que identificaron como el del Apóstol Santiago y sus discípulos.
Este descubrimiento fue interpretado como un signo divino. La noticia se propagó por el reino asturiano, atrayendo peregrinos desde todos los rincones de Europa medieval. Nacía así el Camino de Santiago, una ruta que uniría fe, cultura y aventura, y que más de mil años después sigue viva.
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