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Cristina la del Canal

PP y PSOE caen en Madrid, aunque mejoran Cifuentes y Gabilondo

Antón Losada

Con gran solemnidad y circunstancia, como si el Partido Popular no hubiera gobernado nunca en Madrid, la presidenta de la comunidad de Madrid ha proclamado que “el tiempo de los corruptos ha llegado a su fin”. Para muestra ahí tienen, si no la creen, a Isabel González, la hermana del Ignacio González, el militante del PP antes conocido como Nacho. En este nuevo tiempo de decencia y regeneración, al parecer, la diputada González no tiene por qué renunciar a su escaño en el parlamento regional porque no está imputada y porque no ha incumplido el código ético del PP.

Para ser esa heroína a quien el PP intenta presentar como una moderna Juana de Arco en lucha incansable contra la corrupción, tendrán que admitir que empieza más bien falta de gas y escasa de punch. A esta velocidad de crucero en su implacable guerra contra la corrupción, acabará calificando el tinglado de los González como una empresa familiar y a Isabel González como un ejemplo de amor filial. Lejos de emular a la Doncella de Orleans puede acabar en la Historia como Cristina la del Canal, la intrépida presidenta que hablaba mucho pero actuaba lo justo y vio hundirse su carrera en las turbias aguas del Canal de Isabel II por miedo a ser arrastrada por la riada.

Si escuchar en una grabación a la diputada González confabularse con sus corruptos hermanos para tratar de evitar la investigación de la policía no constituye razón suficiente para exigirle el acta, cuesta imaginar cuál lo haría. Si conjurarse para traficar con influencias y tratar de bloquear la labor policial no contraviene el código ético del PP, más que un código debe tratarse de unas líneas muy generales y más bien poco éticas.

Cifuentes no se carga a la hermana de González porque no puede y tampoco se atreve. Porque si corta esa cabeza y los ajusticiados se revuelven, aunque sea con espasmos, ignora qué saben los González, o cuánto están dispuestos a callar, o cuándo estarán dispuestos a cantar, o a quién pueden implicar y a quién puede acabar deteniendo la Guardia Civil.

Cristina Cifuentes sabe lo que se juega y conoce perfectamente estos riesgos, estaba allí y fue como mínimo testigo de cómo la corrupción se convertía en un régimen en el PP y en el Esperanzaguirrismo, pero se hizo la rubia y no movió un solo dedo para impedirlo o denunciarlo. Sólo ha actuado cuando le convenía para su guerra de poder en el PP de Madrid o cuando necesitaba cubrirse ante las denuncias presentadas por otros.

A la presidenta Cifuentes y sus promesas regeneradoras les puede pasar lo mismo que a la mítica oficina interna anticorrupción del PP. De tanto anunciarla y tanto inaugurarla nadie sabe exactamente si realmente existe, dónde está, para qué sirve o qué hace. Es un fantasma que vaga por Génova pero que no asusta ni a los niños.

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