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Nicaragua, tan violentamente obscena

Daniel Ortega

Montero Glez

Llevamos una diapositiva de aquellos tiempos cargada en la memoria. Fueron días de esperanza y de caminos abiertos al otro lado del charco, cuando Sandino fue resucitado por un pueblo en harapos que derrocó al tirano Somoza.

El nuevo gobierno del pueblo conjugaba a Lenin con Cristo y a Mao con Gramsci. Pero claro, el Patrón del Mundo, encarnado en el imperialismo estadounidense, no podía permitir tanta falta de respeto y cuando el viejo vaquero Ronald Reagan llegó al gobierno, financió la reacción contrarrevolucionaria. Fue entonces cuando la guerra fría tuvo su punto caliente en Nicaragua. Sólo faltó el facha de John Wayne, con su permanente gesto de oledor de mierda, para jugar a los pistoleros contra los indígenas.

Pero John Wayne estaba ya muerto, falleció poco antes de que las columnas guerrilleras derrocaran a Anastasio Somoza y el tirano saliera al exilio con los calzoncillos manchados de nicotina.  Poco después, reventarían su coche en Paraguay con él dentro. Un lanzacohetes cargado con granadas antitanques y justicia poética remató la acción y el escritor Julio Cortázar publicaría uno de sus trabajos más críticos y dolientes, dedicado a un pueblo que conquistó la lejanía. “Nicaragua, tan violentamente dulce”, lo puso por título. El bueno de Mario Muchnik se lo editó. No podría haber sido de otra manera.

En estos días de noticias tristes sobre Nicaragua, estamos asistiendo al cierre de los caminos que una vez nos llevaron a sumar más de la cuenta; cuando dos y dos eran igual a cinco y nadie entonces se atrevía a pensar que las muelas de la Historia fueran a triturar toda aquella utopía colectiva y, menos aún, que se terminase mudando la memoria de Sandino por la sombra de Somoza.

Porque la dignidad revolucionaria se tiene o se finge tenerla y según todo indica, Daniel Ortega, presidente nicaragüense, se ha cansado de fingir. El mismo Ortega se ha dejado caer en la trampa que el Patrón del Mundo le ha tendido y con su política represiva, Ortega está haciendo el juego al imperialismo yanqui. Ha resucitado al facha de John Wayne, encarnado en cada uno de los integrantes de las fuerzas represivas que tirotean la calle con gesto de soberbia, como si el mismo pueblo y sus gentes olieran a mierda. 

En el día de hoy, el muro donde proyectamos aquella diapositiva está manchado de sangre, aunque algunos todavía insistan en taparlo con el trapo indecente de una bandera rota.

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