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Operación 2020 o salto al vacío

Pedro Sánchez y Quim Torra en una reunión en Barcelona.

Rodolfo Irago

Los resultados de las elecciones andaluzas han puesto patas arriba el tablero político y están recolocando a todos los actores.

La estruendosa y alarmante aparición de Vox y la sensación general refrendada por las encuestas de estos días de que las tres derechas estarían hoy a un paso de ganar las elecciones generales han convencido al presidente del Gobierno para apostarlo todo a una carta: ahora no puede convocar y hay que intentar aguantar hasta el 2020 para ver si la situación mejora. Este era, seguramente, su plan inicial tras ganar la moción de censura: resistir en la Moncloa todo el tiempo posible pero ahora las circunstancias le dan la excusa perfecta.

Para ello, necesita aprobar los presupuestos y para eso son imprescindibles los votos de los independentistas catalanes. Eso explica que hayamos pasado en apenas una semana de ver cómo el gobierno llamaba iluminado a Torra por invocar la vía eslovena e incluso, amenazarle con retirarle la competencia de los Mossos, a la escena del sofá de Pedralbes con la firma incluso de un comunicado conjunto por el diálogo, escrito de una forma deliberadamente confusa digna casi de la guerra fría.

Los independentistas tampoco quieren ahora elecciones generales porque quieren centrar todos sus esfuerzos en el juicio del procés y sobre todo, porque están completamente enfrentados entre ellos con Junqueras en la cárcel, Puigdemont en Waterloo y Torra desesperándolos a todos.

La apuesta de Sánchez tiene muchos riesgos, para muchos es un salto al vacío, y es especialmente alarmante para las expectativas electorales de su partido en las autonómicas y municipales de mayo. Los barones regionales le habían pedido que endureciera el discurso con las autoridades de Catalunya; alguno incluso propuso ilegalizar a los separatistas más radicales y, sin embargo, ha ocurrido todo lo contrario. Ahora, probablemente tendrán que ir a la campaña electoral con un pacto de presupuestos firmado con los independentistas. La acusación de traición está servida. Es verdad que a Casado y a Rivera les da igual lo que pase; no van a cambiar su estrategia pero la aprobación de las cuentas de 2019 será para ellos, un aval.

La foto de Pedralbes y las imágenes de los incidentes en torno al blindado consejo de ministros del viernes van a extremar todavía más a la derecha y apelmaza de nuevo la división de España en dos mitades completamente enfrentadas. Si la derecha sigue igual de movilizada y la izquierda no consigue imponer su relato social, las elecciones de mayo pueden ser un calvario para los pocos presidentes autonómicos socialistas que quedan tras la caída de Susana Díaz.  

Es evidente que si algún día se alcanza una solución para el problema territorial de España y de Catalunya tendrá que ser con el diálogo y la búsqueda de un consenso mínimo que nos permita seguir conviviendo. Pero es igual de palmario que, en la situación actual ni los independentistas van a aceptar nada que no incluya un referéndum de autodeterminación ni la derecha le va a permitir al gobierno moverse ni un solo milímetro.

Hay quien defiende que el PSOE debe avanzar por su cuenta en esta estrategia y si es posible, alcanzar un acuerdo sobre algún tipo de consulta sin contar con el PP y con Ciudadanos, pero espero que todo el mundo sea consciente también de que eso sería en este momento una bomba de relojería. Se supone que una de las virtudes de los gobernantes es la prudencia.

Así las cosas, y quien no lo vea se estará engañando a si mismo, las reuniones anunciadas a partir de enero para buscar esa solución al conflicto se convertirán de nuevo en un juego de sillas en el que cada parte mantendrá su discurso, pero eso sí, la reapertura del diálogo le puede permitir a los independentistas votar a favor de los presupuestos del año que viene. Sería el primer objetivo cumplido de la operación 2020. Continuará.

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