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Papá y los tomates

Feria del Tomate en Fontanar (Guadalajara) en una edición anterior

Gabriela Wiener

Hoy se cumplen tres años del día en que monté en un avión lo más rápido que pude pero no alcancé a abrazar a mi padre vivo.

La muerte de mi papá siempre coincidirá con la fiesta del tomate. A la cata de tomates de Perales de Tajuña se llevaron Jaime y Roci a mi hija Lena un día como hoy para alejarla un poco de los rumores de la muerte. En la cata los agricultores ponen en exhibición sus decenas de tipos de tomates, algunos tan grandes como una cabeza y de muchos colores, algunos rosas fosforescentes tan carnosos como un corazón.

Jaime me envió un mensaje desde España: “Voy a contarte algunas cosas que hizo tu hija hoy”. Y en esa carta me decía: “Hoy la llevamos al pueblo al que solemos ir a cosechar las verduras que nunca se come. Hoy se puso a ver las fotos de Raúl. Y volvió a llorar en silencio, con ese llanto adulto en el que no decimos nada y solo dejamos que algo de nosotros se caiga para luego levantarse. Luego escogió una foto y la metió en una carpeta a la que le puso 'Abu'. También abrió una foto suya y se quedó mirándola y empezó a hacerle agujeros con el programa de edición. Le hizo no uno sino muchos vacíos alrededor y creo que en todos ellos quería poner la foto que había escogido de su abuelo. Pero no pudo, o no supo cómo hacerlo. Y he pensado que tal vez un día le enseñáramos a llenarlos o, más probablemente aprenda a hacerlo ella sola”.

Roci, que estaba embarazada de siete meses, me envió otro mensaje en el que me hablaba de una serie de hermosas parejas gays que se amaban entre tomates y que toda esa exuberancia le hacía extrañarme. También me decía: “Imaginé a una niña llorando en un horrible aeropuerto y esa niña eras tú. Y sé que en ese preciso momento nuestro bebé aprendió a llorar”.

“Ay, hija, si en esa época hubiera existido el poliamor…”, recordé que me dijo mi papá en una de nuestras últimas conversaciones.

Ay papá, sí: ¿cómo se completa el duelo con tantas conversaciones truncas?

Jamás pensé que iba a poder abrazar a un muerto pero mi mamá tiró de mi brazo con firmeza, como diciendo no es un zombie de una película, es tu papá. Más tarde fuimos a vestirle y retuve la visión de sus tetillas rojas para no olvidarlas nunca –porque es el cuerpo amado lo que se pierde, lo demás se conserva–, y también del lunar de su tobillo que sonaba cuando lo apretabas. La muerte: saber que nunca más escucharás ese sonido. Entre mi madre y yo casi no podíamos moverlo. Lo de la rigidez. Pesaba muchísimo porque su cuerpo en los últimos días se había llenado de agua. Qué raro es esto de que morir de ciertas cosas se parezca a morir ahogado. Eso parecía, un cuerpo que había sido devuelto por el mar después de su periplo entre olas violentas. Mi madre hacía las cosas con aplomo, en su habitual actitud de guía y protectora. Se notaba que llevaba muchos más muertos que yo sobre sus espaldas. Para mí era la primera vez. Después comimos un menestrón en la cafetería del hospital y me parecía increíble la vida, que ese plato fuera tan verde y tan sabroso.

Lo que más quería aquel día hace tres años era ser inmortal y sudar entre tomates junto a Roci y a Jaime, pero en cambio me dejé besar y babear por toda la izquierda peruana entre flores baratas de cementerio, mientras oía gritar: “Cuando un revolucionario muere nunca muere”; y yo, como Lena, me sentía rodeada de agujeros que no sabía cómo llenar.

Desde que murió mi papá tengo un juego solitario conmigo misma (¿o con él?), algo a medio camino entre la muerte y las nuevas tecnologías. Pongo su nombre en mi Gmail y aparecen todos sus correos, elijo uno al azar y lo leo como se leen las tiras de papel de las galletas de la suerte. Hoy, 5 de septiembre de 2018, mi papá me vuelve a escribir:

“Aquí estoy en mi periódico, que no paga, pero divierte. Sigo peleando con medio mundo. Si no lo hiciera guardaría mis cosas y saldría con un portazo. Mi hermano dice que tengo un sino por la aventura y los trabajos que pagan mal. Puede ser. En todo caso, a mi edad es imposible cambiar la ruta general. Sólo que conviene tomarla con calma. El otro día tuve un sueño feo. Estaba manejando y te llevaba en el carro y estabas enferma con mucho frío. Pero eras chiquita. Me desperté y traté de ordenar mis ideas y me decía: 'Pero si ya es grande'. Y luego concluí que sigues siendo chiquita y cuidable, para mí.

Otro cumpleaños a la distancia.

Te ama

Papá“

Acaba de llegarme la invitación de este año para la fiesta de tomates de Perales. Iré. Los padres mueren pero los tomates siguen creciendo al otro lado del mundo. Sigo siendo cuidable.

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