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La crisis Ábalos

José Luis Ábalos en una imagen de archivo.

Antón Losada

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Cuentan que José Luis Ábalos, el ministro de Fomento, anda enfadado. La verdad es que se le nota. Eso de “A mí no me echa nadie” es muy de español cabreado y contra el mundo. No me extraña. Él, que dedicó y dedica tanto tiempo y recursos a llevarse bien con la gente de orden y la prensa de orden, llamando al amor a España y al sentido de Estado, contempla ahora cómo arrastran su nombre por el lodo y reclaman su dimisión sin piedad los mismos a quienes tanto quería agradar.

El único consuelo que le queda será leer que le definen como “el sanchista con rostro humano”. En otras palabras, te van a joder, pero te reconocen el esfuerzo de haber querido portarte bien; que es algo que siempre le ha gustado que le digan a la izquierda en España mientras la joden. Así le adjetiva uno de los machos alfa de la jauría, ese Jiménez Losantos a quien tanta izquierda proclama que escucha para echarse unas risas por las mañanas; pero oyéndoles empiezo a pensar que, en el fondo, no les disgustan del todo las cosas que dice y que, al fin y al cabo, alguien tiene que decir; que ya está bien de tanta corrección política, coño.

En Moncloa le pusieron nombre rápidamente al problema: la crisis Ábalos. Es algo que últimamente hacen muy bien en Moncloa: ponerle nombre a las crisis de los demás, endilgarle a otro las propias y apuntarse todo cuanto vaya bien. Ahí tienen el caso de la repetición electoral. Antes del 10N tenía mil padres, todos geniales estrategas y tácticos visionarios. Al día siguiente de las votaciones, el replay era huérfano. Había sido un accidente, nadie lo había defendido; antes al contrario, todos habían estado siempre por la coalición.

El presidente Sánchez tardó casi dos días en salir a apagar el fuego, declarando a regañadientes aquello que debía haber afirmado desde el minuto uno: así se evitan los incidentes diplomáticos y que escalen las crisis. Ningún votante de este Gobierno le va retirar la confianza porque un ministro vaya a verse con la vicepresidenta de Venezuela en Barajas para conjurar un embolado diplomático imposible. Pero al tardar tanto, ya parece que se sale únicamente porque no queda más remedio y el fuego está lamiendo la planta de tus pies.

La soledad de Ábalos ha resultado aún más sonora que su crisis. En este Ejecutivo, con cuatro vicepresidentes y dieciocho ministras y ministros, nadie tuvo un momento para salir a pronunciar unas palabras en apoyo a su compañero, más allá de la obligada frase hecha de la ministra de Exteriores, Arancha González.

Los ministros socialistas se pusieron de perfil y hasta el responsable de Interior, Grande-Marlaska, sacó una nota donde daba a entender que allá Ábalos y sus cosas. Pablo Iglesias encontró tiempo para condenar los gritos racistas contra Iñaki Williams en Cornellá; Yolanda Díaz nos explicó cómo, ahora que era ministra, resultaba irresponsable pedir lo que ella exigía estando en la oposición: la derogación íntegra de la reforma laboral Rajoy; pero de la crisis Ábalos, ni palabra. Ya se sabe. El poder es lo que tiene. Siempre te falta tiempo y no puedes estar a todo.

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