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El efecto resaca en la derecha

Santiago Abascal, Pablo Casado y Albert Rivera, en la manifestación de Colón del pasado 10 de febrero

José Miguel Contreras

Cuando decides meterte al agua desde la playa, conviene observar si hay corrientes que puedan arrastrarte. Es normal que te metas apaciblemente a refrescarte y aparezcas desplazado un centenar de metros sin saber donde te encuentras. Incluso, puede que la resaca te lleve hacia aguas más profundas y luego resulte complicado volver a tierra. Se requerirá un extraordinario esfuerzo para regresar al punto de partida para evitar acabar en tragedia.

En estas últimas semanas, no se me va de la cabeza la imagen de los dirigentes del PP y Ciudadanos alejándose de sus posiciones iniciales sin darse cuenta de que una potente corriente les impulsa mar adentro. La corriente tiene un nombre: Vox. El mayor peligro que tiene ser arrastrado por este tipo de corrientes se produce cuando no eres consciente de lo que está pasando. Es más, puedes sentir la errónea percepción de que tienes más que dominada la situación, puesto que no haces esfuerzo alguno. Tiendes a pensar que, al no moverte, lo lógico es que permanezcas en el mismo sitio. Sin embargo, ocurre todo lo contrario. La pasividad y la falta de reacción solo contribuyen a que la corriente te arrastre hacia el fondo irremisiblemente, sin resistencia por tu parte. La tragedia suele desencadenarse cuando en plena inconsciencia colaboras con la resaca nadando en la misma dirección que ella te impulsa. La velocidad de alejamiento de la orilla se acelera.

Si analizamos los discursos políticos de las últimas semanas podemos comprobar cómo la estrategia de Vox parece haberse impuesto con absoluta claridad a la de sus oponentes en el sector conservador del mapa político. Es más, puede apreciarse cómo la corriente estratégica de Vox está arrastrando a sus dos posibles socios de gobierno a su propio territorio, donde siempre se manejará con absoluta comodidad mientras hará perder contacto con el suelo a sus rivales.

Este fenómeno parte de un condicionante que nunca podemos olvidar. Tanto el Partido Popular como Ciudadanos han blanqueado la irrupción y el crecimiento de Vox. La explicación es sencilla de entender. La necesidad del pacto en Andalucía les obligaba a no poder arremeter contra un partido con en el que debían acordar una mayoría parlamentaria. Hubiera resultado insostenible atacar frontalmente al partido ultraderechista para, a continuación, aparecer públicamente como formaciones amigas. La famosa foto de Colón es la prueba irrefutable de la consolidación de ese posicionamiento político.

Lo acaecido en Andalucía vuelve a repetirse ahora a escala nacional. Tanto Casado como Rivera son plenamente conscientes de que sólo pueden aspirar a presidir el próximo gobierno si cuentan con los votos de Vox. Por lo tanto, necesitan no demonizarlos puesto que esto dificultaría sus pasos posteriores. Para el PP, el movimiento no es cómodo. La formación liderada por Santiago Abascal le ha robado casi la tercera parte de su electorado y, aún así, entiende que no tiene más remedio que decir que a ambas formaciones les unen gran cantidad de ideas, aunque tengan algunas diferencias. Más complicada es la situación de Ciudadanos. Sus líderes, con Rivera a la cabeza, han abandonado voluntariamente el territorio de la moderación ideológica, que había sido la base de su crecimiento, hasta llegar a afirmar que Vox es un partido constitucionalista mientras el PSOE ha dejado de serlo. No cabe otra explicación para entender semejante disparate que la imperiosa necesidad de justificar la coexistencia de las tres fuerzas de Colón en una futura alianza parlamentaria.

Las apariciones de Vox siempre siguen el mismo esquema. Se trata de declaraciones explosivas que buscan reavivar debates inexistentes que les convierten en centro de la discusión política. Un día es un planteamiento homófobo, otro contra las políticas que combaten la violencia de género, otro sobre el uso de las armas y otro sobre el drástico recorte de los impuestos y la consiguiente decapitación del estado como gestor público. Para la izquierda, este tipo de provocaciones les lleva a rebatirlas con total convencimiento. Atacan frontalmente sus principios esenciales y para cualquier ciudadano con una mínima conciencia progresista suponen una auténtica convulsión. Evidentemente, la escandalizada reacción de la izquierda no hace sino alegrar a las huestes ultraconservadoras que celebran el daño infligido.

Lo más llamativo es el efecto contagio que provoca en PP y Ciudadanos. Al plantear posiciones tan radicales y enfrentadas al frente progresista, les dificulta dónde posicionarse. Deben hacer equilibrios para colocarse en lugar visible pero que no les haga perder un mínimo contacto con el sentido común. Y ahí surge el delirio. Las declaraciones suenan ambiguas, contradictorias o inconsistentes. Incluso, llegan a provocar serios accidentes estratégicos como la memorable declaración de Suárez Illana sobre el aborto. Tanto Casado como Rivera han apostado por invadir los medios y hablar de todo, todos los días y en cualquier parte. Esta estrategia, les lleva a convertirse en amplificadores de cuantos disparates surgen desde Vox. Es difícil destacar las líneas generales de campaña de PP y Ciudadanos. La mayor parte de sus declaraciones que recogen los medios se refieren a los temas que Vox ha decidido colocar sobre la mesa.

Visto desde la perspectiva de los líderes de Vox no cabe mayor eficacia. Hasta ahora, apenas aparecen en los medios o, cuando lo hacen, se sitúan siempre liderando la confrontación con la izquierda y con un discurso más nítido y contundente que el de los líderes del PP y Ciudadanos que tienen serias dificultades para sobrevivir en un escenario difuso, complejo e incómodo. Erróneamente, cuando deciden ir al enfrentamiento directo con Vox pueden aparecer declaraciones seguidistas del discurso de Abascal y los suyos, como la torpe aceptación por parte de Aznar de una competición de testosterona respecto a si el PP representa o no a la “derechita cobarde”. Entrar en una abierta discusión supone reconocer que se trata de un asunto discutible. En el momento en el que subido a una tribuna pública entras en semejante deliberación significa que ya no pisas suelo y que la resaca te ha desviado lejos del territorio donde te interesaba librar tus batallas.

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