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Para mujeres sin complejos o próximas a superarlos

Apertura año judicial 2019

Rosa María Artal

La imagen resultó insoportable incluso para la España que la repite de año en año y que ve reverdecer el machismo. La foto de apertura del Año Judicial sin una sola mujer. Otra vez. Los 13 miembros de la Sala de Gobierno del Supremo con el Rey, todos hombres. Lo curioso es que hay 2.858 mujeres juezas (53%) y 2.519 hombres jueces (47%), según los datos oficiales del Consejo General de Poder Judicial a enero 2018. Y que ni si siquiera se explica con la habitual excusa de la edad. En esa fecha había 875 mujeres juezas y 972 hombres entre 51 y 60 años.

Una de esas mujeres juezas era Victoria Rosell, que sería víctima de una conspiración por parte de otro magistrado de su misma jurisdicción: Salvador Alba. El Tribunal Superior de Justicia de Canarias acaba de condenarle a seis años y medio de prisión y 18 de inhabilitación, por los delitos de prevaricación, cohecho y falsedad en documento oficial. Una trama que la apartó en su día de la carrera política que había emprendido como diputada de Podemos.

No es casual que mencione ambas noticias que confluyen en fechas. La discriminación de la mujer sigue siendo un hecho, no ha dejado de exigir un esfuerzo extraordinario remontarla pero con determinación y fuerza sí se puede. Elementos que ha evidenciado en su caso Vicky Rosell.

El tema traspasa lo casual para convertirse en preocupante. Una reunión del equipo de dirección y de opinión de eldiario.es ha revelado que la labor de zapa del machismo puede estar influyendo en algunas mujeres. Se animan menos a expresar sus opiniones por temor a que no les compense de las críticas que pueden recibir o porque –ciudadanas multitarea– no dispongan del tiempo suficiente para todo. Y aún habría muchos más matices.

Sin duda, el tema esbozado en la reunión de eldiario.es merece un análisis mucho más completo, pero parece un hecho que los nuevos papeles de mujeres y hombres han causado más efectos de los inicialmente advertidos.

Las mujeres españolas han vuelto a reivindicarse como se hizo en e,l último cuarto del siglo XX, masivamente ahora en los #8M que han sido ejemplo internacional. Pero han tenido un potente rechazo del machismo que se ha rearmado. El destacado portavoz de Vox en el ayuntamiento de Madrid recrimina a sus socios y correligionarios de PP y Cs que impulsen políticas que, según él, “criminalizan” al hombre por serlo. Y afirma que “la violencia de género es una gran mentira, negar esto es como negar el día o la noche. La violencia es violencia, no tiene sexo”, desde su noche sin día porque en las mentes oscuras no entra la luz.

Lo dice el mismo día que la Fiscalía del Estado aporta datos terribles: las violaciones cometidas por menores aumentaron un 43% en 2018. Se denuncia más, pero no deja de ocurrir y con agravantes. Carne de porno desde muy temprana edad, desde la infancia, niños y jóvenes buscan vídeos de violaciones en grupo, con cifras récord de visualizaciones. El machismo en sí también ha aumentado en la adolescencia. Y aquí se puede hablar con toda contundencia de la relación causa efecto de las políticas que apoyan el machismo orgulloso de sí.

El machismo se ha crecido. Con consecuencias visibles. Y algunas mujeres, según nos dicen, se retraen en la práctica por las implicaciones que puede tener lo que digan. Se advierte una cierta inseguridad en ciertos casos. Y, desde luego, no es momento para tenerla. Estamos en uno decisivo. Tenemos que leer a mujeres, escuchar sus opiniones expertas, saber que se pueden equivocar o no, tanto como los hombres. Ya lo dijo alguien: “la igualdad llegará cuando haya tantas mujeres ineptas mandando como hombres ineptos”. Y en el camino de ese objetivo ya vamos.

Es constatable que las críticas, tanto en Twitter como en los comentarios de las columnas de opinión, son más agresivas hacia las mujeres que hacia los hombres –por línea general, salvo excepciones–. Con descalificaciones personales y calumnias. Y no es plato de gusto. Sin embargo, las columnas de eldiario.es por ejemplo tienen entre 30.000 y 200.000 lectores de media, aunque algunas llegan hasta el millón. En un centenar de comentarios, pongamos por caso, el porcentaje de los que insultan apenas llegan a 10, 20 como mucho. Irrisorio porcentaje que no indica otra cosa que la memez y mala uva de quien los profiere.

En Twitter tienen más repercusión, pueden llegar a dañar cuando tienen como objetivo claro menoscabar o destruir la trayectoria de la víctima. Luego se amplifican en las redes de los medios basura, y los que pasan por prestigiosos –comprobable, con sus firmas y todo–, pero ni siquiera eso alcanza al criterio de toda la población o de aquellas personas que lo tienen.

Siempre fue difícil. A las mujeres nos lo ponen cuesta arriba. Las primeras –de esta etapa, dado que ha habido muchas antes– llegamos a redacciones, a salas de juicio, a quirófanos, solo de hombres; a universidades con mayoría de ellos, hasta a las gradas de los estadios. Todo es ponerse. Y levantarse, si se cae o se agota una. Ahora que la partida está con más elementos a favor en el tablero, no caben los complejos. También es cuestión de carácter, tener más miramiento, menos osadía, quizás. Quizás, tampoco es regla general.

Nunca he considerado al hombre como tal, enemigo. Algunos lo han sido, de uno en uno. Otros todo lo contrario. Muchas mujeres lo vemos y sentimos así. Pero no se puede bajar la guardia de nuestros derechos. El logro a conquistar por tanto es creer que las mujeres podemos. Lo hemos demostrado en todos los terrenos, contra el olvido, el borrado, los frenos, las mentiras.

Hace un par de días, Manuel Rivas, un hombre, escribió un texto estimulante en El País. Un hombre sin complejos para mujeres sin complejos. Aludiendo al Génesis, la gran literatura, dice: “Y la protagonista es Eva, la mujer. Es ella la activista de la desobediencia, la que toma la palabra y la que se atreve a probar el fruto del árbol del bien y del mal. Ese acto de desobediencia inaugura la libertad”.

Así es, así somos.

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