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La revolución fake

El líder del Partido Popular, Pablo Casado, asiste al pleno del Congreso que debate este miércoles la quinta prórroga del estado de alarma

Elisa Beni

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“El curso de la historia no está predeterminado, sus resultados no son inevitables, puede ir en diferentes direcciones de acuerdo con lo que hagan los seres humanos”

Neil Faulkner. “Una historia radical del mundo”

Asumamos que hemos sido destinatarios de la maldición y que nos ha sido dado vivir tiempos interesantes. Entre todas las cuestiones que se adecuan a esa definición se suma ahora la de ser testigo de la llegada de las revoluciones fake, revueltas falsas, levantamientos del chino, sin carta de protesta homologada, vestidas de ropajes que no les corresponden, de iconos de los que abominan. Este es y no otro el motivo por el que nos resultan tan llamativos, tan chocantes y absurdos, tan anómalos y grotescos. El problema no viene de que protesten, todo individuo tiene derecho a hacerlo en democracia sin distinción de clase, sino de cómo lo hacen.

En redes sociales se ha extendido un llamamiento a apropiarse de los conceptos, símbolos e iconos de la izquierda. Es lo que llaman una dosis de “jarabe democrático” para la izquierda, como si alguien se hubiera opuesto desde ese sector a que puedan manifestar su desacuerdo. ¡Protesten lo que quieran, oiga! Empezaron primero hostigando e insultando a quienes llevaban prendido el triángulo rojo invertido, un conocido signo antifascista, para después pasar a plagar todas sus cuentas con ese símbolo para inducir a la confusión. Hoy día proliferan las cuentas de ultra derecha que lo añaden a sus avatares. Después les vimos cantar el Bella Ciao, otro emblema de la lucha revolucionaria, y más tarde realizar escraches y caceroladas, que se remontan a las revoluciones liberales de 1830 contra el poder absolutista. Las caceroladas se las robaron a Podemos, que tuvo la malísima idea de mezclar una protesta de este tenor contra el Rey con los aplausos espontáneos a los sanitarios, en lo peor de la pandemia. Una vez vaciados de sentido los conceptos, toca ahora hacer lo propio con los símbolos, los emblemas, los iconos, la formas de lucha. Está dentro de la lógica de la destrucción del significado que es la destrucción de la idea y también de cualquier posibilidad de diálogo. Acabarán con el puño en alto, al tiempo.

Lo mismo sucede en el Parlamento. Oirán pedir libertad de expresión, mientras la ejercen, y hablar de amordazamientos a quienes han aplaudido e instaurado las mordazas y a los que han actuado reiteradamente para que no pudieran ser retiradas. Es el mundo al revés, el imperio de lo fake. Verán a quienes han caído en las mayores aberraciones profesionales, en el barro del periodismo, señalando a los que intentan poner un poco de sentido y de claridad en todo este lodo. Volverán a ver los cadáveres de los españoles muertos por un horror biológico puestos en almoneda, como han hecho siempre, y si se lo reprochas terminarán hablándote de un perro. Un tumulto desprovisto de lógica ante el que decaen los argumentos y sólo saltan las emociones. Es lo que buscan. Lo necesitan para conseguir adeptos irreflexivos pero también por ver si logran sacar de quicio a los ciudadanos que mayoritariamente les oyen hacer ruido, les ven poner en peligro la salud pública, les soportan las provocaciones. En tiempos de la crisis financiera se decía que lo único que Rajoy temía era perder el control de la calle. No sé si habrán pensado que provocando van a conseguirlo. No va a pasar.

La democracia no es un purgante y los demócratas ciertos tomamos a gusto el brebaje. Así que uno se pregunta, como siempre que un colectivo decide utilizar la protesta, qué es lo que quieren, qué reivindican. Cuando paseas bajo el ruido de las cazuelas de estos revolucionarios de pacotilla, les escuchas gritar: ¡libertad! pero sobre todo: ¡Gobierno dimisión!. Digo que son revolucionarios fake, alborotadores de chichinabo, porque protestan, nos dicen, contra un confinamiento que les roba su libertad pero lo hacen respetando las franjas horarias impuestas y con las mascarillas requeridas para evitar los contagios. Ya ven ustedes con los de la guerrilla. Lo que reivindican, como todos sabemos, es que gobiernen los suyos. No exigen una moción de censura, son demasiado listos y saben que no hay el menor atisbo de que triunfe, y por eso piden que el Gobierno dimita. En términos constitucionales una dimisión en bloque del Gobierno, sin convocar nuevos comicios, nos abocaría a un vacío de poder sin precedentes. Por eso podemos concluir que los fakerevolucionarios lo que están pidiendo es otra cosa, es que el poder cambie de manos por su cara bonita. Algunos de sus militantes más txotxolos han pedido gobiernos formados por empresarios, la implantación de un presidente por sus gónadas morenas y todas esas cosas que ya resultan más propias de ellos y menos estrambóticas.

También en el Congreso se oyen discursos fake y se ven votos más falsos que Judas. Votan no al estado de alarma porque saben que es necesario y, por eso mismo, otros lo sacarán adelante y de no ser así, los efectos serán tan nefastos que se volverán en contra del Gobierno al que quieren echar cuanto antes, sin darse cuenta de que a la vez que jalean con sus planteamientos fake a sus adeptos, obligan a cerrar filas con el Gobierno hasta al último con una pizca de sentido común. Son políticos fake los que afirman que hay otros instrumentos legales que servirían ya que no es cierto, y también los que respaldan su 'no' en supuestas reformas legislativas que, bien lo saben, llegarían para rebrotes lejanos pero no para este mes que nos preocupa. Los representantes fakes hablan de terrorismo, de autogobierno, de agravios comparativos pero olvidan hablar del bien común, de salvar vidas y de llevar a cabo lo mejor para el interés común de los españoles. Plantean falsas premisas para emboscar su intención meramente política, partidista y electoral. También les he hablado otros días de las querellas fake, que sólo tienen de jurídico el envoltorio, porque no son sino instrumentos para intentar echar más bencina al fuego y permitir así a sus promotores arrimar el ascua al fuego que quieren que caliente.

Su revolución es una revolución fake, una pataleta de perdedores. Todos saben que no hay posibilidad de armar una mayoría parlamentaria distinta a la actual y, si me apuran, que el haber bandeado lo más grave de las crisis con los mismos pantocazos y los mismos resultados que los países de nuestro entorno no va a cambiar a corto plazo las cartas que tienen sobre la mesa.

Otra cosa es que lo chirigotero de sus acciones, lo extravagante de la protesta de los privilegiados, sea un reclamo invencible para las cámaras. Nadie va a responder a la provocación y eso es muy importante. Tengan en cuenta que aún les falta encumbrar a algún mártir para completar el proceso de apropiación de las luchas de verdad.

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