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La Generalitat condecora al sector negocios de Convergència

Carles Vilarrubí (derecha) junto al anterior conseller de Empresa y Empleo de la Generalitat, Francesc Xavier Mena / Generalitat de Catalunya

Víctor Saura

En el momento de mayor desprestigio del pujolismo y su forma, finalmente acreditada, de fundir los intereses patrióticos con los personales, Artur Mas ha distinguido con la Creu de Sant Jordi a uno de los más insignes miembros de lo que fue el sector negocios de CDC, tal vez el único que no ha salido escaldado. Carles Vilarrubí Carrió fue en los ochenta y noventa uno de los hombres más cercanos a Jordi Pujol y Lluís Prenafeta, un joven ambicioso y fiel en quien podían confiar ciegamente para las tareas más delicadas. Compañero de generación y amigo de Jordi Pujol Ferrusola, Artur Mas y Felip Puig, su matrimonio, a inicios de los 2000, con la rica heredera de la multimillonaria saga Daurella (Coca-Cola) le alejó de aquellos ambientes mundanos para elevarle al olimpo de la alta sociedad barcelonesa, desde donde el salto a la vicepresidencia del Barça (y quién sabe si algún día a la presidencia) le ha dado la aureola de respetabilidad que su pasado de fontanero del régimen nunca hubiera hecho prever. La Creu de Sant Jordi es la guinda de una brillante carrera.

¿Qué méritos ha hecho Vilarrubí para justificar el galardón? Este es el texto oficial con el que la Generalitat expone las razones para distinguir al empresario: “Por su presencia significativa en la vida económica y social catalana a través de diferentes empresas e instituciones. Entre otras muchas iniciativas, destaca su papel en la puesta en marcha de Catalunya Ràdio y RAC1. Es vicepresidente de la banca Rothschild España y presidente del holding CVC Grupo Consejeros y de la correduría de seguros Willis S&C. También es vicepresidente del FC Barcelona y responsable del área institucional e internacional del club”.

Si se analiza mérito a mérito, no hay por donde cogerlo. ¿Qué ha hecho la banca de inversiones Rothschild por Cataluña?; ¿Y la correduría de seguros Willis?; ¿No será Cataluña la que ha hecho mucho por Rothschild, Willis o por CVC Grupo Consejeros (fusionada desde el año 2000 con Bassat Ogilvy)?; ¿Basta con ser vicepresidente del Barça para merecer la Creu de Sant Jordi, y si es así, por qué no se la dieron nunca al gran Nicolau Casaus?

En la frase inicial se encuentra la clave: “Presencia significativa en la vida económica y social catalana”. Efectivamente, Vilarrubí ha estado en la trastienda de todas las salsas desde que en la campaña electoral de las primeras autonómicas, las que Pujol gana contra pronóstico, ejerce de chófer personal del candidato convergente. Aquel marzo de 1980 Vilarrubí se gana a pulso la confianza del entorno Pujol, que tres años más tarde le recompensa con el encargo de poner en marcha las emisoras de la Generalitat. Con 29 años Vilarrubí es nombrado director general de Catalunya Ràdio, y es evidente que la elección no se debe a su amplia experiencia en el mundo de la comunicación radiofónica.

Tres años más tarde, en 1986, recibe un nuevo encargo delicado: impulsar las loterías de la Generalitat, una operación concebida con el objetivo de que el dinero jugado por los catalanes se quede en Cataluña y no se vaya a Madrid. Prenafeta sitúa a Vilarrubí como director de la Entidad Autónoma de Juegos y Apuestas, pero se destapa la adjudicación amañada de las loterías a una empresa de la familia Suqué (la de los Casinos) y la polvareda que levanta el escándalo le sitúa por primera vez ante los focos. Afortunadamente, aquellos eran tiempos en los que las irregularidades en la gestión pública eran mansamente enterradas, y esa es la suerte que correrá el denominado Lotto-gate.

De ahí Vilarrubí da el salto definitivo a la empresa privada, primero como hombre en Cataluña de Trébol Internacional, el grupo empresarial de Manuel Prado y Colón de Carvajal (conoce a Prado porque era el representante en España de una multinacional del juego que entra en el negocio de las loterías como socio tecnológico de los Suqué), y poco después como consejero delegado de Grand Península, la firma con la que Javier de la Rosa se hace cargo de la operación de salvamento de lo que acabaría denominándose Port Aventura (y por entonces aún se conoce como Tibigardens). Este es uno de los momentos claves en la trayectoria profesional de Carles Vilarrubí. El hoy Creu de Sant Jordi evidencia una astucia poco frecuente cuando pone rápidamente distancia con quien entonces era el rey midas de Cataluña. Vilarrubí se da cuenta de que el empresario modelo es en realidad un trapacero de tomo y lomo y se niega a cooperar en al menos uno de sus chanchullos, por lo que se larga de Grand Península y regresa a Trébol.

Al margen de otros negocios propios de menor calado, a lo largo de los noventa Vilarrubí se convierte en uno de los alfiles que Convergencia tiene estratégicamente situados en la empresa privada. Es consejero de la Seda de Barcelona (donde coincide con Artur Mas y Jordi Vilajoana), interviene en la privatización de Potasas del Llobregat y del Centro Informático de la Generalitat (asesorando a las multinacionales extranjeras que se adjudicarán ambas concesiones), y, como consecuencia del Pacto del Majestic (1996), entra en los consejos de administración de Telefónica y Antena 3 Televisión, al tiempo que Rafael Español, otro amigo del Júnior hoy caído en desgracia (ex presidente de La Seda, está procesado por presunta malversación de 12 millones de euros de la empresa química), lo hace en el consejo de administración de Endesa. En aquellos tiempos Telefónica realiza varias operaciones empresariales con TV3 (Mediapark, Audiovisual Sport) y también patrocina al equipo del piloto catalán de Fórmula 1 Marc Gené, pero la llegada de César Alierta a Telefónica en sustitución de Juan Villalonga acarrea la salida de Vilarrubí del consejo. Estamos en marzo de 2001.

La génesis de RAC1 arranca un par de años antes, en 1999. El pujolismo intuye que tiene los días contados (Pujol ganará las elecciones de aquel año ante Maragall por los pelos) y que tarde o temprano perderá el control sobre los medios audiovisuales públicos, hegemónicos entre su electorado, y de ese diagnóstico surge la necesidad de promover un grupo multimedia privado potente y afín. La Generalitat convoca un concurso para la explotación de múltiples frecuencias del espacio radioeléctrico que aún estaban sin ocupar y el gran vencedor es una sociedad del grupo Godó, Radiocat XXI, en la que Vilarrubí tiene el 15%. De aquella concesión en masa de frecuencias nace RAC1, que a golpe de talonario alcanzará su objetivo de desbancar a Catalunya Ràdio del liderato. También se involucraría en la puesta en marcha de lo que hoy es 8tv, la tele de Godó que nace con idéntica intención (pero menor fortuna) de asaltar la corona de TV3.

Más o menos en aquellos tiempos se produce el matrimonio con Daurella. Con 45 años Vilarrubí entra por la puerta grande en la jet set catalana. Ahora ya puede dedicarse a pasiones dignas de su clase y condición, como el automovilismo (corre en carreras de aficionados formando equipo con Jordi Gené, el hermano mayor de Marc) o la hípica (invierte en una cuadra y preside el Club Internacional de Propietarios de Caballos de Salto), a guiar los primeros pasos de Iñaki Urdangarín por el mundo de los negocios (le coloca en el consejo de la editorial Motorpress Ibérica), o a ocupar sillas en las instituciones más selectas de la sociedad civil, como el patronato del Palau de la Música (en tiempos de Millet) o, mejor aún, la actual junta directiva del Barça, mientras Artur Mas agasaja Sol Daurella con la presidencia del Teatre Nacional de Catalunya.

Todo ello, obviamente, sin dejar de tener un ojo en los negocios. Gracias a sus contactos, Rothschild asesora la venta de Chupa-Chups (familia Bernat) a la multinacional italiana Perfetti VanMelle, y la de Joyco (Carulla) a los estadounidenses de Wrigley, así como la salida a bolsa de Almirall (Gallardo), entre otras operaciones.

Con toda esta hoja de servicios, es indiscutible que Carles Vilarrubí Carrió merecía una Creu de Sant Jordi. Al fin y al cabo, si Ramon Bagó (2001) y Carles Sumarroca (2010) tienen una, ¿por qué no debería tenerla Vilarrubí? Como también es evidente que tenía que ser ahora. Es difícil adivinar quién repartirá las del año que viene.

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