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Sobre este blog

Este blog pretende servir de punto de encuentro entre el periodismo y los viajes. Diario de Viajes intenta enriquecer la visión del mundo a través de los periodistas que lo recorren y que trazan un relato vivo de gentes y territorios, alejado de los convencionalismos. El viaje como oportunidad, sensación y experiencia enlaza con la curiosidad y la voluntad de comprender y narrar la realidad innatas al periodismo.

Un paseo por el Cádiz, Cádiz, Cádiz

Puesta de sol en la ciudad.

Víctor Saura

Empecemos reconociendo la evidencia: el paso por Cádiz de un servidor no fue el más idóneo para reseñar la ciudad. Porque hasta allí no me llevó el turismo sino un evento, por lo que apenas me quedaron unas horas para patear el centro, eso sí, en buena compañía y muy bien guiado. Cuentan los gaditanos que si alguien te dice que es de Cádiz quiere decir que es de la provincia, que si te dice que es de Cádiz, Cádiz significa que es de la ciudad. Pero que uno del centro histórico te dejará claro que él es de Cádiz, Cádiz, Cádiz. Pues bien, ahí llega una primera constatación: el Cádiz, Cádiz, Cádiz es un lugar estupendo para ser pateado. Un enorme laberinto donde se alternan calles y plazas bulliciosas con otras pasmosamente silenciosas y solitarias. Raramente se asoma algún coche.

Segunda constatación: pocas ciudades del mundo atesoran en su seno tal compendio de hazañas históricas. Al llegar te explican la leyenda de Hércules como fundador de la ciudad. Al tener poco tiempo, nos dejamos de mitos y leyendas. Lo que sí está fuera de dudas es que ninguna ciudad de la Europa occidental puede presumir como Cádiz de unas raíces de más de 3.000 años, que se remontan al momento en que un grupo de mercaderes fenicios eligieron lo que entonces era un pequeño archipiélago para levantar una colonia. Luego ya fueron llegando los cartagineses, los romanos, los visigodos, los musulmanes, los cristianos, los del comercio con América y los de la Pepa. Los gaditanos están tan orgullosos de esa historia que a la mínima se autoreferencian con los nombres fenicio, romano y cristiano. Pasear por el Gádir, Gades, Cádiz con los ojos abiertos es ir cruzándose con las huellas que dejaron todos ellos.

Empecemos por el final. Si de algo pueden sacar pecho los gaditanos es de ser la cuna de la democracia en España, puesto que fue ahí donde se firmó la primera Constitución, en 1812, en plena ocupación napoleónica y que tenía la pretensión de poner fin al absolutismo de antiguo régimen. Eso aún tardó unos años en suceder, pero la semilla de la democracia se plantó en Cádiz, y con motivo hace unos años celebraron ese bicentenario por todo lo alto.

Conviene visitar el Museo de las Cortes de Cádiz, que además de objetos relativos al momento alberga una impresionante maqueta de caoba de la ciudad realizada en el siglo XVIII. De un vistazo se constata la magnitud del laberinto gaditano.

Cádiz no es Nueva York, pero como en la ciudad de los rascacielos mientras se deambula por el adoquinado vale la pena ir echando la vista arriba. Así es como el visitante descubre la cantidad de edificios que están coronados por torres. Resulta que son una herencia del siglo de oro, de cuando Cádiz tuvo el monopolio del comercio con América y el nacimiento de una nueva burguesía comercial hizo florecer la ciudad. Estos comerciantes necesitaban hacerse ver a los barcos que se acercaban al puerto para empezar a negociar incluso antes de amarrar. Un total de 142 torres se reparten por toda la ciudad. La más conocida y visitada es la Torre Tavira, que con sus 45 metros fue durante decenios la más alta y envidiada del casco antiguo. Hoy es uno de los mejores miradores de la ciudad.

Otro curioso testimonio de esa época es la catedral nueva o de Santa Cruz, cuya plaza constituye el epicentro del triple Cádiz. La llamativa mezcla de estilos de su fachada (barroca-neoclásica), pero sobre todo de materiales (una base de mármol blanco, un tronco de roca caliza y una corona de nuevo de mármol blanco) es consecuencia directa de los vaivenes comerciales de la ciudad. La construcción se dilató a lo largo de 116 años, y la parte del material barato, la roca caliza, responde a la época en que Cádiz perdió el monopolio en favor de Sevilla. Luego lo recuperó.

Si hay una catedral nueva es que también hay una vieja, que curiosamente tiene también consideración catedralicia puesto que Cádiz es una de las pocas diócesis con permiso para albergar dos sedes episcopales. La fachada de la vieja no llama tanto la atención, pero sí lo hace su dorso, de estética claramente árabe. En realidad fue mezquita antes que catedral. O sea como en Córdoba pero en pequeño. No hay muchos más vestigios musulmanes por las calles de la que fuera Yazirat Qadis, hay que ir buscándolos por los museos.

Muy cerca de la catedral vieja se hallan diversos yacimientos que permiten adentrarse en la antigüedad, tanto romana como fenicia. Un impresionante teatro romano del siglo I casi pasa desapercibido porque está embutido bajo unos edificios de viviendas. Al parecer nunca se ha encontrado la forma de compensar a sus propietarios para que cambien de morada y dejen así respirar al teatro. Cuando uno es de Cádiz, Cádiz, Cádiz no quiere otro lugar para vivir. O sea que desde fuera apenas se ve muro, por lo que hay que entrar sí o sí. Impresionante también es la antigua fábrica de salazón romana, descubierta hace poco más de 20 años, y que pone de relieve la intensa actividad pesquera-conservera y exportadora de la ciudad antes incluso del dominio romano.

Antes de acabar el tour hay que acercarse al yacimiento fenicio Gadir, bajo el teatro de títeres de la Tia Norica (otra tradición cultural gaditana), que son los restos fenicios más importantes de toda la cuenca mediterraánea. El acceso al yacimiento es gratuito, pero hay que reservar entrada porque sólo se aceptan grupos de hasta 25 personas cada hora. Un magnífico audiovisual que recrea la antigua Gadir se combina con el testimonio de unas calles y viviendas que datan del siglo VI antes de Cristo. Se dice pronto.

Todo está tan a mano que en un solo día en Cádiz se pueden recorrer esos tres milenios. Y aún mejor, hasta queda tiempo para un paseo por su precioso malecón de resonancias habaneras, o para darse un chapuzón en una de sus magníficas playas. Dicen que pasar por Cádiz sin probar sus playas y su pescaíto es pecado. Un servidor pecó (¡estábamos en invierno!), y mi penitencia será regresar, pero con más tiempo.

Vueling vuela de Barcelona a Jerez.

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