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Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

¿Hay que matar al perro?

Coste y oportunidad de sacrificar a Excalibur

Al poco de publicar este post hemos sabido que se ha sacrificado al perro de la auxiliar de enfermería infectada de ébola, por lo visto en la vivienda en la que se encontraba. Por eso, este texto debe ahora entenderse como lo que es, una reflexión sobre el efecto que una gestión cortoplacista y apresurada de una crisis puede tener sobre la posibilidad de obtener conocimientos útiles para el futuro.

Tras el impacto de la noticia de la contracción de ébola por parte que una de las trabajadoras sanitarias que estuvieron en contacto con los misioneros enfermos repatriados, todos los ciudadanos nos hacemos muchas preguntas que, desgraciadamente, no han sido adecuadamente contestadas por los responsables de gestionar esta crisis.

Como científicos no epidemiólogos tenemos poco o nada que añadir al trabajo de los profesionales sanitarios en lo que se refiere a la gestión de esta alerta sanitaria, y debemos dejar que primero trabajen en contener la enfermedad, para que no haya más contagiados. Y, desde luego, no superar los niveles de contagio que puedan resultar en la propagación epidémica de la enfermedad, como explicamos en un post reciente.

Una vez cumplido este objetivo, habrá que determinar exactamente cómo se produjo el contagio, qué medidas son necesarias para que no se repita, y hasta qué punto las medidas tomadas hasta ahora han constituido un riesgo tanto para el personal de Infecciosas del Hospital Carlos III, como para la población de Madrid. Y como ciudadanos de la otra España que puja por renovar este país buscaremos que se depuren las responsabilidades que aparezcan, y que nos planteemos por qué se dedica más dinero a repatriar y tratar europeos que a combatir el ébola en su región de origen, conteniendo su avance en lugar de redistribuir geográficamente el virus. La mejor manera de contener una enfermedad es evitar su propagación a otras regiones.

Sin embargo hay un aspecto de la gestión de las alertas sanitarias por enfermedades infecciosas que sí concierne directamente a la buena praxis científicapraxis: documentar y aprender de los casos reales. Y una noticia concreta nos ha llamado mucho la atención. El marido de la auxiliar de enfermería infectada solicitó ayuda a través de las redes sociales para que la Comunidad de Madrid no sacrificara al perro de la pareja, Excalibur.

Ciertamente, se sabe que varias especies de mamíferos pueden transmitir la enfermedad, y de hecho son el principal vector y reservorio de la misma en diferentes zonas de África. Además de los murciélagos frugívoros, considerados como huéspedes naturales de la enfermedad en África, se han documentado casos de infección asociados a la manipulación de primates, antílopes y puercoespines.

Además, se ha observado que la proporción de individuos con anticuerpos del virus ébola en perros de la zona epidémica de la enfermedad en Gabón aumenta con el número de casos registrados en cada área. Esto es, aproximadamente uno de cada cuatro perros ha estado expuesto al virus en las áreas con más enfermos humanos. Por lo que se sabe, los canes no desarrollarían síntomas de la enfermedad, y habrían adquirido el virus comiendo carroña de animales infectados. Eso hace que se considere posible la transmisión mediante el contacto íntimo con sus compañeros humanos.

Es precisamente la posibilidad de que el perro de la sanitaria afectada sea portador lo que ha llevado a la Comunidad de Madrid a optar por sacrificarlo.

Los expertos en salud pública tienen opiniones encontradas sobre la necesidad de dicho sacrificio. Nosotros tenemos dos razones para creer que ganamos más dejándolo vivo y estudiando su evolución que sacrificándolo.

La primera no es científica, sino que proviene de la confianza que, como a gran parte de la ciudadanía y el personal sanitario, nos ofrece la gestión de la crisis hasta el ingreso de la paciente y el aislamiento de las personas que han tenido contacto en el Hospital Carlos III. Si una profesional acostumbrada al trato de enfermedades infecciosas en el centro de referencia estatal se ha contagiado, probablemente por la deficiencia en los materiales y/o protocolos suministrados por la administración, ¿cómo podemos estar seguros de que el sacrificio y posterior eliminación del cadáver de su perro se producirá con todas las garantías necesarias para evitar la propagación del virus? ¿Tenemos personal entrenado para emergencias veterinarias de este nivel, o se les va a dar un cursillo de media hora?

La ausencia de centros veterinarios con nivel IV de bioseguridad es uno de los motivos esgrimidos para sacrificar a este animal. Pero es importante recalcar que su captura y sacrificio en la vivienda en la que se encuentra, así como el traslado posterior del cadáver, entraña niveles de riesgo similares a su captura y traslado a un centro de investigación adecuado por técnicos entrenados. Una vez en el centro de referencia y en condiciones de aislamiento, el riesgo de contagio será muy inferior.

La segunda razón es científica, pero también concierne a nuestra seguridad: es importante averiguar cómo actúa el virus realmente en perros. Como dice el autor principal del único estudio sobre el tema, podemos aprender mucho acerca de la enfermedad si seguimos su evolución en el perro, si es que está infectado. A menos de 60 kilómetros de Alcorcón, donde se encuentra la vivienda de la enfermera afectada, se encuentra el Centro de Investigación en Sanidad Animal (CISA), dependiente del INIA, que aunque no cuenta con laboratorios de nivel IV, sí tiene de III y III+, en los que podrían operar especialistas venidos del extranjero con un nivel de riesgo mínimo.

Los científicos trabajamos tanto observando y documentando fenómenos naturales como realizando experimentos. No vamos a entrar ahora en las bondades e inconvenientes de la experimentación animal, que ya hemos discutido en otras ocasiones. Pero es claro que estudiar la evolución natural de la enfermedad en un perro contagiado es mucho menos intrusivo y debatible en términos morales que infectar perros para un experimento en el futuro.

Además, hacerlo puede proporcionar rápidamente y en condiciones reales una información de la que carecemos. Como recuerda su propio autor, el estudio al que hemos hecho referencia se realizó a posteriori, contabilizando la prevalencia de anticuerpos del virus en áreas que fueron afectadas por brotes de ébola en el pasado. Es necesario resaltar que la transmisión del virus por perros parece posible, pero a diferencia de lo que afirma este post no está comprobada. De hecho, ni siquiera esta comprobado que hayan llegado a hospedar virus vivos.

Una lectura del artículo original (ver resumen en español) indica que lo que se sabe es que el virus ha dejado rastros (anticuerpos) en los perros de zonas en las que la epidemia es endémica. Pero se desconoce hasta qué punto los canes han desarrollado los virus, cuán contagiosos pueden ser, si se pueden contagiar mediante su contacto por humanos (en lugar de comiendo carne infectada) o si pueden ser transmisores efectivos del virus por contacto o incluso por mordedura.

Tampoco sabemos cómo evoluciona el virus en los perros. Aunque se trate de un único caso, un estudio adecuado del perro incluyendo análisis regulares de sangre y seguimiento de eventuales síntomas nos habría podido proporcionar muchísima información de extrema utilidad en la gestión de una posible epidemia en zonas urbanas.

Todo eso sin contar con el valor potencial de los anticuerpos eventualmente desarrollados por el perro para futuras investigaciones biomédicas y veterinarias. Podría haber venido muy bien, ahora que es posible que las farmacéuticas empiecen por fin a tomarse en serio la investigación en una enfermedad que ha pasado a ser prioritaria por su mera deslocalización fuera de África.

Vivimos en una sociedad en la que multitud de mascotas conviven con mujeres y hombres en las ciudades, y con un número no desdeñable de perros cimarrones y otros animales asilvestrados. Saber qué puede pasar cuando un perro adquiere el virus puede ser fundamental para un control efectivo de una posible epidemia. En la balanza entre coste y oportunidad potencial que todo gestor debería tener en la cabeza, creemos que está claro que ganamos mucho más estudiando la evolución del virus en el perro de la auxiliar de enfermería infectada que sacrificándolo. Sobre todo si el coste que se pone en la balanza es el de conocer y controlar una enfermedad infecciosa a largo plazo, y no objetivos políticos cortoplacistas.

Dice el dicho popular que “muerto el perro se acabó la rabia”. Pero, señores gestores, la rabia no se controló matando perros, sino cuando el investigador Louis Pasteur se arriesgó a trabajar con animales infectados hasta descubrir una vacuna. Gracias a la vacunación obligatoria de todos los perros domésticos, la rabia se ha erradicado a niveles prácticos (casos mortales en humanos) de Europa. Y se podría erradicar de la mayor parte de África si se dedicara el suficiente esfuerzo económico a ello. Sin embargo, 55.000 personas mueren de rabia cada año, principalmente en Asia y África.

Matando al perro no vamos a parar la expansión del ébola. Estudiándolo acumularemos conocimiento sobre la enfermedad que puede ser útil en el futuro. Y dedicando recursos al estudio, tratamiento y, sobre todo, la prevención en los países en los que es endémica podemos erradicar el ébola. Y, de paso, mejorar las condiciones de vida de decenas de miles de personas a las que hemos dejado de lado hasta que la enfermedad ha llegado hasta nuestras puertas.

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Ciencia Crítica pretende ser una plataforma para revisar y analizar la Ciencia, su propio funcionamiento, las circunstancias que la hacen posible, la interfaz con la sociedad y los temas históricos o actuales que le plantean desafíos. Escribimos aquí Fernando Valladares, Raquel Pérez Gómez, Joaquín Hortal, Adrián Escudero, Miguel Ángel Rodríguez-Gironés, Luis Santamaría, Silvia Pérez Espona, Ana Campos y Astrid Wagner.

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