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Los poetas no van al gimnasio, pero beben vino

Poetas en FENAVIN

Francisca Bravo Miranda

El director de cine Javier Rioyo animó en FENAVIN una mesa redonda con Almudena Grandes, escritora, Benjamín Prado, poeta y Chus Visor, librero y editor. La introducción de “El vino de los poetas” fue sencilla: el vino ha estado en las narraciones literarias desde sus principios. Rioyo señaló que ya las primeras narraciones en español se dedicaron a un “buen vaso de vino” pero no fue, en ningún caso, fue la primera ocasión. Muchas culturas reconocieron desde sus inicios el vino y sus beneficios.

Y es que, tal como señaló el director de cine, los poetas no son “muy de ir al gimnasio” sino que, más bien, son de buen beber. Algunos de beber mucho, pero otros de beber muy bien. El repaso “arbitrario”, tal como lo señaló Rioyo, abarcó épocas tan tempranas de la literatura como la Odisea hasta los miembros de la llamada generación de los años 50’ o, como fue calificada en la mesa, la “generación del alcohol”.

Almudena Grandes se encargó de hablar de la poesía señalando un dato revelador de la obra de Robert Graves “La Hija de Homero”. Para la escritora madrileña, la relación de la Odisea con el vino es también algo personal. La poesía épica de Homero fue el primer libro que su abuelo, Manolo Grandes, que aparece siempre en sus historias, le regaló. Y no sólo eso: Grandes también probó el vino por primera vez de la mano de su abuelo, con la teoría de que la bebida era buena “para los niños”.

En la “Hija de la Odisea” existe la teoría de que el poema épico no fue escrito, como se supone, por el autor griego, sino por el contrario: fue un trabajo colectivo en el que habría también mujeres involucradas y no una, sino muchas. ¿Por qué se cree esto? Grandes señalaba que, mientras las descripciones de los barcos no eran las más adecuadas, otras sí lo eran. Y en esto es lo que entra el vino. Durante la narración del naufragio en el que Ulises conoce a Nausica, las doncellas lavaban ropa. Y la descripción de cómo quitaban las manchas de vino en el mantel eran tan profundas que no quedaba más que asumir que el autor era, de hecho, una mujer. Porque sabían cómo lavar, pero no como eran los barcos.

Benjamín Prado, por su parte, señaló que los mismos autores que lo iniciaron como lector fueron precisamente también aquellos poetas que han dedicado grandes palabras al vino. Nombres de la Generación del 27, como Alberti, García Lorca o Cernuda, pero también transatlánticos como Pablo Neruda o Nicanor Parra, tienen todos “curiosamente” muchas obras dedicadas a la bebida mediterránea. En algunos casos, como en el de Rafael Alberti, no estaban dedicados al vino, sino a la bodega y a la mitología alrededor de su consumo. Neruda, por su parte, jugaba con las palabras: “sangre de topacio, desordenado terciopelo”.

Prado señalaba también que coincide en la visión de algunos autores que hablaban de la ebriedad como una manera de ver más allá, como es el caso del poeta Claudio Rodríguez. Rodríguez, parte de la generación de los años 50’. Chus Visor señaló que Rodríguez era parte de la generación “del alcohol”, un grupo de artistas que se juntaron por motivos muy importantes: el antifranquismo y también el gusto de la bebida. “Ellos bebían mucho, pero Claudio sólo bebía vino porque era muy barato”, señalaba Visor. Los ponentes concluyeron que la bebida se convirtió para estos artistas en una manera de construir un espacio de libertad dentro de un ambiente “casposo y restrictivo”, como lo definió Prado, como fue la dictadura franquista.

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