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La izquierda urbana gallega, una piedra en el camino de Feijóo hacia Madrid

Feijóo, con Rajoy el pasado viernes en Marín (Pontevedra) / PP

David Lombao

La marea negra del Prestige no solo arrastró a Galicia toneladas de chapapote que ennegrecieron las playas. También fue el arrastre para el retorno a la Xunta de Alberto Núñez Feijóo, entonces un desconocido para la opinión pública gallega pero en absoluto un neófito en la Administración autonómica.

Feijóo había crecido en el Ejecutivo gallego a la sombra de José Manuel Romay Beccaría, actual presidente del Consejo de Estado y todopoderoso dirigente popular en Galicia y Madrid. En calidad de conselleiro de Sanidad, Romay eligió a Feijóo como hombre de confianza y, tras la victoria de José María Aznar en 1996, hizo lo propio en el Ministerio del mismo ramo. Al frente de un Insalud que se vaciaba de competencias, primero, y como presidente de Correos bajo el mando de Francisco Álvarez Cascos, después, Feijóo se granjeó la fama de buen gestor -o de tecnócrata- que lo acompañó cuando fue enviado de vuelta a Galicia para, en plena crisis del Prestige, sustituir al que había sido delfín de Fraga, Xosé Cuiña, y poner una pica de la calle Génova en el atribulado Gobierno de Fraga.

Más de una década después de aquellos acontecimientos, las elecciones del 24-M y, más concretamente, la izquierda urbana gallega, se presentan como una nueva piedra en el camino para que el presidente de la Xunta pueda realizar el camino inverso hacia la capital de España.

En 2005 el patrón de la derecha española perdió el control de la Xunta, que pasó a manos de la coalición de PSdeG y BNG. Apenas seis meses después de la derrota, el PPdeG ya había elegido sustituto para Fraga, que no era otro que un Feijóo que ya se había deshecho por el camino del exconselleiro Cuiña entre acusaciones de trato de favor por parte de la dirección central del partido. El 16 de enero de 2006 Mariano Rajoy alzó ante el congreso del PP gallego el brazo de Feijóo, elegido sucesor de Fraga por el 96% de los votos. “Estoy que me salgo después de lo que ha pasado aquí”, comentó el actual presidente del Gobierno tras aquel acto.

Pese al abierto apoyo de un Rajoy necesitado de alegrías electorales, Feijóo tenía ante sí un reto que no era menor: que la sociedad gallega le conociese por algo más que por ser el chico al que habían puesto en el sitio de Fraga. Así, el nuevo aparato del PPdeG, de composición mixta entre las baronías provinciales gallegas y elementos madrileños, convirtió los meses previos a las elecciones municipales de 2007 en una verdadera gira de presentación de Feijóo pueblo a pueblo. Mientras los gobernantes PSdeG y BNG daban muestras de cierta desconexión con el pulso de la calle y, al tiempo, infravaloraban la potencia de la maquinaria de la derecha, el PP iba construyendo un candidato a la Presidencia de la Xunta.

Cuando en 2009 el socialista Emilio Pérez Touriño llamó a las urnas, Feijóo había cambiado hasta de imagen. Había accedido a prescindir de la gomina, en lugar de sus habituales americanas cruzadas lucía chaquetas de pana y repetía una desconocida canción que años después se convertiría en éxito internacional: la “austeridad”.

Feijóo ganó en 2009, le regaló a Rajoy su primera victoria en las urnas y, casi al mismo tiempo, abrió un interrogante que era una cuenta atrás. ¿Cuánto tardaría en volver a Madrid? Durante sus primeros años de gobierno, los del declive del zapaterismo, trabajó su imagen en los medios de la Villa y Corte, que pasaron a considerarlo una especie de nuevo Ruiz-Gallardón. El barón gallego al que casi no se le nota el acento ejercía de látigo contra la corrupción, daba lecciones de buen gobierno, se mostraba tolerante con asuntos como el matrimonio homosexual y, sobre todo, ganaba elecciones.

Tras su segunda victoria en Galicia, en octubre de 2012 -cuando ganó tres escaños pese a perder 130.000 votos-, y el nombramiento de un vicepresidente, Alfonso Rueda, el ascenso a los cielos de Génova o incluso de Moncloa parecía ya inevitable. Pero el último día de marzo de 2013 el diario El País publicó unas viejas fotografías en las que se podía observar a Feijóo navegando por la ría de Arousa en el yate del narcotraficante Marcial Dorado en 1995, cuando el ahora presidente de la Xunta dirigía la sanidad pública gallega junto a Romay.

Las especulaciones sobre el origen de las fotos fueron múltiples, incluyendo el fuego amigo, pero su publicación y la posterior gestión de la crisis -Feijóo llegó a afirmar, sobre sus viajes con Dorado, que no recordaba el destino de uno de ellos, pero sí que “había nieve”- frenaron en seco el viaje a la Meseta.

El reto de las ciudades

El escándalo de las fotos devolvió a Feijóo a la casilla de salida, pero su efecto fue, poco a poco, diluyéndose. Lo hizo especialmente cuando otro escándalo, el de los papeles de Bárcenas, comenzó a alimentar los titulares y a convertir en minucias las presuntas tramas de corrupción galaicas, como la Pokémon, por mucho que toquen de lleno al propio PP.

En este contexto el marcador del presidente gallego comenzó a sumar puntos de nuevo para el salto a la liga estatal. Pero, más allá de la posibilidad de que haya o no nuevas fotos con Dorado susceptibles de ser publicadas, el complejo panorama que se puede abrir para el PP en las ciudades gallegas tras las elecciones municipales puede minorar, en cierto modo, la luz de la estrella de Feijóo, más allá de que el PP siga siendo la fuerza más votada en Galicia.

Cuatro años después de lograr un excepcional triunfo municipal y de apuntarse hitos como las tres mayorías absolutas de las tres ciudades de la provincia de A Coruña, pilar fundamental de Feijóo en el PP gallego, el desgaste general del partido de la gaviota y la emergencia de las plataformas electorales conocidas como “mareas” forman un cóctel difícil de gestionar.

Durante la campaña el presidente se emplea a fondo, con hasta una decena de actos diarios, y toca con energía, incluso con rabia, sus éxitos electorales de siempre -la crítica sin piedad a los gobiernos de coalición, el elogio da austeridad- con algún acorde nuevo, como las menciones a Venezuela. Pero la sintonía puede llegar a sonar desafinada si, por ejemplo, el Ayuntamiento de Santiago pasa a manos de una coalición encabezada por Compostela Aberta o si en A Coruña el PSOE o la Marea Atlántica le arrebatan la alcaldía a Carlos Negreira, del PP.

Teniendo en cuenta las encuestas, los populares tienen prácticamente imposible gobernar en Vigo y Pontevedra, donde PSOE y BNG, respectivamente, acarician las mayorías absolutas, y su desastrosa gestión de la falta de servicios en el Hospital Lucus Augusti les complica sobremanera el asalto a la alcaldía de Lugo. Conservar el bastón de mando en Ferrol o incluso alcanzarlo en Ourense podría ser una hoja de servicios excesivamente corta como para, por ejemplo, sustituir en la secretaría general del PP a una María Dolores de Cospedal caída en desgracia si se diese el caso de que no lograse seguir siendo presidenta de Castilla-La Mancha. Y mucho menos, a priori, para ser delfín de Mariano Rajoy.

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