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Amberes es una revista digital volcada en la divulgación de contenidos culturales y con un especial interés en los nombres y eventos de la escena santanderina.

Emulando la vocación comercial de la ciudad que le da nombre, nuestra revista aspira a transformarse en un polo de intercambio no ya de bienes tangibles, sino de una serie infinita de ideas cuyo anclaje se encuentra en las manifestaciones culturales más dispares. Nuestro propósito es acercarnos a éstas sin miedo para mediar entre ellas y nuestros lectores.

Sachsenwald: nazismo y porno

Adolf Hitler y Joseph Goebbels en los estudios de la UFA |

Mario González-Linares

El cuerpo humano constituyó uno de los motivos estéticos preponderantes de la Alemania nazi. El desnudo fue exaltado en cada una de las disciplinas artísticas, inclusive la de más reciente aparición, el cine. Así lo atestiguan las películas nudistas 'Weg zu Kraft und Schönheit heiben' o 'Die Nacht der Amazonen', en las que el desnudo es exhibido sin el menor pudor.

Pero la actitud de los nazis hacia la pornografía fue muy distinta. Considerada una más de las «artes degeneradas», su producción, distribución y posesión estuvieron perseguidas por la ley, del mismo modo que lo estuvo la prostitución. Ello no fue óbice para que Reinhard Heydrich -jefe de la Gestapo entre los años 1934 y 1939- empleara el Salon Kitty, un conocido burdel, como instrumento de espionaje interno con la colaboración de jóvenes del Servicio Auxiliar Femenino de las SS.

La primera noticia acerca de la circulación de películas pornográficas dentro de los límites territoriales del Tercer Reich procede de la obra 'El dominio del Eje sobre la Europa ocupada' (1944), de Raphael Lemkin. Responsable de acuñar el concepto de «genocidio», el jurista polaco enumera en su trabajo las técnicas implementadas a este efecto por los nazis durante su tiranía sobre los países ocupados.

Según Lemkin, el objetivo de algunas de estas medidas -como favorecer el consumo de alcohol o estimular el juego- era debilitar la moral nacional de forma que no pudiera encomendarse a propósitos más elevados, entre los que se contaba la resistencia al invasor. En este sentido, la difusión de publicaciones y películas pornográficas debía contribuir a la progresiva degradación de la población polaca.

Sin embargo, habría que esperar a la publicación en Playboy del artículo 'La historia del sexo en el cine' -ya en el año 1965- para que comenzara a ahondarse en el posible origen de estas producciones. Sus autores, Arthur Knight y Hollis Alpert, aluden en él a una serie de filmes pornográficos a los que se refieren como las «películas de Sachsenwald», así llamadas por haber sido -supuestamente- rodadas en el bosque del mismo nombre, localizado a las afueras de la ciudad alemana de Hamburgo. Las películas habrían sido realizadas en algún momento entre los años 1936 y 1939 e intercambiadas por hierro sueco destinado a la construcción de la Sala de Congresos de Núremberg, un canje del que hoy no se tienen indicios.

Después de décadas en el olvido, el escritor alemán Thor Kunkel daría a conocer nuevos datos al respecto con motivo de la publicación de su controvertida novela 'Endstufe' (2004), ambientada en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Intrigado por la leyenda de las películas de Sachsenwald, Kunkel se embarcó en una investigación que lo condujera a descubrir la verdad detrás del mito.

Después de dos años de entrevistas con camarógrafos y actrices de la UFA -el estudio cinematográfico más importante de la Alemania nazi-, el escritor dio con un documental del cineasta Alexander Kluge que recogía metraje proveniente de estos filmes. Kluge le puso en contacto con un coleccionista de Múnich llamado Werner Nekes, quien tenía en su poder tres de estas películas -'Der Fallersteller', 'Frühlings Erwachen' y 'Waldeslust'-, que el autor habría tenido oportunidad de visionar.

Por si esto fuera poco, uno de los fotógrafos entrevistados durante la investigación reconoció a una de las actrices -entonces una adolescente-, a la que Kunkel localizó en una residencia de ancianos de Hamburgo. Según su propio testimonio, la mujer -que quiso preservar el anonimato- fue abordada por dos hombres de afables maneras y cuidado atuendo a la salida de un estanco de Berlín. A cambio del pago de 220 marcos, su hermana y ella habrían accedido a participar en un trío con un desconocido filmado en un área boscosa a las afueras de Hamburgo, adonde fueron conducidas a bordo de un Opel Admiral negro, el favorito de la Gestapo.

Pero lo cierto es que hasta el momento no se ha tenido noticia del actual paradero de estas películas. Es inútil buscarlas en el Bundesfilmarchiv, el Archivo Cinematográfico de Alemania, en donde ni siquiera aparecen registrados sus títulos. Tampoco se dispone de pruebas fehacientes de que los filmes fueran visionados por oficiales de la Wehrmacht o utilizados para su intercambio por materias primas u otros productos, como hierro sueco o petróleo tunecino.

Fritz Hippler, quien fuera intendente de la Cámara Cinematográfica del Reich, confirmó la existencia de estas películas pornográficas en el contexto de una entrevista concedida en la década de los noventa. No obstante, su testimonio ha suscitado no pocas reservas, pues Joseph Goebbels, ministro de Propaganda, destituyó a Hippler tras acusarlo de alcohólico, de modo que sus palabras podrían estar motivadas por un postrero deseo de venganza.

Resulta difícil concebir la posible realización de estas películas sin la connivencia del mismo régimen totalitario que decía perseguirlas. Esta circunstancia ha llevado a especular con la involucración de la Gestapo o de las élites de la sociedad alemana en su producción. Pero dejando a un lado las conjeturas, la existencia o no de las películas de Sachsenwald permanece aún en entredicho.

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