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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.

Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com

Presiones a profesionales críticos: “Si pasa algo, tú vas a tener la culpa”

Inocencia Interrumpida. Fotograma del film

Anita Botwin / Anita Botwin

Profesionales de salud mental denuncian presiones, amenazas o represalias por parte de la directiva o de sus mismos compañeros. No querer atar a un paciente o concederle más cafés de la cuenta pueden suponer un problema. La vulneración de Derechos Humanos en los centros de salud mental es un hecho que ya hemos denunciado anteriormente, y los profesionales que están dando la cara reciben castigos por ello.

Existe una corriente crítica, sensible y sensata que se niega a determinadas prácticas en las unidades de psiquiatría por los que están recibiendo presiones diarias, amenazas y hasta represalias en sus puestos de trabajo. ¿Su fallo? No querer continuar la cadena de violencias cotidianas en salud mental.

En los servicios de salud mental se están practicando violencias que van en contra de los Derechos Humanos tales como las contenciones mecánicas -atar con correas a la cama-, la sobremedicación o/y medicación forzosa, en contra de la voluntad de los pacientes o bajo coacción, amenazas y un sin fin de prácticas “deshumanizadoras”.

Sin embargo, tanto la ONU como la Organización Mundial de la Salud dicen, por ejemplo, que las contenciones mecánicas sólo deben llevarse a cabo en momentos riesgosos para la vida del paciente, por lo que las autolesiones quedarían fuera del debate a priori. “Darte una bofetada, que incluso pueden ser para calmar la angustia han terminado en una contención forzosa”, cuenta una paciente que ha preferido guardar su anonimato.

Las contenciones son potencialmente muy traumáticas para los pacientes, y ese debate no se ha puesto hasta hace muy poco sobre la mesa. Varios profesionales cuentan que existen protocolos en los que incluso aparecen estos usos como medidas coercitivas y castigos. En otros países de nuestro entorno, como Reino Unido o Islandia, su uso en las unidades de hospitalización está prohibido. ¿Son acaso estos pacientes menos ‘peligrosos’ por su lugar de nacimiento? Todo parece indicar que no. Entonces, ¿por qué en nuestro país se sigue manteniendo esta vulneración básica de derechos?

Existe en general poco espíritu crítico y contestatario que se solventa con un “porque siempre se ha hecho así”, explica una de las enfermeras consultadas. El no cuestionamiento de los hechos lleva en muchos casos al dolor y al sufrimiento de los pacientes. No se trata tanto de maldad o complot, explica una de las enfermeras, porque te dicen que eso es “lo que hay que hacer y aunque eso te parece mal, al final lo acabas haciendo”.

Sin embargo, cuando alguien quiere trabajar de otra forma tiene la opción de escabullirse o enfrentarse al sistema jerarquizado y hasta carcelario. “Lo difícil es romper la cadena de mando”, explica otro de los trabajadores que también prefiere guardar su anonimato.   

Otra de las profesionales, en este caso psiquiatra, cuenta que cuando trata de ser otra profesional diferente a la que debería encajar, a la que se esperan, “el entorno me dice que vuelva a mi sitio”. “Me han llegado a recomendar que no prescriba más cafés de la cuenta al paciente o pedirme que pida controles de tóxicos”, explica poniendo énfasis en lo absurdo de la situación. Por otro lado, denuncia la profesional, existe también una jerarquía que se ve incluso con las reticencias a la hora de mencionar el nombre propio del profesional. Se exige que “se mantenga una distancia, para que no te nombren con tu nombre de pila, sino con tu apellido”.

Los profesionales entrevistados no consideran que los problemas de contenciones y resto de violencias respondan solo a la falta de personal o de formación. Creen más bien que el discurso generalizado de recursos económicos y humanos se trata como excusa generalizada “para no cambiar las cosas”. Por tanto, todo parece indicar que subyace una cuestión de voluntad. La ONU además deja bien claro que no puede ser una excusa la falta de recursos para atar a una persona y dejarla sola. Algunos profesionales se excusan en realizar contenciones forzosas porque los pacientes se autolesionan. Lo cierto es que, debido a estas prácticas ha habido dos muertes recientes conocidas, en febrero en A Coruña y en abril en Oviedo -aunque no son las únicas, pero estas han trascendido en los medios-. Las muertes se produjeron mientras estaban atadas con correas. Curioso que sea una medida para salvaguardar la vida de la persona y que termine en muerte.  “Si tú estás con alguien a su lado y no la dejas atada y te olvidas, no se muere”, explica una de las enfermeras.

Una de las frases que se suele repetir en estos centros, especialmente en unidades de ingreso cerradas, gira en torno a la idea de que “esto no es un hotel de cinco estrellas”, dicho por diferentes categorías profesionales. De esta forma se da por hecho desde el principio que el paciente no se va a encontrar con un lugar agradable.

“Algo tiene que pasar” es otra de las amenazas que se exponen, viniendo a decir que quien realiza su trabajo saliéndose del camino establecido podría tener consecuencias.

Comenta la profesional de psiquiatría que si se hace “algo que no se espera de ti, todo gira en torno al castigo. Cuando cuestionas algo aparece la frase algo tiene que pasar, tiene que aprender, esto no es un hotel...”. En un caso concreto, explica otra paciente -ingresada varias veces en agudos- que pidieron subir la calefacción y le respondieron que eso no era un hotel. Los pacientes se peleaban por las pocas mantas que había para poder entrar en calor.

Existe alternativa y la han comprobado. Ante algunos casos en los que no había correas para las contenciones, la comunicación era muy directa y fluida. Las profesionales comentan que en un hospital de día una persona entró en una situación de mucha rabia. Tiraba fruta contra la pared. Ante esa situación decidieron “acompañarla, simplemente estar”, explica la psiquiatra. “Era una cuestión de sensibilidad y de entender que esa persona podía rabiarse de esa forma”. Al rato había un intercambio y terminaban limpiando juntas la fruta. En esta línea, resulta interesante la idea de educar en el sentido de lo que es la rabia, y no en medidas coercitivas.

Sobre las normas de los diversos centros, los profesionales coinciden en que se trata de algo muy coyuntural porque según en qué lugar y lo que ha ocurrido se van prohibiendo cosas y se crean protocolos a partir de normas sin ninguna evidencia científica en ningún sentido. “En el momento en el que cuestionas que el protocolo establecido va en detrimento de la calidad de vida de la persona te asustan diciendo que si pasa algo, tú vas a ser la culpable”, explica una de las enfermeras.

La amenaza velada una vez te sales de la norma es algo habitual. Una de las enfermeras explica que una vez quiso dar una vuelta por la calle con los pacientes y al preguntar a sus compañeras si le acompañaban le advirtieron “si pasa algo, la responsabilidad es tuya, si alguien se mata o ataca a alguien, va a ser tu culpa”. Al final se trata de meter miedo y no transgredir ninguna norma.

El discurso del miedo también se aplica en la medicación. A la psiquiatra le han llegado a decir que algo podría ocurrir si bajaba la medicación, que con ello estaba poniendo en riesgo a sus pacientes, que, de alguna manera, podía ser una irresponsabilidad, falta de cuidado por su parte. Quizá hay profesionales que confían más en las posibilidades de recuperación de sus pacientes, y otros compañeros o superiores les reprochan lo que ven como exceso de confianza. Y esa desconfianza va calando, en los profesionales pero también en los propios pacientes.

Llegados a este punto, alguna de las enfermeras de los testimonios se plantea si volver a trabajar en estos momentos, debido al desgaste emocional por el que ha pasado en los centros de psiquiatría “no por los pacientes, sino por los propios compañeros”.

Hay profesionales a los que le supone un coste personal y una contradicción tan grandes, que se salen del sistema y trabajan en los márgenes, fuera de las Instituciones, para poder hacerlo de otra manera. Hay otros que, en la medida de sus posibilidades y su aguante personal, dan una batalla desde dentro por hacer cosas distintas. Ante esto, una paciente opina con cierta esperanza que aunque “no se pueda boicotear todo desde dentro, la gente que ya está transgrediendo las normas, ya está suponiendo un cambio, para sus pacientes y para otros profesionales. Eso es una rueda”.

Otra de las cuestiones que se barajan, comenta una de las enfermeras, es que si existiera una horizontalidad entre los propios compañeros, quizá a nivel económico, pero especialmente a nivel comunicativo, sería beneficioso para los pacientes. De momento ya hay quien intenta hackear el sistema desde dentro, son minoría y reciben presiones, pero son la vanguardia de una nueva atención a la salud mental.

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