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La odisea de la familia que se hizo pasar por suní durante dos años para sobrevivir al ISIS

Abdullah fue amenazado en repetidas ocasiones por combatientes armados que sospechaban de su verdadera pertenencia religiosa.

Fazel Hawramy / Emma Graham-Harrison

La familia de Ali Amin Abdullah está compuesta por seguidores atípicos del Estado Islámico. Sobre todo porque son chiíes, una rama del islam despreciada y perseguida por los militantes yihadistas. Sin embargo, para lograr sobrevivir durante dos años al califato autoproclamado en Mosul, hicieron lo que fuera necesario para eludir la persecución y probablemente la muerte a manos de los combatientes del ISIS: fingieron ser suníes.  

Para Abdullah, que fue amenazado en repetidas ocasiones por combatientes armados que sospechaban de su verdadera pertenencia religiosa, esto implicó más que simples palabras: se apuntó a clases en el instituto religioso controlado por el ISIS. Pero su treta resultó tan exitosa que cuando llegaron las tropas del gobierno iraquí a principios de noviembre acusaron a su familia de colaboracionista.

“Abrí la puerta y un soldado dijo: ‘él es del Estado Islámico’ y me arrestaron a mí y a mi hermano Abbas. También nos preguntaron por nuestro padre”, relata Mustafa Ali, uno de los hijos de Abdullah. Su padre gritó entonces, “¡No somos del Estado Islámico!”, pero los tres hombres fueron trasladados a una base militar cercana.

Aunque sus hijos fueron eventualmente liberados, Abdullah quedó en manos del ejército. Su familia, que insiste en que no hay pruebas de que él haya apoyado al ISIS ni mucho menos tomado las armas, no tiene noticias de él ni sabe a qué cargos se enfrenta. Cada día están más enfurecidos, después de que la alegría inicial al anticipar cierta libertad —al ver que el Estado Islámico era derrotado en Mosul-—se transformara en miedo.

“Si mi padre fuera del Estado Islámico”, dice Ali, “estaría combatiendo, no sentado en su casa esperando a que lo arresten”.

La lucha de esta familia deja ver los desafíos a los que se enfrentan las autoridades iraquíes, incluso si logran vencer la difícil batalla militar para arrebatarle completamente el control de Mosul al grupo.

Cuando las batallas acaben, deberán reafirmar el control de una ciudad con más de un millón de habitantes, mientras erradican a los miembros y seguidores del ISIS que intenten pasar a la clandestinidad para armar una futura insurgencia.

Permitir que los combatientes queden en libertad y formen células durmientes o que recluten combatientes de forma encubierta puede poner en peligro la ciudad en los próximos años. Pero también tiene sus riesgos usar mano dura contra ciudadanos que hace años que están desencantados con el Gobierno.

En su afán por reconstruir la ciudad, Bagdad necesita del apoyo de los habitantes de Mosul, no resentimiento. Pero la historia de la familia de Ali sugiere que el gobierno chií se está enemistando incluso con los que deberían ser sus aliados naturales.

“Hemos visto demasiadas decapitaciones”

Provenientes de la unida minoría de los shabaks, que lleva generaciones viviendo en las llanuras de Nínive —un refugio tradicional de diversidad—, la familia pensó que estaba acostumbrada a ver correr sangre después de haber sobrevivido al sectarismo despiadado que siguió a la invasión de 2003, liderada por Estados Unidos.

Por eso, a pesar de lo que suponía vivir bajo el poder del ISIS, la mayoría decidió correr el riesgo de quedarse en lugar de huir a un campo de refugiados superpoblado y mal financiado, confiando en que podrían hacerse pasar por shabaks suníes.

Pero cuando el ISIS llegó, Ali se dio cuenta de que nada lo había preparado para el nivel de crueldad y brutalidad del grupo, ni para ver los mercados llenos de mujeres yazidíes a la venta para ser violadas, ni para las sanguinarias ejecuciones por cargos insignificantes o inventados.

“Hemos visto demasiadas decapitaciones, gente a la que ahogaron en jaulas, gente arrojada desde lo alto de los edificios”, explica. “Yo mismo vi hace tres meses cómo arrojaban a un hombre desde el tejado de un edificio cerca de la oficina del gobernador. Luego no pude conciliar el sueño durante una semana”.

Los primeros días después de que los combatientes entraran a la ciudad en 2014, la familia temió haber cometido un error fatal, después de que Abdullah fuera arrestado dos veces y amenazado por combatientes armados que estaban convencidos de que la familia era chií.

“Cuatro veces le apuntaron a mi padre a la cabeza, pero él insistía que era suní”, afirma Ali. Cada vez más atemorizado tras el segundo arresto, Abdullah decidió apuntarse a un curso sobre la ley de la sharía en un instituto vinculado al grupo.

Esperaba que la tapadera relativamente inocua de fingir ser un extremo devoto les protegiera si los ataques aumentaban. Y cuando el ISIS llegó a arrestarlo por tercera vez a fines del 2014, fue el director del instituto donde estudiaba, Sheikh Hammadi, el que logró que lo liberaran, dando garantías de su pertenencia suní.

Pero ni siquiera la palabra de Hammadi pudo eliminar las sospechas sobre Abdullah, y el ISIS lo arrestó una vez más en 2015. En ese momento, su protector había sido asesinado por un ataque aéreo estadounidense, entonces lo ayudaron sus compañeros de clase. Todos argumentaron que no podía ser chií si estudiaba textos suníes en un instituto del Estado Islámico.

El director del comité vecinal local, que se quedó durante el régimen del ISIS, confirma los detalles claves de la historia de la familia a the Guardian. “Puedo decir con absoluta certeza que la familia de Ali Amin [Abdullah] es chií”, asegura Mohammad Sulayman Yunis, de 65 años.

“El Estado Islámico le obligó a estudiar la sharía porque sospechaba que fuera chií, y lo habrían asesinado si se probaba que lo era. En Gogjali [un barrio de Mosul] destruyeron muchas casas chiíes. Yo estaba allí y lo vi con mis propios ojos”.

“Se han llevado a mi padre”

Ali, un hombre alto e informado, estaba muy al tanto de la amenaza.

Cuando the Guardian se puso en contacto por primera vez con él, a través de dos intermediarios, para preguntarle sobre la vida en Mosul, Ali aceptó hablar de los horrores del ISIS que estaba presenciando cuando comenzó la batalla contra el ejército iraquí por el control de la ciudad. Incluso cuando el mero hecho de tener una tarjeta SIM era motivo de condena a muerte.

Muchas noches de octubre, subía al tejado de su casa de cemento, miraba alrededor para asegurarse de que no lo viera ningún informante de la organización terrorista y luego se tapaba con una manta y sacaba el teléfono móvil.

“Lo único que necesitamos es librarnos de esta amenaza. No necesitaremos nada más. Mosul se ha convertido en una cárcel”, susurraba Ali al teléfono una de esas noches. A veces estaba con su cuñado, que fue azotado por el ISIS por tener la barba demasiado corta y por fumar.

La ciudad se volvió aún más peligrosa cuando la batalla estaba terminando y el ISIS comenzó a usar civiles como escudos humanos. La comida escaseaba, pero la gente prefería quedarse en casa y pasar hambre, esperando salvarse. “Nadie sabe dónde caerá el próximo proyectil de mortero”, decía Ali, que se dedicaba a conducir un camión antes de que llegara el ISIS y acabara con el comercio y con su sustento.

Luego, a fines de octubre, unas semanas después de que se lanzara la ofensiva para derrotar al ISIS, apareció un rayo de esperanza cuando los combatientes comenzaron a retirarse. “Ayer estuve una hora en el mercado de Mosul. La gente se daba prisa para comprar comida. No se veía ningún Hasba [policía de moralidad] en el mercado. Éramos unas 15 personas que no fuimos a rezar y nadie nos dijo nada”, le relató en esa ocasión a the Guardian.

Cuando los soldados del Gobierno llegaron a la esquina de su casa en los suburbios de Mosul el 2 de noviembre, Ali creyó que la libertad estaba cerca. Pensó que la pesadilla de vivir bajo el control del EI llegaba a su fin. Pero entonces la tapadera que logró que su familia sobreviviera –fingir ser suní— se convirtió en un lastre. Los soldados se llevaron a Ali, a Abbas y a Abdullah.

La familia finalmente huyó de Mosul el 13 de noviembre, decidiendo entre las insoportables opciones que ofrece la guerra que los riesgos de la carretera eran menores que los riesgos de quedarse. Pensaron que podían ayudar más a su padre estando vivos que muertos. Además les dijeron que su padre había sido trasladado a la capital.

“Se han llevado a mi padre a Bagdad y no sabemos qué ha sido de él. Él es inocente”, afirma Ali antes de viajar a la capital a buscar a su padre. No hay información sobre dónde tienen detenido a Abdullah, pero Ali ha jurado que seguirá buscándolo mientras pueda.

Su página de Facebook está llena de mensajes sobre la búsqueda. Una foto muestra al hijo pequeño de Ali sosteniendo un móvil contra su oreja, con la frase: “Está esperando a que vuelvas”. Otra simplemente muestra un hombre gritando hacia el cielo. “Alá, estoy cansado, por favor devuélveme a mi padre”.

Las historias previamente publicadas por The Guardian donde se citaban palabras de Ali, le otorgaron el seudónimo de Abu Mohammed para protegerlo de los castigos del ISIS por tener móvil y por criticar al grupo.

Traducido por Lucía Balducci

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