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La Frontera Sur como síntoma

Un socorrista saca a un niño de la embarcación neumática en la que ha viajado con otros refugiados desde Turquía.

Miguel Urbán

eurodiputado y secretario de Europa de Podemos —

Pasan los meses y cada vez oímos hablar menos de la mal llamada crisis de las personas refugiadas. Hacen falta naufragios con cientos de muertos e imágenes espectaculares para que la tragedia se cuele en las noticias. La barbarie cotidiana se ha normalizado. Ya apenas repunta en sus formas más extraordinarias. Pero la realidad sigue ahí. En muchos casos más cerca de los que pensamos y solemos escuchar. Estos días, en parte gracias a las distintas acciones lanzadas por la Caravana Abriendo Fronteras, el foco se ha dirigido a nuestra frontera sur: Ceuta, Melilla, la costa sur peninsular. Lugares tan olvidados en el imaginario de la crisis migratoria europea como fundamentales para entenderla.

Es verdad, las dichosas cifras contribuyen a ese olvido mediático. En lo que llevamos de 2017 “solo” 9.000 personas extracomunitarias han entrado a territorio europeo de forma irregular a través de la frontera sur española. Una cifra muy inferior a las 100.000 que han cruzado el resto del Mediterráneo, pero que, en términos comparativos, suponen el triple de las llegadas registradas en el mismo periodo del año anterior. ¿Mera casualidad o cambio de tendencia? Alejemos un momento el foco para ver el mapa completo.

Desde hace un año la UE y sus Estados miembro se felicitan por el “éxito” del (no) acuerdo de la vergüenza con Turquía (porque, recordémoslo: la UE nunca firmó nada con Turquía, solo informó de un acuerdo bilateral entre los gobiernos griego y otomano). Pero al taponar en abril de 2016 esa vía y en ausencia de vías legales y seguras, las migraciones no desaparecieron por arte de magia. Nunca lo hacen, mucho menos cuando las motivan el hambre, las bombas o los efectos del cambio climático. Simplemente se desplazan. Las nuevas rutas actuales, más largas, más peligrosas, más mortíferas (2.300 muertes registradas en lo que llevamos de año), no tardaron en aparecer: hoy el trayecto Libia–Italia ha sustituido al trágicamente famoso de Turquía–Lesbos.

Llegan menos personas a las costas europeas, pero mueren más intentándolo. ¿Es “solo” que las rutas son más mortíferas o es que, además, las enormes distancias y la falta de medios de salvamento no solo impiden el rescate sino también contabilizar a los miles que se están ahogando sin que siquiera queden registrados en las tétricas estadísticas? Por no hablar de las grandes olvidadas rutas de salida y tránsito previas a la costa, con cientos de kilómetros de travesías por desiertos y parajes alejados de cualquier cámara, equipo de salvamento o registro oficial.

El aumento de las llegadas a la frontera sur, aunque mucho menor que en el caso italiano, es parte de este desplazamiento de los flujos migratorios hacia el oeste, abriendo nuevas rutas en el Mediterráneo central y occidental. Curiosa manera de abordar los desafíos migratorios que tienen nuestros dirigentes europeos: mover el problema a otra parte, esperando así sacarlo del foco mediático, contratando a terceros países para que ejerzan de policías de fronteras y violen los Derechos Humanos por nosotros, lejos de las fronteras y de los “valores” europeos.

Pero la frontera sur es también importante por haber sido durante años el laboratorio de las actuales políticas migratorias europeas. España fue el primer país europeo en levantar vallas y en utilizar material militar y antidisturbios para repeler la llegada de migrantes. Más tarde, el gobierno Zapatero inauguró la actual diplomacia del euro al impulsar el primer Plan África tras la conocida como crisis de los cayucos en 2006/07. Nuestra frontera sur es también la última etapa del proceso de externalización de fronteras que España practica desde hace décadas con Marruecos, subcontratándole como Estado tapón a cambio de un trato comercial y político preferente (por ejemplo, no hablando del conflicto de descolonización pendiente en el Sáhara Occidental). Procesos en los que el Estado español fue pionero y que conforman hoy los ejes de la política migratoria y de fronteras de la UE. Otro éxito de la #MarcaEspaña.

Una política de construcción de la Europa Fortaleza y de externalización de fronteras que sigue alimentando grandes negocios privados pagados con dinero público, como los vuelos de deportación de migrantes expulsados que gobiernos como el español subcontratan con compañías aéreas privadas. La revuelta de dignidad de parte del pasaje de un vuelo de Vueling hace unos días no solo nos recuerda esta práctica y los pingües beneficios que suponen para empresas privadas, sino que son otro ejemplo más de cómo las y los de abajo están ocupando el vacío de solidaridad y humanidad que la UE ha dejado vacante. Ejemplos como los de las brigadas solidarias en Lesbos, Idomeni o los Balcanes, o como los de la Caravana Abriendo Fronteras.

Porque si ese vacío de derecho que deja la UE con su gestión de una crisis, que era migratoria y ella misma ha convertido en crisis política y de fronteras, no los ocupamos quienes apostamos por la universalidad de derechos y la dignidad de todos los seres humanos, sean nativos o extranjeros, migrantes “económicos” o solicitantes de asilo, entonces serán los monstruos xenófobos quienes crecerán en su lugar. Como ese barco de la ultraderecha que patrulla desde hace días el Mediterráneo para boicotear y denunciar las labores de rescate que realizan ONG, acusándoles de traficar con personas y de poner en peligro la seguridad y el futuro de Europa. Curiosamente las mismas acusaciones vertidas por Frontex y por algunos dirigentes europeos y nacionales, empezando por el propio ministro Zoido. Cría xenofobia institucional y te crecerán los xenófobos.

Decía Gramsci que la política, como la naturaleza, aborrece el vacío. Si la sociedad civil organizada y comprometida por otra Europa fundada en los derechos universales, la justicia social y la democracia no ocupamos el vacío que desde hace dos años deja la UE en su gestión de la crisis migratoria, entonces serán los nuevos populismos xenófobos y ultranacionalismos excluyentes quienes seguirán creciendo. Por eso iniciativas como la reciente Caravana a la Frontera Sur no son solo bienvenidas, sino imprescindibles. Porque ponen el foco en las dinámicas de fondo, en los retos que tenemos para dar la batalla por una Europa en disputa. Una lucha por la dignidad y contra la barbarie.

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