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Grecia, el TTIP y el fin del PSOE

Pablo Castaño Tierno

No, no voy a vaticinar la desaparición del PSOE en los próximos meses o años, como les gusta hacer a algunos politólogos aficionados a las profecías impactantes, ni siquiera su caída en la irrelevancia (la famosa “pasokización”). Pero sí tengo claro que el Partido Socialista ha dejado definitivamente de ser una alternativa política al PP, como muestran sus últimos posicionamientos respecto a Grecia y el tratado de libre comercio (TTIP) que negocian en secreto la Comisión Europea y el gobierno de Estados Unidos.

La postura del PSOE sobre el TTIP quedó clara el pasado 8 de julio, cuando sus eurodiputados votaron junto al resto de socialdemócratas, conservadores y liberales europeos a favor del mecanismo de arbitraje entre empresas multinacionales y Estados que incluye el borrador de Tratado. El compromiso de la socialdemocracia europea con el TTIP es tan firme que la ponencia del acuerdo votado por el Parlamento fue redactada por el socialista Bernd Lange. Como explica el eurodiputado Ernest Urtasun, “el mecanismo de arbitraje que prevé el TTIP supone la creación de tribunales privados donde los inversores podrán denunciar a los estados si consideran que una inversión realizada se ve afectada, por ejemplo, por un cambio legislativo”. Aunque en el documento aprobado por el Parlamento Europeo se abre la posibilidad de que los Estados designen a los jueces, Estados Unidos exige que los tribunales sean privados, por lo que probablemente acabe imponiéndose este modelo. Esto significa que cualquier legislación laboral, ambiental o de otro tipo adoptada por un país de la Unión Europea se vería amenazada por la posibilidad de que una empresa considere que perjudica sus intereses y que un tribunal (compuesto en muchos casos por árbitros provenientes de empresas multinacionales) le dé la razón, obligando al Estado a cambiar sus leyes. Resulta particularmente sorprendente que el PSOE, que se presenta en España como el partido defensor del Estado del bienestar y la transparencia en la gestión pública, rechazase incluir en el informe votado una relación de servicios públicos que no pueden ser privatizados en ningún caso y el levantamiento del secreto de las negociaciones, como cuenta la eurodiputada Lola Sánchez. No se me ocurre mejor muestra de la hipocresía en la que está instalado el partido de Pedro Sánchez y la poca credibilidad que merecen sus discursos contra los recortes del Partido Popular.

El PSOE también se ha cubierto de gloria con sus posicionamientos en las negociaciones entre Grecia y las instituciones europeas (la antigua Troika, compuesta por la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo). Ante el atasco de las negociaciones entre el gobierno griego y las instituciones europeas, el primer ministro Alexis Tsipras decidió celebrar una consulta popular sobre la propuesta de la troika, que consistía básicamente en otra ración de la austeridad que la Unión Europea lleva imponiendo a Grecia desde hace años, una versión agravada de los recortes y privatizaciones que los gobiernos de Zapatero y Rajoy han realizado en nuestro país. La ciudadanía griega ya mostró su oposición a estas políticas cuando eligió a Syriza en enero, y lo volvió a hacer con la aplastante victoria del “no” en el referéndum del pasado 5 de julio sobre el nuevo plan de recortes, pero el PSOE criticó que el gobierno griego defendiese el “no” a la austeridad, una postura “irresponsable” según Pedro Sánchez. Sin embargo, el secretario general del PSOE no dijo nada de la palabras de su compañero alemán Martin Schultz, presidente del Parlamento Europeo, que el mismo día de la consulta trató de influir en el voto amenazando a Grecia con la expulsión del euro si ganaba el “no”. Atrapado entre su fidelidad a los dictados neoliberales de las instituciones europeas y un electorado contrario a la austeridad, Pedro Sánchez ha intentado poner al mismo nivel al gobierno de Alexis Tsipras, que con errores y aciertos ha intentado aplicar el programa progresista con el que ganó las elecciones, y al de Rajoy, que lleva cuatro años haciendo todo lo contrario de lo que prometió en 2011.

Pero el Partido Socialista español no está solo en su deriva ideológica. Matteo Renzi, el primer ministro italiano, aprobó hace poco una reforma laboral más dura que la de Rajoy, que le costó una huelga general. Por su parte, los socialdemócratas alemanes llevan años gobernando con Angela Merkel, cuyo ministro de economía (del SPD) se ha opuesto a la reestructuracion de la insostenible deuda griega, una medida tan necesaria que ha sido defendida incluso por el FMI. Pero la Gran Coalición alemana funciona de facto desde mucho antes: hace más de diez años que el socialdemócrata Peter Hartz inventó los minijobs, empleos a menos de 400 euros que permiten a Alemania maquillar sus cifras de desemplo, igual que los empleos de cero horas creados por los laboristas en el Reino Unido.

En Francia el gobierno de François Hollande, también socialista, acaba de aprobar la conocida como “ley Macron” (apellido del ministro de economía), un mix de desregulación del mercado de trabajo y privatizaciones que ha sido celebrado con entusiasmo por la Comisión Europea y la canciller alemana. Por cierto, la ley Macron no ha sido votada en el Parlamento, gracias a una disposición constitucional extraordinaria que el propio Hollande calificó hace unos años de “brutalidad”. La aprobación de reformas regresivas esquivando el Parlamento se ha convertido en práctica frecuente en la época de la austeridad, también en España. No hay más que recordar esos viernes de 2012 en los que el Consejo de Ministros nos bombardeaba con Decretos-Leyes llenos de recortes y reformas laborales que pasaban de puntillas por el Congreso, una práctica antidemocrática heredada de los últimos gobiernos de Zapatero.

El gobierno francés también ha mostrado su cara más neoliberal en las negociaciones de la UE con Grecia. Si alguien podía pararle los pies a Merkel en su empeño de humillar al pueblo griego por haber votado contra la austeridad, ese era François Hollande, que llegó a hablar en algún momento de la necesidad de reestructurar la deuda griega. Pero el presidente francés volvió a apoyar a su homóloga alemana, participando en la imposición a Grecia de un plan de recortes que agravará la situación de emergencia humanitaria que sufre el país y que incrementará la deuda pública en lugar de reducirla, como ha sucedido desde los primeros “rescates”. Además, el ahogamiento de la economía y la población griegas puede reforzar al partido neonazi Amanecer Dorado, como ya ha sucedido en Francia con el xenófobo Frente Nacional, que fue el partido más votado en las elecciones europeas del año pasado y cuenta con una aceptación cada vez mayor en la sociedad francesa.

Dije al principio que no voy a profetizar el fin del PSOE ni su caída en la irrelevancia porque no sé si va a suceder alguna de estas dos cosas. El partido de Pedro Sánchez podría sobrevivir como una marca amable del neoliberalismo que hoy es hegemónico en Europa, pero lo que está claro es que la socialdemocracia europea ha perdido definitivamente su posición como alternativa a la derecha neoliberal; el PSOE y sus homólogos europeos se han convertido en una muleta útil para las fuerzas políticas que defienden con descaro el desmantelamiento del modelo social europeo. El futuro del PSOE y el resto de partidos socialdemócratas del conteniente dependerá sobre todo de la capacidad de fuerzas políticas alternativas como Syriza, Podemos y las que surjan en otros países para ofrecer un proyecto progresista solvente e ilusionante que defienda los intereses de las clases media y trabajadora. Los socialdemócratas ya han hecho casi todo lo que estaba en su mano para suicidarse políticamente, ahora le toca a la ciudadanía y los movimientos sociales europeos dar un paso al frente para ocupar el espacio político que han dejado. Si no lo ocupamos nosotras y nosotros, se lo repartirán la derecha de siempre y la nueva extrema derecha xenófoba que florece en Europa.

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