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Romper los bloques

Manifestación por el diálogo en Barcelona

Ibán García del Blanco

De cuando en cuando, cíclicamente, se instalan conceptos en la opinión pública, tan efímeros como las ráfagas de viento. Como el viento, como vienen se van, pero mientras están en uso soplan con gran vigor y sirven para intentar consolidar las ideas inmanentes al concepto en cuestión. Al calor del debate sobre Catalunya, se han rescatado algunos acuñados en otros tiempos.

En el espectro independentista se han utilizado algunos con extrema zafiedad (adjetivar “fascista” a cualquiera que se entreviera mínimamente crítico con sus pretensiones, por ejemplo) y otros con mayor sutileza. De estos últimos, destaco el sustantivo “unionismo”. Tildar de “unionistas” a los no independentistas no es inocente, sino que es un término que se rescata del conflicto del Ulster y que conlleva con él muchos atributos: sitúa en nuestro inconsciente el procés a la altura de la épica del conflicto irlandés y, además, encuadra simbólicamente al no independentismo junto con la antipática (ya se ha encargado el cine y la literatura de que así lo sea) comunidad unionista del Ulster.

Por otro lado, desde una parte de la opinión pública no independentista se ha vuelto a utilizar el guadiánico “constitucionalismo”. Utilizado primero en Euskadi ante unas circunstancias diametralmente diferentes a las actuales, luego ha sido un concepto de usar y tirar por parte de la derecha española al albur de sus necesidades. Como en otros tiempos el “España contra la anti España”, todo lo que no se encuadraba en el (estrecho) espectro ideológico del PP, ya no es que fuera equivocado, sino que desbordaba directamente la Constitución Española.

Ahora, se ha reacuñado el término para definir a una parte del espectro político español, con un ánimo tampoco inocente. Por fuerza, todo lo que no sea “constitucionalista” estará lógicamente fuera de las reglas del juego. Y no, ahora y antes, el “constitucionalismo” político está formado por todos aquellos partidos políticos que respetan el imperio de la ley (las excepciones son muy pocas). No importa cuál sea su ideario, o si su posición ha sido más o menos desdichada o explicable políticamente durante estos meses.

En la simplificación terminológica se disuelven los matices y se unifica objetivo y destino. En la simplificación conceptual, se definen grandes bloques y se establecen los lados de la trinchera. En la simplificación ideológica, llegamos al final del partido con dos bloques maximalistas sin ninguna salida más allá de la colisión permanente.

Es evidente que la aplicación del artículo 155 de la Constitución ha permitido solventar la urgencia de parar la declaración unilateral de independencia, como también lo es que la convocatoria de elecciones ha bajado un poco la presión de una olla a punto de estallar. Pero de mantener los mismos parámetros, estaremos en lo que ajedrecísticamente se conoce como “zugzwang”: no hay salida y cualquier movimiento es susceptible de empeorar la situación o de provocar la derrota (que en este caso es colectiva).

Ha llegado la hora de introducir la complejidad como parámetro importante en la partida, de singularizar a los agentes que están implicados. Es obvio que el presupuesto ha de ser, necesariamente, el respeto a las reglas del juego; pero a partir de eso, inauguremos la fiesta de los matices. Recuperemos ejes al menos tan importantes como el “independencia sí o no”. Si abandonamos el blanco y negro y volvemos al color, descubriremos una rica escala cromática. En ese mundo de color, el proyecto territorial del PSC tiene muy pocas coincidencias con el de Ciudadanos y sí con el tradicional catalanismo democristiano. En el arcoíris de los matices, ERC comparte mucho más con el PSC la concepción de cómo deben ser los servicios públicos, que con el ala liberal del PDeCAT.

Abandonando la dialéctica de bloques, los partidos políticos aumentan geométricamente las posibilidades de movimiento. Normalizar la vida política, significa introducir también la transacción y el pacto como elemento principal del juego. Cesar en contemplar estáticamente todo desde la trinchera, significa que el destino no es irreversible, que no hay nada que presuponer.

Hay quien pregunta, como crítica a la convocatoria de elecciones vía 155, que qué ocurre si el independentismo (que ya no se presenta como lista única, buen augurio) vuelve a tener mayoría en el Parlament. A mi juicio la pregunta es en sí misma errónea: el que haya mayoría de uno u otro bloque no es lo decisivo, sino que la única salida está precisamente en romper con esa dicotomía.

El fiar la solución o la falta de ella a tener la mitad más uno de los escaños, es tan simplificador como pretender resolver todo mediante un referéndum de autodeterminación que se puede dejar a la mitad de la sociedad por el camino.

Explorar la transversalidad puede resultar agotador y por momentos ingrato (sometido a la presión de los hooligans y puristas de uno y otro lado), pero será la única senda en una jungla política con unas dimensiones propias de J. Conrad.

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