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Las detenciones de la cúpula de ETA ya no son lo que fueron

José María Calleja

Cuatro años después de que anunciaran, encapuchados, el final del terrorismo, han sido detenidos en Francia Iratxe Sorzabal y David Pla, miembros residuales de la dirección residual de la banda terrorista Eta, en liquidación por cese del negocio.

Hace tiempo que esa formulación: “detenida la cúpula de Eta”, no tiene el mismo significado que tuvo hace años; por ejemplo, cuando en Marzo de 1992 fue detenida en Bidart (Francia) la dirección de Eta con la siguiente alineación: ‘Pakito’, ‘Txelis’ y ‘Fitti’.

Aquel domingo de Marzo supuso el principio de la derrota de una organización criminal que había hecho del asesinato de los otros su razón de ser y existir, su horario de oficina. Aquel descabezamiento tuvo otro valor, otro significado, distinta percepción por los ciudadanos que la de ahora, cuando Eta hace cuatro años que dejó oficialmente de matar.

La operación policial que ha supuesto la detención éste martes de la cúpula terminal de la banda terminal ha sido calificada como operación “Pardines”, apellido del guardia civil que fue el primer asesinado de la banda terrorista en un acto que inauguró décadas de terror y en el que los propios etarras -Etxebarrieta- no tenían planificado el crimen que condicionó toda su historia.

Fue una muerte inaugural la de Pardines que organizó toda la historia posterior de Eta, pero no fue una muerte buscada, no fue una muerte ni deseada ni organizada, aunque luego obligó a montar todo un discurso criminal, relato diríamos ahora. Como tampoco fue buscada la muerte de Begoña Urroz, el bebé que perdió la vida por un atentado no programado contra ella y que ocurrió antes que el de Pardines.

El debate político en España es hoy muy distinto al de la época de los descabezamientos de la cúpula de la banda en los noventa y no digamos al de los sesenta, cuando los crímenes seminales de Eta les hacían pensar que vencerían.

Ahora parece como si nunca hubiera existido Eta, como si no hubiéramos tenido un tiempo en el que los atentados formaban parte de la vida cotidiana de millones de españoles, como si no hubiera existido un año 80, con 92 personas asesinadas en atentados terroristas.

Pensábamos entonces, incluso los más optimistas, que corríamos severo riesgo de jubilarnos informando de crímenes y de parálisis ciudadana ante la ignominia.

La verdad es que hoy parece que nunca hubo un ayer de atentados, que hablar de esta banda suena a un pasado herrumbroso, rancio, que casi no existió nunca.

La detención de la cúpula de lo que queda de Eta tiene repercusión informativa, pero no significa lo que supusieron otros descabezamientos, cuando la banda no había asumido aún su derrota.

Sorzabal y Pla se irán ahora al talego, estarán entre rejas una porción de años. No sabemos si acabarán como Ibon Etxezarreta, que después de matar a Juan Mari Jauregui se arrepiente de la violencia y pide perdón a sus víctimas, entre ellas Maixabel Lasa, viuda de Jauregui, como ha recordado de forma vibrante Pedro Simón. No sabemos si acabarán como Iñaki Recarte, el etarra que no sabía los nombres de los que asesinaba, y que después de años de cárcel abomina de la banda, bien preguntado y escuchado por Jordi Évole.

Pueden acabar los de la última cúpula como Zabarte Arregi, el criminal que después de tanta sangre derramada dice que esta orgulloso de haber matado a troche y moche.

Ellos, Sorzabal y Pla, verán lo que hacen, aunque ni ellos mismos lo sepan ahora, pero les esperan años de cárcel, costras de indiferencia en su invocado pueblo y una intensa rumia sobre su propia derrota.

Dicho todo esto, no puedo dejar de pensar que estos etarras estaban “mordidos” hace tiempo por la policía y que han sido detenidos ahora, cuando el gobierno del despistado Rajoy se afana en dejar claro ante sus electores perdidos que es tan duro como Aznar, en todo.

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