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El gobierno de “cambio” de Pedro Sánchez

María Eugenia R. Palop

Un día después de que el Barça conquistara la Liga, Pedro Sánchez “salió a ganar” en Barcelona con su novísimo gobierno de “cambio”, lleno de emoción y de energía, intentando aprovechar los efluvios de un gran éxito futbolístico, y mostrando una resiliencia solo comparable con la del mismísimo Rajoy. En una imagen digna de “La invasión de los ladrones de cuerpos” y tras un reseteo memorístico al estilo Génova, Sánchez iniciaba imperturbable lo que Enric Juliana calificó hace poco como una “operación vintage”.

Jordi Sevilla, Josep Borrell, Margarita Robles, Patxi López o Ángel Gabilondo, de la muy vieja escuela socialista, combinados con algunas nuevas caras como las de Luc André Diouf, y fichajes de trayectoria indudable como los de Teresa Rivera, Sami Naïr o Rafael Bengoa, formarán el equipo con el que Sánchez pretende oponer madurez a juventud, moderación a radicalidad, “sentido común” a trastorno sin remedio.

Así es. Con tal exhibición de banquillo, mezcla de sedimentación y acumulación, con su poquito de sal, Sánchez pretende demonizar la efebocracia de algunos y aproximarse, de paso, a las casposas baronías periféricas, a la dirección en la sombra, y a la figura de González, firme antipodemita, por si de esta manera consigue fortalecer su cuestionado liderazgo interno. Lo cierto es que, después de tantos tumbos y gesticulaciones, el hijo pródigo ha terminado donde empezó, y, como era de prever, ha regresado a la casa del Padre. Dicen que mientras uno tenga posibilidad de salvación, la reencarnación puede darse hasta más de 100 veces, y sin recordar nada de la vida anterior, lo cual, visto lo visto, es una ventaja indudable en este caso. Debe ser por esto por lo que, con entusiasmo renovado, en la presentación de su gobierno “en (a) la sombra” Sánchez afirmó de forma tan tautológica como iluminadora: “El Psoe gana cuando gana el Psoe”… al estilo de aquel “Yo soy el que soy”, que le dijo Dios a Moisés, y con la misma convicción.

El único y pequeño problema es que en esta reencarnación Sánchez se ha acabado situando de lleno en el minado terreno, discursivo y simbólico, del Partido Popular, y es muy probable que este sea un terreno que, electoralmente, no le interese al Psoe, más allá de que pueda contribuir a la (auto)perpetuación de una figura errática como la suya.

Las reiteradas apelaciones a Suárez, una constante en las intervenciones de Albert Rivera, y el “Puedo prometer y prometo”, que ha soltado el líder reencarnado en distintas intervenciones públicas, se fusionan con el hashtag pepero #NosUneSuárez, en un mejunje indigesto que puede difuminar por completo la identidad socialista, mostrando a su cabeza de lista como un Zélig cualquiera o como un personaje en busca de autor, que poco puede ilusionar ya.

Por lo demás, en ese “polo moderado”, por cuya representación pelean ahora PP, Ciudadanos y Psoe, el Partido socialista y su supuesta “realpolitik” tienen un escasísimo margen de maniobra, entre otras cosas, porque la apuesta por la madurez, la sensatez y la experiencia de gobierno, no es en absoluto suficiente por sí misma (en política, la experiencia no siempre es un grado) y, sobre todo, porque puede ser disuasoria para quienes no participan de sus pretensiones tecnocráticas, elitistas y conservadoras.

No olvidemos que los conservadores dicen fomentar una conducta madura y sensata frente a la “irresponsabilidad infantiloide” y utilizan semejante argumento para entorpecer, en realidad, una renovación de las clases dirigentes. Para ellos las personas maduras son las que han tenido éxito en la vida, las únicas que han demostrado “capacidad” y “mérito” en un mercado de competencia perfecta, en un mundo que se presupone de justos e iguales, y son estas personas las que están en condiciones de dirigir al pueblo desnortado, tutelar a los fracasados y a los que, abandonados a su suerte, tienden a perturbar el “orden” establecido. Guardianes de la nación, con mayúsculas, de la Constitución, de la Ley y la estabilidad, no hay actitud más conservadora que la de aquellos que se pretenden el Alfa y el Omega, simplemente, porque siempre estuvieron ahí, o porque creen haber propiciado un mundo en el que, como decía el conservadurismo inglés de la postguerra, “nunca se vivió mejor”. Hay mucho de eso en el “felipismo del bienestar”; un “felipismo” y un bienestar que hoy no pueden sino suscitar serias dudas, y que los socialistas harían bien en revisar.

Finalmente, que el gobierno de “cambio” de Pedro Sánchez se presente como una oportunidad para Catalunya, después del drama que el Psoe ha montado en estos meses con el derecho a decidir, genera bastante perplejidad a quienes, como algunos de nosotros, estamos atrapados todavía en una vida anterior, con sus recuerdos intactos. Es más, que la propuesta se quiera leer como “[…] una declaración de intenciones de que Catalunya es fundamental para cambiar España”, según dijo Batet, sin que se le moviera una ceja, muestra una preocupante falta de conexión con la realidad social y el pulso de la calle. En la presentación del equipo, Gregorio Cámara, al que Sánchez ha encargado la reforma constitucional, destacó la importancia de reconocer el “conflicto político que se está viviendo en Catalunya” (sic), y afirmó que la nueva Constitución federal reconocería sus aspiraciones, su singularidad y sus derechos históricos, como si semejantes exigencias no hubieran sido ya superadas por el propio devenir de la política catalana.

En fin, igual todo esto significa que el futuro ya está aquí y solo unos pocos pueden verlo, pero, salvo revelación o reencarnación, lo que parece más bien es que estamos frente a la enésima reedición del “remake” serie B de un partido socialista en franco deterioro.

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