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El hueco en el corazón

La manifestación del 22M, a su llegada a Colón. / Olmo Calvo

Lucía Lijtmaer

Igual mucha gente no lo entiende, igual a la mayoría les parece frívolo, pero yo me acuerdo de cuando comíamos fuera de casa. Es de esas cosas que casi ni se notan, nunca hubo un día en que nos diéramos cuenta, fue uno de esos lujos que desaparecieron. Ya sé, con la que está cayendo, qué tontería.

Mi amiga escribe un artículo sobre nuestro mundo hace tres años y he estado a punto de no leerlo. Es una estrategia que aprendimos muy lentamente, pero una vez que se instaló no hubo vuelta atrás. No mirar, no leer, no decir. Si lo nombras, existe. Si lo relatas, pasó. Porque una vez ella escribió sobre el hueco que deja el hueso de las cerezas en el lugar del corazón y después quién olvida eso, eh, quién lo olvida.

El hueco.

Una vez nos subimos a ese barco oxidado, el del fondo, y miramos cómo se iban los turistas del puerto, esas cosas hacíamos, como adolescentes, o sí, no sé, no te sabría decir. Cruzamos el puente, olía a higuera, a sardinas, a todas esas cosas a las que huele cuando uno está bien, o está vivo, o al menos no está muerto porque las cosas huelen. Así éramos, así nos iba.

Se lo cuento a otra amiga y hace un chiste. Cuando se instaló esto que a veces llamamos el aire de posguerra, esta otra amiga, ingeniosa, dijo: “Cómo no va a haber libros de zombis, es literatura realista”. Me río. A veces pienso que nos pagan por el ingenio. A veces ni eso.

Comíamos fuera, de vez en cuando, y los amigos estaban en la misma ciudad. No había mapas de suicidios, pienso, alguien tiene que hablar de los suicidios, y de todas esas muertas, cada vez más, y de la valla en Melilla, y de por qué Catalunya tiene el récord en órdenes de deshaucios. Pero entonces pienso en el hueco, en qué se hace con el hueco, cómo hacer para no mirarlo de frente, cómo hacer otro chiste para dejar pasar todo y poder hablar sobre todo lo demás.

Y entonces pienso en cuando comíamos fuera y no sé si nos metimos en casa o nos echamos a la calle porque nos hicimos mayores, o porque vino el apocalipsis o porque la clase media se empobreció y ahí sí que nos manchamos o porque todas aquellas personas que echo de menos se fueron de la ciudad. Algún analista hablará del exilio interior sin saber de su color parduzco, de la miseria de la falta de risa, pero olvidarán el hueco en el lugar del corazón.

Hoy durante un momento me he acordado de todo aquel vocabulario que perdimos, los vasos de cristal a mediodía, el olor a higuera, las tardes sin hacer nada y sin culpa, sólo viviendo. Hoy no quiero hablar de lo que vino después. Queda el hueco. De lo otro no quiero hablar.

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