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El que se la juega eres tú, no el planeta

José Luis Gallego

El cambio climático no es esto, pero esto empieza a parecerse mucho a lo que será el cambio climático: una lenta pero irreversible progresión hacia las dos estaciones en la que pasaremos de los calores estivales al frío invernal sin apenas transición. Y muchos pensarán: bueno, pues si eso es todo ¿a qué tanta alarma por el calentamiento global?

Pero es que eso no es todo. Las consecuencias de un aumento de dos grados en la temperatura media del planeta no se van a quedar ahí, en una simple alteración en el tradicional ritmo de las estaciones (con todo lo que ello implica) sino que van a ir mucho más allá.

Es cierto que si el calentamiento global se detiene en ese umbral, si no se dispara por encima de los dos grados a los que parece que estamos abocados, los modelos que elaboran los climatólogos no llegan a ser del todo catastróficos.  Más allá sí. Más allá nos adentraríamos en la incertidumbre, un escenario en el que los expertos no se atreven a predecir ningún modelo aproximado pero que, en todo caso, no sería nada confortables para la vida humana.

De ahí que los esfuerzos diplomáticos en el arranque de la cumbre de cambio climático de París se centren en predisponer a las partes a alcanzar un acuerdo, un gran pacto que permita eludir la incertidumbre a la que nos abocaría un calentamiento global superior a los tres, cuatro o cinco grados respecto a la temperatura media del planeta. Ese es el principal propósito del Protocolo de París, la hoja de ruta que debe sustituir al malogrado Protocolo de Kioto.

Lo que está fuera de toda duda es que este cambio climático lo hemos desencadenado nosotros, está en marcha y es irreversible. Las sesiones de París no van a dedicar ni un solo minuto a discutir su origen ni cuestionar sus evidencias. De lo que se va a tratar en la COP21 (nombre técnico de la cumbre) es de sumar voluntades para habilitar un mecanismo legal, vinculante y de obligado cumplimiento que nos permita mitigar el cambio climático y mantenerlo a raya, para que no se nos desboque y perdamos las riendas de nuestra existencia en este planeta.

Porque eso es algo que debe quedarnos muy claro a todos: en París no vamos a hablar de cómo “salvar el planeta” sino de cómo podemos salvarnos nosotros. Salvarnos de un escenario climático muy diferente al actual y al que no tengamos tiempo de adaptarnos. Esa es otra de las claves de esta cumbre: cómo nos empezamos a adaptar ya a éste cambio climático.

Si hay algo que ha cambiado a lo largo de los últimos 4.500 millones de años en La Tierra es el clima. El clima es el director de escena: un tipo arrogante e impío que decide el decorado y ordena la presencia de los actores y figurantes que formamos esta gran compañía que es la biosfera y que no se corta un pelo a la hora de ordenar que desaparezca el actor principal. Si lo hizo con los dinosaurios -cualesquiera que fuera el motivo- ¿cómo no va a atreverse con nosotros?

Es de un antropocentrismo que roza el ridículo pensar que el mono desnudo, el mamífero más inadaptado de la biosfera pese a poseer el cerebro más evolucionado de la historia natural, pueda poner en riesgo un planeta al que llegamos hace un rato. Eso no es así.

Las condiciones climáticas son las que han determinado nuestra existencia desde el minuto cero de la evolución. Es más: ellas fueron las que nos obligaron a bajar del árbol. De lo que se trata ahora es que el cambio brusco de esas condiciones no nos obligue a bajarnos del planeta.

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