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Bellas palabras, nobles hechos (en el aniversario de Manuel Bartolomé Cossío)

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En febrero de 1926 se estrenó la obra de teatro Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel escrita por los hermanos Antonio y Manuel Machado. Días después, la Asociación de Antiguos Amigos de la Institución Libre de Enseñanza organizó en el jardín de la Institución un homenaje para festejar el éxito de sus dos exalumnos. Allí, Manuel Bartolomé Cossío, a quien Antonio Machado consideraba la gran gloria nacional de la pedagogía, les dijo: “Acordaos de cuando erais niños, de cuando vuestro padre, aquí amado de todos, os envío a esta casa —donde yo prediqué el saber sobrio— para aprender dos cosas, las mismas que Aquiles: a decir bellas palabras y a ejecutar nobles hechos”. A Machado, que admiraba profundamente a Cossío y por quien profesaba un afecto filial, sus palabras le impresionaron porque se sentía en deuda con su magisterio.

Y ese podría ser el lema que resume la personalidad y el mensaje del pedagogo más relevante de nuestra historia contemporánea, primer catedrático de Pedagogía Superior, director del Museo Pedagógico Nacional y presidente del Patronato de Misiones Pedagógicas, catedrático de Teoría de Historia del Arte, descubridor del Greco y difusor de su obra. Asimismo, Manuel Bartolomé Cossío fue el primer español distinguido como «Ciudadano de Honor» de la Segunda República ya que su capacidad de generar consenso era asombrosa y por eso también se convirtió en el deseado candidato al que propusieron asumir la presidencia de la República. Américo Castro afirmó que “Fue él y fue un ambiente” ya que a su alrededor se reunieron las personalidades políticas e intelectuales más importantes de la época.

Resultan plenamente actuales sus propuestas educativas acerca de la igualdad y la coeducación, la adecuada formación del profesorado, la negativa al adoctrinamiento religioso en los centros de enseñanza, la importancia de los idiomas, el contacto entre la vida y el aula, la relación entre el profesor y el alumno, la conexión efectiva entre todas las etapas de la enseñanza o la revalorización de la Formación Profesional. Defendió apasionadamente el aprendizaje cooperativo y el uso creativo del conocimiento frente a la memorización vacua y esa manía secular de examinar constantemente, casi como un acto de contrición. Inspiró, porque a ello aspiraba, un gran pacto ciudadano por la educación que debería unir la vertiente política y social con la académica.

También el fútbol llegó a España de la mano de Cossío, quien a finales del siglo XIX trajo un balón de cuero en una maleta tras un viaje a Londres. Pretendía que el deporte pudiese contribuir decisivamente a una gran transformación pedagógica que pasaba por una nueva relación de confianza entre maestros y alumnos. Joaquín Costa, su compañero y admirado amigo, fue quien trajo desde Francia la primera bicicleta revalorizando ambos el significado del deporte en la sociedad: Cossío con el balón, que simboliza el trabajo en equipo y Costa con la bicicleta, que expresa la voluntad y las ganas de vivir, de seguir pedaleando porque a pesar de las caídas hay que levantarse y continuar.

Cossío quería cambiar España mediante el instrumento más poderoso y transformador del que disponemos: la educación. De ella hizo un arte porque consideraba que educar era, sobre todo, un acto de amor, una realización viva y activa que se funda en la naturaleza y se eleva a arte puesto que la naturaleza y el arte son los dos pilares básicos de la educación y la función del educador debe ser la de enseñar a ver. Su idea de meter la vida en la escuela y de sacar la escuela a la vida debe seguir alumbrando nuestra educación y mostrando el camino hacia una vida en plenitud para que el alumno pueda aprender a ser un ciudadano libre frente a los estereotipos sociales.

En él se afirma la máxima de que cuando la vida imita al arte es porque el arte ha logrado anunciar la vida. Una vida intensa, generosa, persistente, vívida y vivida. “Somos sitio”, solía decir, porque la existencia humana no solo se da en el espacio, sino que es espacio social en construcción permanente en el que contra las mentiras y las injusticias podemos oponer la sensibilidad del arte y el potencial crítico de la inteligencia.

Fue Cossío quien en 1896 reivindicó que las maestras y los maestros tuviesen el mismo sueldo “por justicia y por no seguir consagrando la inferioridad de la mujer”, según él mismo argumentó. Asimismo, alentó el maravilloso proyecto de las Misiones Pedagógicas porque creía que la educación representa el lugar de la dignidad común de todos los seres humanos.

La pregunta por la educación conlleva la pregunta por un modo de vida ya sea este emancipatorio o preparatorio, crítico o adaptativo, vivencial o lineal. Y esa vertiente liberadora de la educación considerada como aprender a pensar por uno mismo de manera crítica une indefectiblemente a Cossío con nuestra actualidad, tan asediada por falsedades que se reproducen en ausencia de calma, reflexión y diálogo. No dejemos que esa ejemplaridad se apague, ya que de su inmenso legado queda aún mucho por decir y mucho más por ejecutar. Y eso sí que está al alcance de todos los bolsillos porque no cuesta nada mirarse para dentro.

Manuel Bartolomé Cossío nació en la localidad riojana de Haro el 22 de febrero de 1857. Era domingo, el día del sol. Y falleció el día 2 de septiembre de 1935. Era lunes, el día de la luna. Y, en efecto, su brillo, como el sol, iluminó conciencias. Y, como la luna, símbolo de la renovación, quiso renovar un viejo país paralizado por anquilosadas costumbres. Pretendía modernizar la sociedad favoreciendo el progreso ético de la ciudadanía mediante una reforma profunda del ser humano, de su conciencia, de su actitud ante la vida y ante la cultura.

Consciente de que el fanatismo lo perdona todo, salvo la inteligencia, Cossío entendió la educación como un arte de vida en la que el oficio de la existencia se concreta en la unidad del pensamiento y de la acción. Fue un artista de la educación que vio con los ojos del alma más allá de su propio tiempo e incluso más allá del nuestro. Y siempre desde los principios de la paciencia, la dignidad y la esperanza que se fundamentan en sus equivalentes: el arte, la educación y la vida. No lo olvidemos en estos presuntuosos tiempos de banalidad e indiferencia: urge decir bellas palabras y ejecutar nobles hechos.

Luis Alfonso Iglesias Huelga es poeta y ensayista, autor del libro Manuel Bartolomé Cossío, el arte de Educar, editorial Renacimiento.

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