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Música: el 'streaming' toma carrerilla
Cuentan los economistas que la gran crisis empezó en España en el año 2008, pero nadie que toque alguna tecla en el mundo de la música estará de acuerdo con esta afirmación. La música (con rédito) dejó de sonar mucho antes que el conjunto de la economía, con el arranque del siglo XXI. Datos que ilustran el palo: en 2001, los ingresos generados por la música grabada ascendían a 626 millones de euros en el mercado español. El descalabro fue constante —incluso cuando, a partir de 2006, empezaron a sumarse a la tarta las ventas por la nueva fuente digital— hasta el batacazo de 2013, cuando la facturación registró apenas 125 millones. Tras haber dado su nota más grave, el negocio sigue volando, pero bajo: los datos, que corresponden a Productores de Música de España (Promusicae), indican una leve remontada desde entonces: 160,2 millones.
“El último player de toda la cadena, el que vive de lo que genera una grabación, es el más frágil, y en los últimos quince años se ha hundido, literalmente. Yo he sufrido bastante”, comenta Alejo Stivel. Hay vidas que resumen los avatares de una industria entera, y la de este compositor, cantante y productor de origen argentino afincado en España bien podría ser una de ellas.
El cantante de los inolvidables Tequila tocó el cielo con uno de los grupos más populares que hayan existido en España en las últimas décadas, con éxitos como Quiero besarte y Salta! Fueron nuestros pequeños Rolling de finales de los años setenta y principios de los ochenta. Después vino la separación de la banda, unos años de túnel y excesos, la vuelta a empezar con las músicas que acompañan los anuncios publicitarios (jingles) y un regreso de altura como productor. Ha producido 200 discos, desde álbumes de Joaquín Sabina (incluido 19 días y 500 noches) hasta El Canto del Loco, pasando por La Oreja de Van Gogh o incluso Rosa, de OT. Su último trabajo ha sido producir el primer LP de la banda argentina Autopista 61. En estos años, llegó a tener un estudio de grabación con una veintena de personas al pie del cañón. Hoy confiesa tener una asistente y poco más. No ha abandonado el micrófono. En 2008 revivió Tequila de forma fugaz. En 2013, volvió versionar distintos temas (alguno también de su antigua banda de rock) en Decíamos ayer —como si nada, cual Fray Luis de León. Ahora prepara ilusionado material para sacar un disco —“ya no sé si debo llamarle así”, se ríe— para la vuelta del verano.
Del producto al servicio
Un recorrido a la par de una industria en mutación permanente: de la venta de productos (pongamos un CD) al abono (o ni siquiera) por servicios (la música que uno quiere cuando quiere); del soporte físico a la música digital; y, dentro del universo digital, del ordenador al móvil y un claro movimiento desde las descargas al consumo en streaming; el salto, también en la música, de la propiedad al acceso; entre anuncios o mediante el pago de una suscripción.
La revolución se está dando en mayor o menor medida en todas partes, aunque hay países donde el consumo de música está más digitalizado (EE UU) que en otros (Alemania). “Nunca antes en la historia de la música había sido posible acceder a tanta música tan deprisa de cualquier rincón del mundo”, constata Juan Calvi, músico, docente investigador de la Universidad Rey Juan Carlos y productor musical. Pero una constatación rotunda como esta coexiste con un sector desdibujado “principalmente por la influencia de Internet y, en menor medida, por la crisis económica”.
En España —donde, según el Ministerio de Cultura, siete de cada diez personas escuchan música en algún momento del día, y donde el paro no tiene parangón en Europa salvo en Grecia—, los hábitos de consumo musical no difieren mucho de los del resto del mundo y el soporte físico no ha dejado de caer hasta rozar el empate con el segmento digital en 2015. La música digital tiene los visos de protagonizar el sorpasso este mismo año, dan por hecho en el sector.
Pero sí encontramos algunas especificidades ibéricas. Una es el 21% del IVA cultural, que mantiene soliviantados a consumidores y artistas. La otra es la persistencia de la piratería. La Coalición de Creadores e Industrias de Contenido —que además de a la Sociedad General de Autores (SGAE), reúne a productores musicales y a los principales actores del mundo audiovisual, el editorial y los videojuegos— denuncia que no ha habido resultados en la batalla contra la piratería digital, “que ha crecido año tras año causando enormes perjuicios a las empresas y los profesionales de este sector estratégico”.
Coalición y piratería
En diciembre, coincidiendo con las elecciones generales, la coalición difundió un cálculo (no exento de polémica) sobre el valor de los contenidos pirateados durante la legislatura: en dinero, 54.601 millones de euros; en accesos a contenidos ilegales, 8.000 por minuto. Su tesis es la de que el Gobierno “no ha sabido impulsar la vía administrativa para lograr con éxito un descenso drástico de la piratería y un afloramiento necesario de la oferta legal”. La vía penal sería conveniente para casos graves, pero la administrativa permitiría, insisten, parar los pies por el bien de quienes viven de la música, además de alimentar las arcas públicas.
“Se habla de la importancia de concienciar a la gente. A eso replico que, más que concienciar, se trata de aplicar la ley”, reflexiona Calvi. La nueva Ley de la Propiedad Intelectual que entró en vigor el año pasado, pese a sus garantías, no ha impedido decenas de denuncias contra distintas obras afectadas. “España se comporta como un país tercemundista. En algunos países quizá el arte pueda ser gratuito, pero en España, por crisis que haya, la música debe ser asequible, pero no empobrecer de esta manera a los creadores”, añade Stivel. “La gente cruzaría la calle sin detenerse y sin ningún orden si no hubiera semáforos en la calle”, añade.
IFPI, la organización global que habla por la música grabada, ve una tabla de salvación en el streaming o la escucha en línea. Según las discográficas españolas, el 82% del negocio digital proviene de inventos de gigantes como Spotify, con publicidad o por la vía del abono. De pronto, Apple, que se había hecho la reina en los inicios del negocio digital mediante las compras a través de descargas en su tienda, se ha convertido al streaming tras la compra de Beats Audio en 2014 por 3.000 millones de dólares. Un año después, presentó el Apple Music (música en línea por una suscripción de 9,9 euros al mes). También Google tiene su pata en línea (Play Music).
Las suscripciones de pago o Premium suponen ya el 65% de los ingresos por música digital, frente al 35% de opciones gratuitas. La cifra de usuarios con una suscripción Premium se incrementó un 35% en el último año, y se superó el listón de los 500.000.
El auge del streaming ha empequeñecido la fuente principal de ingresos tradicional del sector (música grabada) en favor de la concesión de derechos de licencia y forzosamente impulsa también la música en vivo, como destaca el trabajo de fin de grado de Irina Aizencang, manager de Stivel, Las discográficas frente a las nuevas formas de distribución musical y la autopromoción de grupos musicales. Pero hay un pero. Lo que le llega al músico por cada reproducción es, según la propia Spotify, 0,005 céntimos de euro. “Hasta que no se junte una mayoría de artistas del mundo y digan todos que no van a ceder derechos, o hasta que no se constituya una plataforma de artistas, será difícil que cambie nada”, se lamenta Stivel.
Por otra parte, la teoría de que el dinero del CD se reinvierte hoy en conciertos chirría con la crisis. Según el último anuario de la SGAE,entre 2008 y 2013 se produjo un descenso del 25,5% en el número de conciertos en directo (de música popular, no clásica) en España, del 36,2% en la asistencia y del 19,2% en la recaudación. En 2014, la cosa fue mejor. Por cierto, Competencia multó a la SGAE a finales de ese año con 3,1 millones por considerar que el 10% que esta entidad cobra sobre la taquilla es abusivo.
[Este artículo ha sido publicado en el número de abril de la revista Alternativas Económicas y forma parte de un dossier dedicado al negocio de la música en la era digital. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]
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