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Alfonso Guerra: “No existe nacionalismo sin una historia inventada”

Alfonso Guerra, en una imagen de archivo

Néstor Cenizo

Los actos de Alfonso Guerra suelen ser prolíficos en titulares. En los últimos años el exvicepresidente está muy interesado en hablar del nacionalismo catalán. Sabe que lo que dice se oye. Además, le invitan porque no todos se prestan como él, siempre con la lengua a punto allá donde se le requiera. Este viernes estuvo en Málaga para pronunciar una charla. Se titulaba “El uso de la leyenda negra en los nacionalismos fragmentarios”, y formaba parte de un curso de verano de la Universidad de Málaga llamado Geopolítica y leyenda negra, coordinado por la profesora y escritora superventas Elvira Roca Barea, que ha hecho del tema casi una marca personal.

Para el coloquio posterior, al que se sumó el exministro Eduardo Serra, se reservaba la pregunta “¿Tiene la Hispanidad futuro sin superar la Leyenda negra?”, aunque al final hablaron de casi todo: robots, China, nuevas tecnologías… “A ver si consigo reconducir la conversación al asunto que aquí nos convocó. No renuncio a una reflexión sobre la posición hispánica...”, dijo Roca Barea, con pocas esperanzas de conseguirlo.

En sus conferencias Alfonso Guerra coloca el disclaimer donde corresponde, antes de empezar: “Yo siempre he apoyado el derecho a defender las tesis nacionalistas, pero también el derecho a discrepar de ellas. El problema es que no se da esa reciprocidad. Si haces una crítica de un nacionalista, inmediatamente eres calificado de nacionalista de otro tipo. Yo soy anti nacionalista”.

El objetivo era hablar del nacionalismo, a partir del supuesto uso y abuso de la historia, deformada a conveniencia para encajar como un guante en una reivindicación política. “Leyenda negra ha habido de todas las potencias, la diferencia es que los españoles la compraron. Es el mayor homenaje que ha hecho un pueblo a Masoch”, opina Guerra. El “nacionalismo fragmentario” habría aplicado un nuevo espejo cóncavo a la imagen ya deforme que nos enviaban las potencias enemigas. “No existe nacionalismo sin una historia inventada”.

El verdadero problema político habría surgido cuando los nacionalismos, tanto el centralista como el periférico, negaron el estado autonómico. Son los nacionalismos periféricos los que habrían ido más lejos, ignorando los procedimientos para reformar la Constitución que no aceptan. En esta lógica, se habrían servido de la historia para inventar una soberanía que nunca existió.

“El catalán tiende al estado agradabilísimo de ser víctima”

A estas alturas de la conferencia, Guerra ya está citando a Josep Pla (“El catalán tiende al estado agradabilísimo de ser víctima”) y la perspectiva historicista ha quedado arrinconada en favor de su análisis del proceso soberanista catalán. “Es notorio que el nacionalismo haya intentado desestabilizar al Estado justo en los momentos de mayor avance”. “Tres intentos de golpe de Estado en un siglo son muchos”. “Todos [los acusados en el juicio ante el Tribunal Supremo] han dicho ”no hicimos nada“, para a continuación decir ”lo volveremos a hacer“. ”Están situados en un delirio paranoide“. ”Las leyes del 6 y 7 de septiembre de 2017 fue el comienzo del golpe de estado a cámara lenta, ma non troppo“.

Después de ofrecer sus frases más potentes, Guerra vuelve al tema. Aprovechando la deformación del concepto de patria por obra y gracia de la dictadura franquista, el nacionalismo periférico encontró un resquicio por el que desgastar la unidad del Estado y poner en duda “el concepto de España”. Lo que sorprende, según el político socialista, es que esa tesis haya encontrado acomodo en sectores jóvenes y de la izquierda que parecen ignorar, dice, que “el nacionalismo provocó dos guerras mundiales con 70 millones de muertos”.

Ese nacionalismo sigue siendo un gran peligro, y a Guerra le preocupa el periférico: “El nacionalismo español trasnochado tiene todavía vestigios en España. Pero lo que hoy representa un peligro son los nacionalismos fragmentarios: el catalán, el vasco, lo que pueda venir de Baleares…”. Hasta el punto de que ha acusado nuevamente a Quim Torra de ser “un individuo con ideas neonazis”, y luego ha explicado la querella que interpuso contra él el presidente de la Generalitat:“ Yo dije que era un nazi y me puso una querella, que no han aceptado. Me mandó una carta: ”No me llame usted nazi nunca más, porque es el insulto más grave que se puede hacer a un demócrata catalán“... A uno de Badajoz no...”.

“Los demócratas hemos de fomentar el sentimiento nacional”

Llega entonces el momento de mayor aceptación entre el auditorio. El Salón de Actos del Rectorado está rendido al discurso del exvicepresidente, que sabe que al público le hace mucha gracia su ironía afilada. El material es la reconstrucción pintoresca por parte de algunos entes catalanes de algunos hechos y relatos históricos:

“En el Institut Nova Historia hay 107 historiadores, que han denunciado la sucia operación de España para quitar protagonismo a Cataluña. Cristóbal Colón era catalán. Dicen que Santa Teresa de Jesús es de Barcelona. Cervantes era Joan Miquel Servent, escribió el Quixote, pero lo tradujeron al castellano y dijeron que era español. Pero no, era catalán”. A estas alturas, el auditorio se parte de risa, y Guerra continúa desgranando con delectación: “Celestina y Lazarillo de Tormes, de Joan Timoneda... Pero asómbrense que hay más: Leonardo da Vinci es oriundo de Cataluña y estuvo en el Monasterio de Montserrat, donde pintó un cuadro de una mujer con enigmática sonrisa. Ellos saben quién es: ¡la virgen de Montserrat!. Todos catalanes, pero la mísera España le robó a Cataluña la gloria. Cataluña ya existía en el siglo VII antes de Cristo. Tartessos es Tortosa”.

Queda ya solo cerrar la conferencia ante un auditorio entregado, porque le gusta lo que oye. Guerra concluye su alegato contra el nacionalismo periférico con una encendida defensa del sentimiento nacional español. “Ante los intentos de dividir a la nación a través de una falsa y ridícula leyenda negra propiciada por el nacionalismo fragmentario, los demócratas hemos de fomentar el sentimiento nacional. Amar a la patria debe dejar de ser un emblema de la derecha reaccionaria, que durante años expropió al conjunto de los españoles (…) Es la hora de despojarnos de viejos escrúpulos, y sincerarnos en nuestro afecto por España y su futuro, que es el de todos los españoles. La unidad de España no es otra cosa que la igualdad entre españoles”.

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