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Muñoz Molina: “Muchos de los problemas de España vienen de nuestra propia irresponsabilidad”

El escritor Antonio Muñoz Molina.

Miguel A. Ortega Lucas

A sus veintitantos, treinta años, cuando trabajaba como funcionario de cultura en el Ayuntamiento de Granada (época de su vida que retrata ferozmente en Como la sombra que se va: casi como una expiación), Antonio Muñoz Molina se daba cuenta de que “era visible de manera intermitente: la gente sólo me veía cuando le interesaba algo de mi trabajo. Era el hombre invisible intermitente”, cuenta ahora, con retranca, en torno a una mesa a la que invita a todo conocido que pasa por allí (tan visible él, ya, de manera continua). Que por eso, entre otras cosas, es tal institución en Úbeda el hijo del hortelano Francisco y de Antonia: un vecino cualquiera, se diría uno al verlo venir, con sus andares distraídos. Como un oficinista que volviera a casa de su madre para comer. Un hombre cualquiera que hubiera escrito, en sus ratos libres de provincias, El jinete polaco.  

Sobre su última novela y sobre la necesidad de “saber ver” que, a su juicio, tiene su país, hablamos con él en su pueblo natal, en un enero muy parecido al que nació, hace ahora 59 años. A escasas horas de su regreso a Nueva York, donde da clases, y a pocas calles de ese barrio de San Lorenzo en el que escuchó de niño casi todos los cuentos que luego volvería a contar, a su manera, en una obra de casi veinte títulos reconocida en 2013 con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

En los primeros compases de la novela late un pensamiento repetitivo, de tensión íntima, por no estar siendo usted, en aquel momento (con 30 años), quien realmente debía ser, o creía que debía ser; como pensando siempre que la vida estaba en otra parte. ¿Padecemos casi todos de eso, más o menos?   creía

Bueno, querer ser otro puede ser por razones legítimas, racionales, o por razones un poco delirantes o tóxicas. Uno puede querer ser otro porque las circunstancias en las que vive son objetivamente desagradables; pero también puede ocurrir que uno no sepa ver lo que tiene alrededor. Uno dice: La vida está en otra parte: ¿necesariamente…? Algo muy característico de la mentalidad adolescente –que es lo que yo me autorretrato ahí– es la incapacidad de ver con claridad lo que tienes delante de los ojos. Creo que uno de los aprendizajes más difíciles de la vida es saber ver. La literatura tiene un doble efecto: te sirve para ver más allá de tu mundo inmediato, pero también para no ver el mundo ante ti. Eso lo ha avisado la literatura desde siempre: Don Quijote no es un soñador que se enfrenta a una realidad mediocre; eso es una lectura de Broadway. Don Quijote es un señor que se niega a ver las evidencias de la realidad. Cervantes es un escritor mucho más político de lo que parece, y hace ahí un diagnóstico de cierta mentalidad española, que es la decisión de no ver lo que tienes delante de los ojos, sino imponer tu idea previa. Lo que está haciendo don Quijote no es luchar contra lo imposible, sino no fijarse en los datos que le suministra la realidad. Y Sancho se lo dice: “No, no son gigantes”. Así que cuidado con querer ser otro…

Usted ha dicho varias veces que la vida podría dividirse entre acreedores y deudores: los que van por la vida creyendo que se les debe todo, y los que van pidiendo perdón por respirar. ¿Puede que sea ésa una de las muchas razones de los problemas que tenemos aquí?acreedores y deudores:

Aquí lo que ha pasado también es que en España no hay una cultura cívica arraigada; hay muy poco pensamiento crítico. En España el discurso político fue completamente usurpado por los partidos. En vez de haber debates verdaderos sobre la realidad, hemos tenido confrontaciones permanentes entre intereses partidistas. Durante mucho tiempo una dificultad que había para intentar corregir las cosas era la dificultad de ver (y te vuelvo a lo del Quijote): si tú eres de un partido, ves sólo los errores y las corruptelas del otro. Tenemos que esforzarnos en ver las cosas como son, y no como nos dice nuestra ideología o nuestra lealtad partidista. Un corrupto es un corrupto. Están los hechos y están las opiniones. Decía un senador demócrata, Patrick Moynihan: “Cada persona tiene derecho a sus propias opiniones, pero no a sus propios hechos”. El ser humano ha conseguido poner un módulo espacial en la superficie de un cometa, a 500 millones de km., y sin embargo en España no podemos saber cuántas personas hay en una manifestación. “Según la policía; según los organizadores…”. Y en la vida real tú no puedes tener opiniones basadas en la mentira. En nuestro país hace falta una revolución cognitiva casi: tiene que llegar el empirismo. Tener la humildad de fijarse en los hechos... Ahora ha salido un libro, despreciable, de Gregorio Morán, El cura y los mandarines, sobre lo que llaman la CT, cultura de la transición. Lo iba a publicar Planeta pero se echó atrás y lo ha publicado Akal. Dicen que fue censura por atacar a la “casta cultural”... Cuando el libro de Morán está lleno de mentiras, mentiras comprobables. Te pongo un ejemplo: dice de Luis Martín Santos, el novelista, que su mujer era esquizofrénica y que aprovechó que era psiquiatra para encerrarla, porque le molestaba para estar con su amante. ¡Eso es mentira! No se trata de que Morán sea más o menos simpático: es que eso no-es-verdad. En un país civilizado ese señor quedaría desacreditado automáticamente.

¿Ha vivido usted mucho eso, tan de aquí también, de que se identifique al discrepante con el enemigo?de aquí

Aquí pasa que cualquier crítica que se haga se considera una ofensa. No se te da el derecho a decir A mí no me gusta tal cosa; que puede que yo esté equivocado, pero me gustaría que se me reconociera el derecho a decirlo con honradez y con buena fe. Siempre se buscan argumentos para descalificar. Y si dices que Jordi Pujol ha robado, es “un ataque a Cataluña”. Hombree…

¿Qué piensa de todo lo que se habla últimamente en torno a la Transición?

Cuando se habla de superar la Transición: ¿se habla de superar el modelo de igualdad ante la ley, de pluralismo político, de control y limitación de los poderes? ¿Es ése el modelo que hay que superar?... ¿Tú sabes lo que era ir a la frontera en 1977 –no en 1947– y enseñar un pasaporte español? ¿Cómo era ser homosexual, cómo era ser mujer? A mí me ofende que llamen a esto régimen, como si Franco no hubiera muerto, como si estos años hubieran sido igual que la dictadura.

Lo que muchos se plantean en el fondo es hasta qué punto es compatible la socialdemocracia con el capitalismo tal y como lo estamos conociendo. Porque algunas estafas también pueden considerarse hechos… hechos…

Pero, ¿el modelo europeo ha sido una estafa?... No. Eso suena bonito pero... Hay un dominio en el mundo de las grandes empresas y del capital financiero, sí; pero de ahí a lo otro… Eso no es verdad.

¿Cómo lo arreglamos?

Pues con democracia, con racionalidad y creando grandes mayorías que cambien las cosas. Pero los europeos no sabemos lo que tenemos. Incluso ahora. Y muchos de los problemas que tenemos no vienen por imposiciones de nadie; vienen por nuestra propia irresponsabilidad, por nuestro abandono. Muchas cosas que se hacen mal son responsabilidad nuestra, de los políticos que hemos votado, de las instituciones que nosotros nos hemos dado. Otro problema muy grave es que España no ha querido ser una democracia ilustrada, no se ha hecho hincapié en la educación, el conocimiento; se ha hecho hincapié en construir identidades, que es una idiotez. Es decir: no en construir ciudadanos de una democracia, sino miembros de un pueblo; en ser de Úbeda, o ser del País Vasco… Eso es un gran error que hace que no tengamos sentido de la realidad.

Otra vez las vísceras por delante del pensamiento.

¿Tú sabes cuál es ahora el problema fundamental, y triste? Que hay una brecha educativa que separa a los que han podido tener una formación sólida de los que no han podido. Si yo con mi origen social hubiera sido niño ahora, probablemente tendría menos ventajas educativas de las que tuve. Y eso es muy duro. Pero hay una parte de ese problema que está en nuestras manos. Cualquiera que se dedica a la enseñanza sabe que muchos padres no se preocupan más que de defender a sus hijos incondicionalmente contra el profesor. Entonces: a ti te importa una mierda lo que aprenda tu hijo, pero le ponen un 2 en un examen y llegas como una fiera, “a ver qué le has hecho a mi hijo”. Cada cual tiene una responsabilidad de acuerdo con el puesto que ocupa; tú eres responsable de muchas cosas de tu vida. Si uno quiere algo tiene que defenderlo en el ámbito de sus posibilidades prácticas. Estamos enfermos de palabrería. Y de gente muy solidaria con todo que luego son unos miserables en su comportamiento cotidiano.

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