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El procés de La Línea

El alcalde de La Línea

Juan José Téllez

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Chungo asunto que La Línea de la Concepción (Cádiz, Andalucía, por ahora) vaya a conmemorar sus 150 años de pequeña gran historia con el inicio de un proceso administrativo que le convierta en ciudad autónoma. Este procés meridional no obedece al mantra de “España nos roba” sino al de “aquí nunca hubo nada y sigue sin haberlo”.

Sergio del Molino incluyó a esta localidad andaluza entre sus “Lugares fuera de sitio” bajo la advertencia de que en las fronteras de nuestro país es donde más y mejor se hacen visibles los problemas de cada territorio. Hay ciudades de la España vaciada que están vacías de población o vacías de esperanza. En su exiguo término municipal, se junta el hambre con las ganas de comer.

A la falda de Gibraltar, La Línea de hoy es hija de los intereses del imperio británico y de la dejación de los gobiernos españoles. Nacida en 1870 sobre lo que antes fue un destartalado dormitorio para quienes no podían pernoctar en el Peñón, en tiempos se benefició de las migajas de la colonia; pero desde 1969, cuando el franquismo cerró la Verja fronteriza, las tornas cambiaron y por sus calles sólo faltaron, en tiempos, las desoladoras bolas de ramajos que cruzan por los westerns.

Moral de frontera

El Estado español destinó más soldados y carabineros a este confín que ventanillas administrativas que facilitaran la vida a los contribuyentes. Mucha, mucha policía pero pocas inversiones especialmente para esta población de 64.000 habitantes mal contados. Cuando los planes de desarrollo de la tecnocracia franquista regaron de chimeneas la Bahía de Algeciras, a La Línea le tocó en suerte una fábrica textil que resultó ser un fraude, un parque y un macroestadio, difíciles de mantener para un Ayuntamiento que, medio siglo después, sigue a la cuarta pregunta.

Tras la reapertura de las comunicaciones entre Gibraltar y su Campo, no volvieron los tiempos en que allí se ataban los perros con longanizas. Esa ciudad vio como crecían, al unísono, los parados y los yonquis, bajo el I+D+I de la economía sumergida, el tabaco de contrabando, la leyenda negra, ya saben. Demasiados años de moral de frontera como para que Cristóbal Montoro terminara reprochando su falta de patriotismo a las matuteras que malvendían el añejo tabaco de estraperlo. Mientras, la antigua Tabacalera se convertía en la principal exportadora de nicotina hacia la Roca.

La España exigua

Hay una España vacía y otra España exigua: una estrecha franja de tierra es el perímetro sobre el que La Línea tiene que salir adelante. ¿De qué puede vivir un municipio si apenas hay nada legal de lo que poder nutrirse? En el reparto del desarrollismo de los años 60 y 70, otras localidades vecinas tuvieron más suerte, especialmente San Roque, Los Barrios y Algeciras, con un puerto voraz que sigue creciendo hasta parámetros insospechados. La postergación oficial de todo este enclave, pese a ello, ha sido proverbial, tal y como todavía refleja su calamitoso y anacrónico ferrocarril.

Como a perro flaco todo se le vuelven pulgas, todos los indicios apuntan a que la aplicación del Brexit en Gibraltar repercutirá negativamente en sus vecinos de La Línea, tanto en sus comercios como en su mano de obra. La historia local podría escribirse con los renglones torcidos de los fiascos, sus asignaturas pendientes y sus malos barruntos.

No hubo resignación, sin embargo. Desde la sociedad civil, se luchó contra el narcotráfico y sus títeres, contra el desempleo aquí y las desigualdades en cualquier paradero. También desde las instituciones lo intentaron: la Mancomunidad de Municipios se creó bajo el señuelo de reconstruir la realidad política y económica de la comarca, hasta que su relativo fracaso insufló la reivindicación de la comarca entera como novena provincia andaluza, una pancarta que se desarboló tan sólo con acercar las ventanillas de la burocracia a los ciudadanos, repartir equitativamente los planes de empleo y reservar una cuota de representación electoral para este paradero. Desde el Ayuntamiento linense, se enarbolaron fórmulas más o menos ingeniosas para amortiguar la asfixia local, entre reivindicaciones de cartas económicas o zonas francas. Nada de nada. La Línea era Pepe Isbert viendo pasar de largo a cualquier Mr. Marshall.

Cantar un órdago

Los electores se cansaron de votar casi unánimemente al PSOE y terminaron decantándose por opciones tan aventuradas como el GIL de Jesús Gil, en una monumental lonja de compraventa de voluntades, o ahora, por un partido independiente, La Línea 100 por 100, que ahora reclama un brexit a la linense, lo que supone formalmente un desgajo de Andalucía pero en el que sus promotores confían como bálsamo de Fierabrás para los males crónicos que afectan a su entorno.

Lleven razón o no la lleven, se trata del síntoma de un fracaso: nos hemos preocupado tanto y tan inútilmente de recuperar la soberanía del Peñón, que hemos olvidado esa otra soberanía de la gente corriente que sobrevivía a su rebufo, el derecho a un contrato social que le surta de empleo y de sueldos dignos. Aunque hubo insospechadamente andalucistas de nuevo cuño que apoyaron esta secesión andaluza, consumar la independencia linense del resto de la comunidad no haría precisamente feliz a Blas Infante.

¿Por qué lo que a muchos nos resulta descabellado, a otros les parece algo razonable? Intento responderme a dicha reflexión con otras preguntas: ¿Qué otra cosa pueden hacer los lugareños que cantar un órdago? Pero, ¿qué podemos hacer los andaluces para evitar que sesenta y tantas mil personas dejen de serlo? Probablemente, acudir a todos los gobiernos y reclamar lo que hubiera sido palmario en cualquier ajedrez diplomático, desde hace al menos 150 años: que La Línea fuera el escaparate de lo mejor de España y no el espantapájaros que jamás quiso ser.

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