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Aotearoa
Como a Luis Gordillo- lo leo en EP-, me alegran las lagartijas. Las recuerdo en los patinillos y azoteas de mi ciudad. Me gustaría hablar con Luí, de sevillano a sevillano, de las salagartijas. Cuando el pintor sevillano llegó a Madrid -se lo escuché un día en la radio-, no entendía por qué a los calentitos les decían churros,- yo tampoco-. Cosas nuestras.
En los mundiales de fútbol femenino, en las canchas de Nueva Zelanda, aparecía en los tablones una palabra: Aotearoa. No es marca de nada, es el nombre en maorí de Nueva Zelanda. No sé cómo se dice en maorí #seacabó pero lo hubieran escrito de saber lo que iba a pasar, o game over, que es como se dice en la otra lengua oficial de aquellas islas. El maorí es una lengua minoritaria, apenas el 5% lo habla, pero los pobladores europeos, aunque costó, en señal de respeto, lo defienden y miman, no se quedan en los rituales de la cultura maorí y sus danzas guerreras, como la haka. Hoy, la lengua maorí es una seña vigorosa de identidad y riqueza cultural.
Nueva Zelanda queda cerquita de Filipinas, es un decir. Poco antes de su emancipación de España, cuando todo estaba podrido y perdido, en septiembre de 1897, el Gobierno- con la Regente en San Sebastián- cambiaba radicalmente la legislación filipina; entre otras cosas para reconocer el tagalo, hoy lengua oficial, y el visaya, además de premiar el conocimiento de alguna otra lengua insular de tantas como había y hay; las dos primeras darían aptitud para acceder a la administración colonial, incluida la carrera judicial, para isleños y metropolitanos. Tarde, la independencia era irrefrenable. Con todo, la primera Constitución de la República Filipina, la de Malolos, reconocía el castellano como lengua oficial; de momento, decía su artículo 93.
Todos los textos fundacionales filipinos están en castellano. José Rizal, venerado héroe de la independencia, pertenecía al siglo de oro de la literatura en castellano de Filipinas. Rizal, acusado y condenado por rebelión y sedición fue fusilado por la Guardia Civil- qué malos momentos reserva la historia al Cuerpo-. Hoy apenas hay gente que hable español en Filipinas, si acaso la élite hispanofilipina; hay fragmentos en algún dialecto criollo, el chabacano, por ejemplo.
En la cercana Guam, Guaján en castellano, que perteneció a la Capitanía de Filipinas y hoy a Estados Unidos, se perdió el castellano, aunque una de sus lenguas oficiales, el chamorro, atestigua su influencia. Su actual Gobernadora se llama, Lourdes León Guerrero, por más señas.
De cada playa a culatazos, lingüísticos también; el castellano no se conservó ni siquiera como lingua franca, su lugar lo ocupó el inglés. En Puerto Rico andan así así, en el zaguán del inglés. Paraguay es un ejemplo dichoso de lo contrario, hay curas y curas, allí los jesuitas consiguieron no solo preservar el guaraní sino convertir ese país en verdaderamente bilingüe.
En Marruecos, el castellano, abandonado, pudo ser lingua franca, al menos en el norte y extremo sur, gracias a la diversidad lingüística magrebí; su lugar lo ocupa el francés. Felizmente, el tamazigh empieza a ser considerado. Aún lamento no haberme traído libros y libros del zoco viejo de Tánger. Allí reposan, espero que aún- con Mohammed Chukri presentido-, maravillas de autores religiosos y militares ilustrados españoles sobre las lenguas marroquíes.
Tuve en mis manos un manual maravilloso que pertenecía a un telegrafista destinado en el Protectorado, en árabe, chelja, español y francés, pero fui bueno. En el Sáhara acabará perdiéndose; poca correa dieron en las Cortes franquistas a aquellos exóticos representantes de la provincia africana; en Ifni, Cabo Juby, Tarfaya, apenas quedan palabras, oscurecidas por la vergüenza y el abandono de los patriotas bicolores. Lo primero que castigan los emancipados de la arrogancia del nacionalismo español es el idioma.
El pluralismo lingüístico siempre ha sido una virtud, pero en España se tomaron muy en serio aquello de que un idioma es un dialecto con ejército y armada, atribuido a Max Weinrich; la diversidad siempre se consideró una amenaza. Mientras Yahvé decretaba la diversidad de lenguas en Babilonia para confundir a los hombres que lo retaron, el dios vernáculo de la España nacional quiso y quiere fundirlas para que le adoren en una sola lengua.
El borboneo, paisano francés del jacobinismo, apretó en el uniformismo, aunque los austrias tampoco se esforzaron en aprender las lenguas de su reino, las peninsulares; el catalán, por ejemplo (segunda lengua más hablada en el Estado, más que varias lenguas oficiales de la UE). De ello se dolió el conde-duque de Olivares; en su intento educador de Felipe IV fracasó y, ciertamente, no lo tuvo fácil en las Cortes catalanoparlantes de Aragón.
Y así seguimos. Mi abuelo Juan, recluta en la guerra de Melilla, aprendió algo de chelja (tarifit), y se atrevía, presumía de ello, con sus conmilitones catalanes, unidos en alpargatas en el destino de los menesterosos, luchando por la oligarquía borbónica, como contó Arturo Barea.
Ahora, después de tantas experiencias fallidas, una historia que nos aplasta y una Constitución que sienta el plurilingüismo como valor común y democrático, se vuelve a poner encima de la mesa con irritación patriotera y mesetaria la posibilidad de hablar todos en nuestras lenguas. A la izquierda le cuesta casi tanto como a la derecha.
En las Cortes, sus señorías, a veces, no parecen necesitar lengua alguna para expresarse con prodigalidad con sus extremidades e incluso un senador real gallego, premio Nobel, fue muy lisonjeado por expresarse patrióticamente con el ojete en su oposición y desprecio a un representante de la entessa catalana pero poco importa si es para parlotear: Only Spanish. Como dice mi paisano Luis Gordillo, el de las salagartijas y los calentitos: “Me moriré deprimido”.
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