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El fotógrafo de Ferraz

González, Sánchez, Guerra y Martínez Cobo, en el homenaje al Congreso de Suresnes en octubre de 2014

Javier Aroca

17 de septiembre de 2023 21:19 h

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Qué pasó con Felipe González en Sevilla, pues no lo esperado aunque había su bulla de afectos y de fotógrafos. No se esperaba que poco antes del evento el PSOE expulsaría solo a Nicolás Redondo. En la retina, la reprimenda a Felipe de un gran socialista y ugetista, José Romero, que padeció las cárceles franquistas, hombre coherente y respetado: nos duele lo que dices, le soltó, una vez asegurado de que lo había reconocido.

El día no concluyó –ni ha concluido por lo que se sigue oyendo– hasta que Rafael Escuredo, ex presidente de la Junta de Andalucía, sufridor del centralismo socialista y de la mediocridad sucesoria, se explayara contra aquellos que buscan el aplauso fácil de la derecha: una foto del destinatario.

Felipe tocó la memoria de Nicolás Redondo, padre –no confundir, por favor–; fue para atizar y mejor que no lo hubiera hecho porque trajo a la memoria de muchos sindicalistas y muchos socialistas aquellos tiempos de Felipe y su fotógrafo, el Guerra: el que se mueva no sale en la foto. La foto final del abigarrado contubernio es lo más antiguo que se ha visto en Sevilla, de esta generación como mínimo, hedía a bolillas de alcanfor. Un futuro inquietante.

Vino sin pana y sin pana ni pena ni gloria fuese, mientras crece el olor a naftalina de su guardia regular e irregular en tertulias, periódicos de postín y saraos ad hoc.

La suma de las izquierdas no parece que acabe de cuajar por muchos aspavientos que hagan y algún traspié relevante, fruto, quizá, de la ansiedad porque haya un gobierno al que pertenecer

La noticia, sin embargo, es que el PSOE no se amilana. Tampoco se amilana la izquierda del 11-M que tanto temen; el cónclave de Madrid se confabula en fortalecer una izquierda que parecía decadente, en los resultados electorales, desde luego. Si hay de verdad unidad de la izquierda postconciliar tiene que ser con ellos. La suma de las izquierdas no parece que acabe de cuajar por muchos aspavientos que hagan y algún traspié relevante, fruto, quizá, de la ansiedad porque haya un gobierno al que pertenecer. Nunca una suma se pareció más a una resta. Para Podemos, su momento podría llegar en primavera, con las elecciones europeas. Una especie de caucus entre las izquierdas, en donde Irene Montero podría confirmar y demostrar su verdadero poder refundacional y tirón electoral. 

No parece, quiero creer, que con lo que se juegan unas y otras, ser ministra o vicepresidenta del Gobierno sea una condición realista, aunque las heridas supuran y el aire huele a O.K. Corral. Saben mucho de cine.

Son dos buenas noticias, la izquierda no se rinde a pesar de los oscuros nubarrones y de los disolventes de sus propias filas, los mosqueteros, de un lado, y los acomodados de la Transición, del otro. También lo es que PNV y Junts se reúnan; una Galeusca imperfecta 2.0 sin llegar a IA, más allá de la Declaración de Barcelona de 1998. Con Bildu y ERC al liquindoi. Quizá la sensatez de Estado de los vascos acabe de meter en la realidad a los catalanes de Junts que, por cierto, fueron los cuartos en las últimas elecciones generales en Catalunya.

Y detrás de los cuartos, vienen los quintos: los populares de Feijóo, o de Aznar, descubierto ya como el José Luis Moreno de todo lo que ocurre. En Catalunya no acaban de cuajar. Resulta que, después de todo, se reunieron con los de Puigdemont, hospedados por miembros relevantes de la burguesía catalana, pero no se atreven a contarlo. Cada error rebaja el precio de la investidura del o de la que sea la alternativa a un Feijóo delirante.

Todo el mundo pregunta y se pregunta qué va a pasar, los más taimados y cagones hasta hacen sus cálculos, sin exponerse, a la defensiva y por si acaso

El jaleo de este periodo de investidura es tremendo y todo un despropósito. El dislate del PP lleva a agitaciones callejeras antes de la investidura propia contra el aspirante a una ajena que no sabemos ni siquiera si se producirá. Nadie queda bien y hasta el Rey insiste en estar desdibujado. La legislatura, si ve la luz, será dura pero dejará atrás también mucha carcunda, será como el lavado de las grandes mareas, aunque sea por razones biológicas. Lo mejor y quizá esperanzador, es el silencio calculado o no de Pedro Sánchez –aunque nunca deja de calcular– y eso que le preparan emboscadas y abucheos un día sí y otro no, pero no tanto como el abucheo de todo el Stade de France, en la inauguración del Mundial de Rugby, a Emmanuel Macron. La suerte de Pedro Sánchez es que no hay día de las Fuerzas Armadas, que si no, se iba a enterar.

Todo el mundo pregunta y se pregunta qué va a pasar, los más taimados y cagones hasta hacen sus cálculos, sin exponerse, a la defensiva y por si acaso. Como diría un profesor de Derecho de la Hispalense con ocasión del golpe de Estado del 23-F: “Yo, camisa vieja de lo que venga”, gritan los ventajistas.

Me asomo al balcón y huele a estiércol, no huele a democracia; de poniente a veces me llegan vientos de repetición de elecciones –quizá lo barrunto de ese silencio perruno– pero me temo que otras elecciones serían como antiguamente en los pueblos, hasta que gane el equipo local, a paraguazos con los linieres. Y con la pareja de guardia civil por si fallan los paraguazos. 

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