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Imperdonables burgueses de izquierda
Gay y cargo del PP se puede ser, por supuesto. También negro de Vox. Y mujer de cualquiera de ellos. Aunque el PP acabe de abstenerse en dos votaciones del Parlamento europeo cruciales para que la homofobia y la violencia machista sean delitos en toda Europa. Y Vox haya votado en contra y base sus campañas en el racismo. En cambio, ser líder de izquierdas siendo anestesista, con estudios universitarios, de clase media, ¡burguesa! es lo que Ayuso echa en cara como imperdonable a Mónica García cuando la apunta con el dedo y cacarea: “izquierda caviar, izquierda caviar.” Jaleada por su cla mediática que tilda semejante intervención antidemocrática y chabacana de “descomunal repaso.”
El hecho no es una anécdota. Esta misma semana cuando el diputado de Vox José María Sánchez llamó “bruja” a la parlamentaria socialista Laura Berja en la sesión que aprobó prohibir el acoso ante las clínicas abortivas, salió a colación las veces que la ultraderecha acusa de “hipócritas” y “élites de izquierda caviar” a los y las políticos de izquierda por ser de clase media.
¿Por qué la ultraderecha, dentro del PP y escindida en Vox, odia a la izquierda burguesa?
A ver, sus palabras y trayectoria prueban una aversión general a toda la izquierda. No una sana discrepancia democrática, sino la urticaria de quien no entiende por qué debe perder el tiempo con argumentos en vez de imponer sus intereses basándose en su fuerza (económica, empresarial, mediática, de contactos, con un toque de amenazas militares por WhatsApp y otra pizca de cachorros neonazis que se les desmandan por Chueca a la caza de homosexuales y niños migrantes).
A la gente de clase baja, de izquierda o no, la machacan. La dejan sin servicios sociales con tal de bajar impuestos a los ricos, le impiden cualquier ascenso social a fuerza de no invertir en la enseñanza pública, perjudican su salud al destruir la sanidad de todos. Pero convierten en diana de sus discursos a la izquierda burguesa (no solo políticos, sanitarios, actores, profesores universitarios, escritoras…) por una doble razón estratégica:
De un lado, porque puestos a soportar que haya izquierda, preferirían que la formaran solo pobres, sin formación y agotados, más frágiles ante los abusos, sin herramientas para oponer resistencia. Las familias obreras conocen esa debilidad por eso insisten a sus hijos: “Niño/a, estudia, para saber defenderte y tener una vida mejor que la nuestra.”
De otro, porque estigmatizar a la izquierda de clase media cala bien entre las capas desfavorecidas que se supone deberían ver en ellos a sus valedores ya que impulsan medidas que les benefician, pero hacia los que algunos albergan un innegable y hasta cierto punto comprensible “rencor” de clase. De modo análogo a como, en EEUU, parados, obreros no cualificados y hasta migrantes asumieron el discurso anti élites de Trump frente a Hillary Clinton, aquí en España vecinos de barriadas marginadas como las Tres Mil Viviendas de Sevilla sienten aversión por el Coletas o el Gafitas, como llaman con desdén a Iglesias y Errejón, vengándose de que hablen de sus problemas con lenguaje de la Complutense, aun al precio de pegarse ellos un tiro en el pie.
El rechazo de la gente más hundida a quien les defiende merece una pensada. Mañana, sin ir más lejos, puede jugar un papel clave en las elecciones alemanas donde cuesta creer que tras las devastadoras inundaciones obra del cambio climático, los Verdes no reciban un aluvión de votos con el argumento de muchos damnificados de: “Es que yo no soy de esos.”
La ultraderecha, dañina, pero no idiota conoce y explota el divide y vencerás.
La “izquierda caviar” de González y Cebrián no les molesta
La derechona radical está desatada (¡ahora incluso hostigan por tibio a Jiménez Losantos!). Pero a la derechona radical no le molesta la “izquierda caviar”. Comparte encantada las exquisiteces, al parecer solo dignas de sus labios aristocráticos o forrados, con un Felipe González, un Juan Luis Cebrián que se siguen reclamando de izquierdas, aunque si lo fueron, hace décadas que torpedean todo intento de corregir el desequilibrio sistémico a favor de las élites.
Aquí lo que molesta, mucho, es que desde el 15M, el Congreso, los parlamentos regionales y ayuntamientos se parezcan infinitamente más a la pluralidad social que somos y que nuevos político/as, muchos profesionales de clase media, se batan el cobre frente a tupidas redes de intereses para que a nadie le falte su buen plato de lentejas.
La burguesía arrastra muy mala prensa, pero mirar a países ansiosos de bienestar en África, América Latina o Asia revela hasta qué punto la clave está en subir impuestos a los ricos y ensanchar la clase media hasta que, idealmente, la baja desaparezca. Días atrás, en esta entrevista, el cómico Joaquín Reyes explicaba con lucidez por qué dice que le gusta “ser burgués”: “Es una forma torpe de defender la clase media a la que muchas veces se ve como sinónimo de apalancamiento y pérdida de valores. La clase media sostiene el estado de bienestar y tiene que ver con la prosperidad, con una generación que pudo estudiar en la universidad y mejorar las expectativas de sus padres. Ojalá hubiera más clase media.”
La apelación a los demócratas, también de derecha, es que en vez de anatemizar al adversario político, de intentar excomulgar a Mónica García del sistema porque viva en un barrio de clase media, se discutan con ella las ideas y proyectos para acabar con la precariedad y que la gente pueda decidir dónde y cómo vivir. Incluso qué comer.
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