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Voy a llamar “Cribado” a mi mascota
Entre el Gobierno central, que nos va a quitar del tabaco incluso en las terrazas de las cañas libertarias de Isabel Díaz Ayuso, y la Junta de Andalucía, que quiere desgravarnos un par de mensualidades del gimnasio para hacer sentadillas o practicar la halterofilia, vamos a morirnos todos en perfecto estado de salud.
Mientras Nueva York huele a bendita marihuana, como fumador reincidente y yonqui que soy, estoy pensando seriamente en pasarme al fentanilo, que lo mismo no provoca tanto rechazo al ejercer mi lamentable hábito en público. Todo ello, por supuesto, con el innegable propósito de ser coherente con la filosofía de Georges Brassens, que siempre predicó aquello de “morir por las ideas pero, lentamente, de muerte natural”. Aunque sea, también, con la inestimable ayuda de los paraísos artificiales de Charles Baudelaire: está visto que, a la luz de ambos clásicos, a Francia nadie le gana ni a la hora de ser una maravillosa nación viciosa ni a la hora batir el récord de primeros ministros por semana, que eso también tiene que ser perjudicial para la salud pública.
En cualquier caso, seguiré siendo un ciudadano de orden y prometo que, cuando entre en vigor la nueva exclusión del tabaquismo a la intemperie de nuestros castizos bares, me iré a fumar a dos metros de donde otro cliente esté engullendo un apetitoso y saludable pepito de hamburguesa hipercalórica, pero sin molestar a las pituitarias y a los pulmones del vecindario.
También el gobierno andaluz piensa en nosotros y nos quiere poner en forma abaratando nuestras mensualidades para hacer aerobic o pilates con el entrenador de guardia. A todos por igual, ya sean atletas de élite o barrigones cerveceros: por menos de eso, a ZP lo pusieron a caer de un burro en tiempos del buenismo. Ahora, que no cuenten conmigo: en este caso, soy un firme seguidor de las enseñanzas de Manuel Vincent, que hace mucho dedujo que el deporte es esencialmente fascista, porque sólo sirve para fortalecer a los fuertes y debilitar a los débiles.
Yo pienso acogerme, sin duda, a la generosa oferta: adoptaré a un cangrejo como metáfora de la evolución de la salud pública en Andalucía, una mutación que comenzó en su día el PSOE pero que el Partido Popular ha elevado a la categoría exponencial de las Bellas Artes
Sin embargo, me rindo ante el anuncio de que van a eximirnos a todos por igual del pago de cien euros en su tramo del IRPF por la adopción de una mascota. Democráticamente, por supuesto: lo mismo dará, digo yo, que sea la yeguada de un terrateniente que las vacas de aquel pariente de Juanma Moreno Bonilla a las que susurraba durante su primera victoriosa campaña electoral. Cien euros, sea cual sea tu poder adquisitivo o cómo sean las dimensiones de la mascota de turno: cien para un hámster, cien para un paquidermo, para un pequinés o para un bulldog, para el terrario de una boa o para la dieta exquisita de una gata de Angora. Los únicos que van a tener un problema para hacerse acreedores a semejante beneficio, van a ser los jóvenes sin derecho a casa propia donde albergarlas en el caso de que sus padres no les permitan hacerse con un animal de compañía para su pisito de 50 metros de cuando en este país se construían viviendas sociales.
Yo pienso acogerme, sin duda, a la generosa oferta: adoptaré a un cangrejo como metáfora de la evolución de la salud pública en Andalucía, una mutación que comenzó en su día el PSOE pero que el Partido Popular ha elevado a la categoría exponencial de las Bellas Artes. A este paso, como en los bancos, los pacientes tendrán que acudir a los cajeros para que le extiendan una receta porque hay listas de espera hasta en las consultas por teléfono. Quizá el ahorro en mantener a un galgo o a un podenco, podamos invertirlo en dar la entrada para una clínica privada.
Ya tengo un nombre para bautizar a mi cangrejo, gracias también al Servicio Andaluz de Salud. Le llamaré “Cribado”, por el del cáncer de mama que no se revisó adecuadamente en alrededor de dos mil usuarias, en esta comunidad de gestos suaves y consecuencias letales. Seguramente, se tratará, no cabe la menor duda, de una nueva estratagema del sanchismo, como el genocidio en Gaza, para que no se hable del caso de Begoña Gómez. Como ya supo aclararnos la doctora Rocío Hernández, consejera de Salud, nos encontramos presumiblemente ante un caso claro de manipulación por parte de las asociaciones de afectadas. Mi única duda estriba ahora en cómo llamar a quien no dimite por una omisión tan grave. O a quien no la cesa por idéntico motivo.
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