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Y al sur, Marruecos

Marruecos y España están condenados a entenderse.

Juan José Téllez

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Es probable que muchos españoles quisieran todavía que la Península limitara al sur con Escandinavia o con Canadá. Y los marroquíes –al menos el mahzén, el almacén de la corrupción administrativa que sigue controlándolo todo—hace mucho que prefieren a la Francia colonial que les enseñó el lenguaje del dinero. 

Hormiguitas sobrecargando la espalda con la mercancía de la precariedad. Galopines con carretillas de un lado a otro. Methanis aburridos, residentes apresurados. Una almadraba de burocracia y picaresca. Cruzo hoy a pie la frontera entre Ceuta y Castillejos y recuerdo la primera vez que lo hice, hace cuarenta años, cuando aún aquel paso evocaba –hoy sigue siendo así-- a los imposibles exteriores de la película “Casablanca”, sin que nadie pareciera hacer caso a los buenos deseos: “Este puede ser el comienzo de una larga amistad”. Condenados a entenderse, se consolaban mutuamente las casas reales cuando Hassan II y Juan Carlos I se llamaban primos en la intimidad. Las empresas españolas desembarcaban a mansalva en Marruecos aunque la flota pesquera terminara en el desguace. Con el tiempo, los viejos jornaleros que iban y venían a las campañas del olivar o de la frase, terminaron embarcándose en una patera o en un ataúd. 

Las cloacas de Jorge Fernández Díaz como ministro del interior no sólo incluyen a Pepe Gotera y Otilio investigando a Podemos en Nueva York sino a quince muertos impunes junto al Tarajal, a 6 de febrero de 2014. Del lado marroquí, ¿qué decir de los años de plomo, de la mano de hierro de Driss Basri que pasó de la picana a los palos de golf, o de las detenciones multitudinarias cuando los atentados de Casablanca o las revueltas de Alhucemas?

Ahora, la justicia marroquí acaba de archivar la causa contra la activista Helena Maleno, de Caminando Fronteras, a quien se le ha seguido la pista como si Mateo Salvini gobernara en Madrid o en Rabat, como si fuera un crimen alertar de un crimen y avisar de que hay vidas en peligro en mitad del Estrecho.  

En Tetuán, la Ciudad de la Paloma que tanto pinta Ahmed Ben Yessef desde Sevilla, Abderrahman El Fathi presenta hoy versos escritos en español, pero el español que defiende allí la arabista Lola López Enamorado retrocede en el viejo protectorado, como si esta vieja lengua de porqueros y buscasueños fuese tan decadente como el cementerio de Larache, donde coquetean las humildes tumbas de Juan Goytisolo y de Jean Genet; como si nuestro idioma se estuviera viniendo abajo allí, como si fuera la fachada del Teatro Cervantes de Tánger que hemos terminado cediendo al gobierno marroquí después de sesenta años sin saber qué hacer con el escenario donde Juanito Valderrama estrenó “El emigrante” y lo dedicó a sus viejos milicianos libertarios del Batallón Fermín Salvochea, exiliados entre sus calles entonces internacionales. Ahora, la gente sigue hablando dariya en los cafetines pero las retransmisiones de la liga de fútbol española, donde en su día destacó el Atlético de Tetuán, se escuchan hoy en el árabe de Al-Yazirat.  Y los miles de jóvenes tetuaníes que buscan empleo y a veces desembocan en la calle del yihadismo, sienten más interés por aprender chino que la segunda lengua de Mohamed Chakor, que fue un puente de palabras sobre el Estrecho, como Jacinto López Gorgé y Trinidad Mercader. 

Quiero decir que Marruecos nos incumbe y nos debiera ocupar y preocupar más de lo que a veces nos inquieta. Durante su segunda legislatura, la del trío de Las Azores, la errática diplomacia de José María Aznar nos amigó con la Casa Blanca antes que con Bruselas y con la Argelia del gas antes que con el Marruecos de toda la vida. En su primer viaje oficial, le recuerdo por estas mismas calles tetuaníes, bajo una lluvia torrencial y medio mundo gritando “el pueblo, unido, jamás será vencido”. Josep Piqué, en aquel instante ministro de Exteriores, me miró bajo el paraguas donde ambos nos habíamos guarecido: “No imaginaba yo que nos quisieran tanto”. Aquel periodo político no sólo concluyó con la guerra de Irak sino, meses antes, con la guerrita de El Perejil, cuando los legionarios españoles y los soldados marroquíes se ventilaron patrióticamente el rebaño de cabras de una pobre viuda que nunca volvió a levantar cabeza. 

Ahora que Abdelaziz Buteflika parece dispuesto a entregar por fin la toalla para que no le monten otra primavera árabe en Argelia, quizá convenga recordar lo que nos viene advirtiendo el maestro Ignacio Cembrero durante el último año y medio: que hay nubes preocupantes en el cielo de la dinastía alahuita y que Mohamed VI, comendador de los creyentes, empieza a ser cuestionado por sus propios fieles. Su divorcio, que trascendió en su país a través del Hola, y su extraña relación con un atleta, incendió la rumorología, que difícilmente hubiera prendido si hubiera cumplido buena parte de las expectativas que creo aquel monarca que quiso ser rey de los pobres y ahora recuerda sumamente a su caricatura, la de Su Majesquí, que el documentado Bernabé López utilizó como portada de un libro sobre el Marruecos de hoy, que sigue siendo una guía imprescindible aunque hayan pasado quince años desde su publicación. 

También en su día, el sabio Pedro Martínez Montávez sentenció que la mayoría de las primaveras árabes habían llegado al invierno sin pasar por el verano y por el otoño. Aquella esperanza fue tan efímera como aquella rebeldía y tan sólo pareciera que se mantienen ambas en Túnez, pero en Egipto abrió las puertas a los Hermanos Musulmanes y de Libia y la cacería contra Gadafi, mejor no hablar que se me indigesta el té menta que Ruth, la canaria, sabe brindar a sus huéspedes en la serena intimidad de El Reducto, a dos pasos de la medina. 

Los últimos brotes de descontento que ahora se perciben en el norte de Marruecos, tienen que ver con una cuestión que en Occidente nos puede pasar desapercibida: la invitación al Papa. Algo tan ecuménico, tan aparentemente lógico y cordial, ha encrespado los ánimos hasta el punto de que parecen vivamente molestos los musulmanes, y no sólo los que jalean a los islamistas de Justicia y Espiritualidad o los moderados del Partido para la Justicia y el Desarrollo. Lo único que logra matar el odio es el alma de nuestros pueblos, alertó Francisco: ¿cómo olvidar su amargura telegénica ante las concertinas de las vallas contra los migrantes que Santiago Abascal quiere convertir idiotamente en un muro a la Trump pagado por el sur?.

Esa misa gigantesca en un estadio de un país islámico como sigue siendo Marruecos, quizá haya sido una nueva prueba de fuerza de Mohamed VI para demostrar a sus infieles quien manda todavía en ese viejo y apasionante lugar a cuyos habitantes llamaron Mauri los romanos.  Pero es un síntoma, el de que cualquier resfriado a esta orilla del Estrecho puede hacernos contraer la gripe en la nuestra. Los jóvenes airados y hasta cierto punto occidentalistas del Movimiento 20 de febrero hace tiempo que dejaron de constituir un peligro para el régimen alahuí. Pero permitan que sienta un cierto escalofrío en los suburbios tetuaníes, de donde zarparon muchos de los muyaidines de Isis y de Al Qaeda. La desesperación que les hizo inmolarse e inmolar sigue agazapada bajo la yilaba de la Casa Real marroquí, pero a la postre ese rey que dicen a punto de abdicar en su hijo es el único cinturón sanitario que nos separa de esa otra barbarie, no sé si más injusta pero mucho más explosiva. 

Revisen sus brújulas. No dejen de mirar al sur, que, perdonen el alarmismo, aquí estoy oliendo a chamusquina. 

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