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Defender la Casa Invisible

Colectivos de La Casa Invisible piden al Consistorio en una manifestación festiva la cesión del uso del edificio

Santi Fernández Patón

El próximo mes de marzo La Casa Invisible de Málaga cumplirá ocho años. Es una experiencia única en Málaga, y desde luego referente estatal cuando se habla de gestión ciudadana y cultura experimental. El edificio en el que asienta, una hermosa construcción del siglo XIX de más de 2.000 metros cuadrados, se encontraba en estado de abandono cuando en el año 2007 fue ocupado por un heterogéneo grupo de creadores locales y miembros de diferentes movimientos sociales. Desde sus primeros compases, La Casa Invisible logró establecer una mesa negociadora con el Ayuntamiento de Málaga, titular del inmueble, y entonces como ahora gobernado por el PP.

Con una velocidad pasmosa, La Casa Invisible se convirtió en un verdadero pulmón de creatividad y producción en pleno centro de Málaga. Así lo demostraba una abrumadora programación cultural, con seminarios formativos, muestras teatrales, decenas de talleres, interpretaciones de algunos de los mejores músicos de jazz, festivales de cultura libre, etc. La experiencia se había convertido en una realidad asentada en dos ejes fundamentales y vertebrada por una idea. Si un eje era claramente cultural, el otro lo era social, algo que nunca debería estar disociado.

Corría el año 2007, el año del comienzo oficial de la crisis. El Ayuntamiento de Málaga, lo mismo que en la actualidad, apostaba por un modelo cultural de escaparate, de inversiones desmedidas que acrecentaban la increíble deuda que hoy arrastra y de construcciones faraónicas, las más de las veces olvidando que, más que el continente, lo importante es el contenido. Las y los creadores locales encontraron su lugar de ensayo, de trabajo, de muestra, de experimentación y de compartir.

Al mismo tiempo, en La Casa Invisible operaban algunos de los colectivos sociales más activos de entonces, desde la Coordinadora de Inmigrantes de Málaga hasta Precari@s en Movimiento. Cuesta entender el cierre del Centro de Internamiento de Extranjeros de Málaga o experiencias como los MayDay Sur sin mencionar a estos colectivos.

Si esos eran los dos ejes, la idea vertebradora era clara: la gestión ciudadana. Ante la desidia institucional o su asfixiante regulación de lo público, y frente a los intereses de mercado de la gran empresa privada, La Casa Invisible marcaba el procomún como fuga a esos dos modelos, y la gestión ciudadana, esto es, de la propia comunidad de sus integrantes, como el único método justo.

En el año 2011, tras un laborioso procesos negociador, el Ayuntamiento de Málaga se avino a firmar con la Casa Invisible un Protocolo de Intenciones. Puso como requisito, o más bien como obstáculo, que el resto de Administraciones públicas también lo rubricaran. En enero de 2011, además del Ayuntamiento y la propia Casa, lo firmaban la Diputación Provincial de Málaga, la Junta de Andalucía y mediaba el Museo Reina Sofía, dependiente del Ministerio de Cultura. El compromiso era claro: si La Casa Invisible cumplía en el plazo de doce meses una serie de requisitos, el Ayuntamiento cedería el uso del edificio durante un período mínimo de cinco años.

Poco después La Casa Invisible se asentaba como sede de la Fundación de los Comunes, que agrupa a experiencias afines de todo el Estado. Esa forma jurídica, la de fundación, era el último de los requisitos -de los obstáculos-. En enero de 2012, vencido el plazo de doce meses que estipulaba el Protocolo y con todos y cada uno de los compromisos cumplidos, los representantes municipales de la negociación se borraron del mapa: tres años de silencio, tres años sin contestar a ninguna llamada, dando la callada por respuesta ante las continuas demanda de La Casa Invisible para una nueva reunión que verificase los acuerdos alcanzados

Tres años, hasta el pasado 23 de diciembre, cuando el Ayuntamiento de Málaga, sin previo aviso, envió un operativo policial a La Casa Invisible, desalojó a todas las personas que en aquel momento participaban en el patio en una muestra de artesanía navideña y cerró el edificio. El pretexto era peregrino: un informe de Urbanismo, resultado de una inspección coordinada por la propia Casa Invisible -de nuevo frente al abandono municipal de su propio patrimonio- había detectado algunas irregularidades con respecto a la normativa actual para actividades de libre concurrencia. En concreto, señalaba la necesidad de revestimientos específicos en algunos tramos de cableado o la instalación de puertas ignífugas. Certificaba, al mismo tiempo, que todas las fallas estructurales del edificio, detectadas por una inspección previa a la firma del Protocolo, habían sido subsanadas a la perfección. En otras palabras, el edificio, desde que era gestionado por La Casa Invisible, no corría ningún peligro. Simplemente, se dictaminaba la cancelación temporal de actividades libres y abiertas. Nada más.

Un día más tarde, Nochebuena, la rueda de prensa convocada por La Casa Invisible a las puertas del Ayuntamiento se convertía en una espontánea concentración. La policía, con el informe en la mano, ordenó la disolución del cordón policial que impedía el acceso a la Casa, de manera que hasta hoy sigue abierta para las reuniones y actividades de todos los colectivos que la componen. No así para las de libre concurrencia.

El pasado 10 de enero, miles de personas, en un desfile lúdico, colorido, alegre y variopinto, clamaron en las calles de Málaga por la continuidad de La Invisible.

 

A la vez, se lanzaba una campaña de crowdfunding con la intención emprender las mejoras necesarias y cumplir todos los requisitos imprescindibles para seguir realizando actividades libres y abiertas. En dos días ya había recaudado 10.000 euros, la mitad del presupuesto estipulado. La Casa Invisible ha dado mucho. Ahora pide un poco. Colaboremos.

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