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Korda, el fotógrafo que captó la belleza de la Revolución

Fidel Castro visita a las Reinas de la Radio de Nueva York durante su primer viaje a Estados Unidos luego del triunfo de la Revolución. 22 de abril de 1959 © Korda Estate

Néstor Cenizo

Para muchos, Alberto Díaz KordaKorda será para siempre el autor la imagen del Che con boina negra mirando a un punto que no vemos, y nada más. La imagen, probablemente la más reproducida de la Historia, tiene desde hace décadas la fuerza de atracción de un agujero negro y ha terminado por eclipsar el trabajo de un autor que siempre posó sobre sus modelos, fueran las mujeres de los anuncios o los líderes de la Revolución, la misma mirada apasionada por la belleza y la sensualidad. Esta es la tesis tras la muestra Korda: belleza y revolución, que puede verse en La Térmica de Málaga hasta el 10 de enero.

Korda nunca fue un fotoperiodista, aunque muchas de sus fotos reflejaran un momento histórico en el que todos los ojos se posaron sobre Cuba. Se convirtió en el fotógrafo de la Revolución con el bagaje de ser un extraordinario fotógrafo de estudio dedicado a la publicidad y a reflejar la belleza de la mujer.

“Alberto fue un amante de la mujer y creó una estética de la mujer como modelo ideal. Así se pueden entender esas fotos de los líderes tan eficientes, porque convencían de la belleza, la juventud y la frescura de sus líderes”, explica Cristina Vives, crítica de arte y comisaria de la muestra, poco antes de regresar a Cuba. “De no haber tenido entrenamiento y pasión por la belleza y la sensualidad, no creo que hubiera podido enfrentar la fotografía vinculada a los hechos históricos como lo hizo”.

La exposición refleja esta dualidad en un juego de contrastes que no lo son tanto. De un lado están las fotos publicitarias, imágenes de estilizadas modelos que pasarían por anuncios vintage de Coca Cola. Uno podría pensar que esas fotos están muy alejadas de las imágenes de los guerrilleros convertidos en líderes de un país, y se equivocaría.

El fotógrafo aplicó a unos y a otras idéntica metodología, en la que la variable esencial eran el tiempo y la relación de confianza. Korda no tenía la presión por la inmediatez del fotoperiodista, sino que había sido llamado para mostrar al mundo la belleza de la Revolución, aplicando a los barbudos de Sierra Maestra la misma técnica de su fotografía publicitaria.

“Tenía todo el tiempo para relacionarse, disponía de toda la confianza con el sujeto: un estudio de rostro, cuerpo, posiciones, gestualidad, atributos…”. Puede que las imágenes de los líderes se tomaran en espacios públicos, pero luego él las recreaba o cambiaba el encuadre. “Por eso siempre pienso que su obra política fue tan efectiva. Las imágenes que se publicaban en la prensa te convencían acercan de la belleza, la frescura, la juventud y el espíritu con el que la Revolución se presentó al mundo”, señala Vives.

Desde 1960 hasta 1967 Korda acompañó a Castro en sus viajes, en la trastienda de los discursos, en sus visitas a los campos de caña. Había complicidad y empatía entre ellos. “El caldo de cultivo era propicio para que Alberto hiciera con Fidel y los demás lo que quisiera, y que Fidel, tan joven y fresco en aquel momento, le dijera: ”Haz lo que quieras y no dejes de tomar ninguna foto“”.

Aquellas fotos de Fidel Castro con las chicas de la radio o jugando al dominó tienen el poso de la verdad, dice Vives: “Era una época en que había tal frescura que la censura no llegaba. También bastante libertad y un criterio nuevo de cómo presentar un líder”.

En 1967, la libertad para moverse alrededor del líder se acabó. Si se revisan las tiras de contacto del Consejo de Estado cubano, donde se conservaron, el ritmo baja hasta que en 1968 Korda deja de fotografiar la Revolución cubana. Cristina Vives lo achaca a la “institucionalización” del régimen, su tendencia al control y al dominio de la imagen. La nomenclatura sacrificó la belleza en beneficio del control.

Al mismo tiempo, el régimen acaba con la propiedad privada y estataliza la economía. En ese contexto, Korda ya es un verso suelto: el propietario de un negocio privado cuya génesis era la publicidad y la moda, dos conceptos eliminados. “Alberto no era el hombre nuevo que proclamaba el Che en sus teorías y discursos, ni un militar, ni un hombre político; era un humanista, un amante de la belleza, un hombre honesto con lo que sentía”, recuerda Cristina Vives, que trabó con la familia Korda una amistad que todavía dura. Su marido, José Alberto Figueroa, fue su impresor desde 1964 hasta sus últimos días. En 1968 le cierran el estudio, y Korda cambia sus modelos revolucionarios por la fotografía marina.

Hoy, el 80% de la producción fotográfica de Korda está perdida. Se conservan en el Consejo de Estado 50.000 fotogramas de su obra revolucionaria, rescatados de la confiscación y puestos en custodia por su valor histórico, y algunas fotografías publicitarias en manos de particulares y archivos diversos.

La foto del Che como “estigma” de Korda

Parte de esa obra recuperada puede verse en La Térmica, que ha contado con la colaboración con Terra Espléndida y Korda Estate, y cuenta con el patrocinio de Fundación Unicaja.

En cambio, no se expone Guerrillero heroico, porque el objeto de la muestra es recuperar la personalidad de Korda. Guerrillero heroico, tomada durante el entierro de las víctimas de una explosióntomada durante el entierro de las víctimas de una explosión, trascendió su potencia de icono de la revolución y se convirtió en un icono pop en millones de pósters, tazas y camisetas. Acabó ocultando el trabajo del fotógrafo, pero él nunca le guardó rencor. “Él amaba esa imagen porque amó a ese personaje, y lo que esa imagen significó para él”, señala la comisaria.

Cuando la editorial Feltrinelli usó la foto para Diario del Che en Bolivia, la imagen se hizo viral y Korda empezó a vivir con el prestigio, el dinero y los viajes que le procuraba la foto. Él nunca la valoró en términos fotográficos: “El sujeto estaba por encima de cualquier valoración de la imagen. Para él era así, y para el resto del mundo también”.

Durante años, Korda y su familia vivieron de la imagen del Che, reimprimiéndola por miles y vendiéndola a coleccionistas o particulares cubanos a precios que hoy suenan risibles. No exigió los derechos de autor, pero pleiteó para recuperarlos a nivel internacional cuando Smirnoff la usó para promocionar su vodka.  

En una vitrina a la entrada de la primera sala de la muestra, decenas de recortes y pruebas de laboratorio que el impresor Figueroa guardó durante años muestran la mirada del revolucionario. Es como si amontonándolas y confinándolas a la vitrina se desacralizase la imagen que opacó el trabajo del fotógrafo que consagró su ojo a captar la belleza. “Yo trato de ser fiel a sus principios, pero también considero que su imagen necesita ser liberada de sus estigmas, y la foto del Che es uno de esos estigmas”, concluye la comisaria.

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