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Javier Gurruchaga: “Todos podemos ser carne de cañón de gente con muy mala leche”

Javier Gurruchaga

Alejandro Luque

Sevilla —

Gorra verde, gafas de sol, camiseta de Spiderman bajo una chaqueta azul. Javier Gurruchaga acude al ensayo con el desenfado indumentario que se le supone, bromea con los técnicos, pero una vez puesto manos a la obra es todo seriedad y diligencia. El desafío no es pequeño: va a estrenar este viernes en el Muelle Camaronero de Sevilla Historia de un soldado de Stravinsky, con siete músicos sobre el escenario, en el marco del festival Singular.

“Me hace especial ilusión”, reconoce. “Igual que canto el Imagine con la Orquesta Mondragón, es una obra a favor de la paz, del individuo y de la libertad. Se escribió en 1917, con la I Guerra Mundial, pero siempre es un buen momento para hacerla. Quién iba a decir que nos lo pusieran tan a huevo, como cuando John Lennon habla de muros y de fronteras, ¡y mira ahora a Trump! Ojalá prospere el impeachment, aunque van un poquito tarde, pero que al menos haga que no salga reelegido… Por todo esto no puedes dejar de interpretar estas funciones, aparte de su calidad musical”.

Fe intacta, pues, en la capacidad del arte y la música para cambiar las cosas y ser algo más que simple entretenimiento: “Creo que la música es un vehículo estupendo de comunicación, y uno puede decir cosas divertidas y también verdades como puños. Eso sí, hay que tener el oído preparado, sensible y atento, porque si sólo te interesa jugar a muñequitos en el teléfono es difícil. Pero si quieres estar en este mundo, verás que hay cosas que están mal, y hay que reformarlas, arreglarlas. Yo creo que tener un poco de sensibilidad hacia dónde estamos y lo que nos rodea es importante”, explica el músico.

Sobre la idea de que vivimos una nueva ola de censura, Gurruchaga opina que “ahora los dictadores van menos apayasados, pero son igual de payasos. Estamos volviendo a los años 30, una mentira mil veces repetida se vuelve verdad, la historia se repite. Claro que hay unos márgenes en los que tampoco se puede decir que todo vale, pero creo que debe haber una flexibilidad, un respeto al otro… A veces la gente se pasa un pelo. Ahora vuelve lo políticamente correcto, conviene no molestar”, dice. ¿Y la autocensura, existe? “Sí, muchas veces uno no quiere tener conflictos con la gente. Uno se lo piensa dos veces, porque en el fondo lo que quiere es agradar”.

La conciencia tranquila

Con la Historia de un soldado, donde desempeña el papel del diablo, Gurruchaga siente volver a sus orígenes, a su formación clásica. “Empecé con siete años a estudiar solfeo, con el acordeón. Lo malo era que el acordeón era prestado, tenía que devolvérselo a la vecina, mi madre decía que ocupaba mucho, el profesor era un déspota… y me desanimé. Pasó un tiempo y me puse con el saxofón, lo engarcé con el servicio militar. Hice el campamento pero luego con el saxo no hice guardias ni nada. Ahí tengo mi fotito con la lira en la solapa: ningún arma, sólo la lira. Eso es bonito, ahora que estamos reivindicando la paz. Pero Stravinsky le tenía manía al saxofón”, apunta.  

Tanto influiría en él esta educación musical como la radio en el humilde hogar familiar, “una radio muy modesta, una Philips, por ahí me llegaba toda la información, sobre todo afroamericana e inglesa”, recuerda. “A los cuatro años fui consciente de que era gracioso, lo que me costó algún disgusto, y a los 12 ya me subía a los escenarios y salía en los periódicos, en pequeñito”.   

El cantante y showman, que ha conocido una época dorada de la industria musical en España, lamenta ahora la decadencia de ésta. “Muchas tiendas cierran, también las fábricas, las grandes multinacionales van desapareciendo, se las van comiendo otras más grandes… Y hay otros vehículos y maneras de disfrutar de la música. Yo creo que la música debe ser presentada como dios manda, como un libro, quizá sea un poco romántico. Puedes ver un vídeo en el teléfono, mira, los Who actuaron ayer en la Superbowl”… Pero el arte del disco es también parte de un ceremonial maravilloso, la portada, mirar las letras, eso es respirar un disco. Lo pones, escuchas una cara, descansas… Lo contrario es una esquizofrenia total, es imposible disfrutar así“.

Crítico con el mal uso de las redes sociales, Gurruchaga ha conocido en propia piel, y más de una vez, lo que supone que intenten destruir tu reputación. ¿Cómo vacunarse de una campaña que pretende arruinar tu imagen pública. “La verdad habla por sí misma, y hay que llevarla por delante”, asevera. “Cuando uno tiene la conciencia tranquila, la limpieza y la coherencia de tu libertad, estás muy tranquilo. Pero no todo el mundo puede decir lo mismo. Existen las falsas noticias, hay mentiras. Creo que hay que informarse mejor, cotejar los datos. Todos en un momento dado somos carne de cañón de gente con muy mala leche, pero así son los tiempos que corren. En el camino te pueden poner zancadillas, pero yo he salido siempre victorioso”.

Una siesta sobre 30.000 personas

Saltando de un tema a otro, la conversación se desliza hacia la actualidad. “No hay que perder la memoria. Es fundamental. Ahora que se va a exhumar al dictador, tiene que exhumarse a todos los que están abajo, y todo el mundo tiene que tener una muerte digna. En nuestro país ese tema está muy desordenado, cosa que no ha ocurrido en otros países. ¡Dicen que esto divide! Aquí no divide nada, aquí lo que hay que poner son las cosas en orden. Hay que mirar para adelante, sí, y para atrás y para los lados, porque del pasado también se sacan cosas. Sin revanchismo, de forma tranquila. Pero un dictador que murió en su cama esté echándose una siesta encima de treinta y tantas mil personas… hay que decirlo bien alto: hay que limpiar la casa. ¿Ves? Eso tienen que hacer las cosas, divulgar, ¡cultura!, no mala hostia”.

 Y con la misma inercia, acaba mojándose respecto al panorama político: “Me parece muy bien que haya elecciones el 10 de noviembre. ¿No se ponen de acuerdo? Lástima, pero hay que votar. ¿Cuánto va a costar? Lo que haga falta. Peor es estar 40 años de dictadura sin abrir la boca. Eso sí, procurar que el nivel de los representantes sea un poco más alto, porque es bastante bajito. No son buenos oradores, no tienen buen punch, no hay muchos que comuniquen y te los termines de creer. Pero a elegir. ¿Qué es eso de pactar de cualquier manera? ¿Qué a la mínima que te des la vuelta te claven un cuchillo? Si quieres una coalición, no puedes tener un chantaje permanente. Y hay que exigirles: nosotros somos los señores, y ellos son nuestros funcionarios. Ellos trabajan para nosotros, que somos 47 millones de personas, aunque a veces se nos olvide”, apostilla.

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