Quédate con mi prestigio, dame un poco de tu dinero
Jueves, 13 de junio
18.13 h Mi padre cumple hoy setenta años, yo cumplí cuarenta y seis hace un mes y ahora estoy cogiendo un blabla-y-lo que sigue para irme a Cádiz a ver danza. Tengo veinticinco años más que mis compañeros de viaje. El conductor conduce. La chica que va delante y el chico que va detrás a mi lado no despegan su mirada del móvil. Yo miro la carretera mientras escucho en mis cascos del chino a Niño de Elche. No quiero charlar, no quiero silbar. Sólo quiero seguir viajando por los prados del cielo.
19.30 h Aparece Bárbara Sánchez. Lleva vaquero, botas, un dibujo en su torso desnudo (cual tatuaje que cubre y ofrece su carne) y un cordón que se arremolina por su pecho y espalda. Nada más. Vuelve la intérprete a poner su cuerpo en el centro del discurso y del acto, vuelve a decirnos que no hay discurso ni acto sin cuerpo. Lanza música desde el ordenador: “bacalao”. Sube al escalón y dice. Su decir se acompasa a la música. Hay algo de trance y de púlpito, de oración profana, de delirio. Luego, desciende y baila por todo el espacio. Está sola; sin embargo, yo puedo ver una muchedumbre invisible de danzantes a través de la cual se desplaza. Como en toda fiesta se conforma un ritual colectivo y privado: disolverse en el todo para recuperar la esencia del uno, de la una.
19.45 h Bárbara vuelve al micro para decir versos de Rafael de León. Su voz tiene algo de máquina y de salmodia. En mi cabeza, como eco inevitable, late la retórica desmesurada de Lola Flores. Los versos están hablando desde el amor romántico, pero, como en la mística, la artista hace de ellos una metáfora de la entrega y, por tanto, del ser y sus límites. Tras ello, regresa a la escena y al (con)mover(se). Hay espasmo, quietud y placer. El movimiento tiene la fluidez pastosa de la droga química en la que todo se desliza o se diluye.
19.52 h En una penúltima subida al púlpito, la artista recita fragmentos de la noche oscura de San Juan: “Quedéme y olvidéme,/ el rostro recliné sobre el Amado,/ cesó todo y dejéme,/ dejando mi cuidado/ entre las azucenas olvidado”. Tras ello, se acerca al público, les toca y les habla. Como en toda la pieza, sigue sonando la música bacalao. Se presenta y, al tiempo, se despide la mistic bacala.
19.57 h Mientras los técnicos preparan la escena para la siguiente pieza, yo pienso que el discurso de Bárbara se afianza y alza el vuelo cada nueva entrega. Aún aquí en que se trata de una pieza en proceso. Hay un nexo común en lo que le he ido viendo: el éxtasis, el cuerpo femenino, la indagación sobre el sujeto y sus límites (ver qué pasa cuando dejamos de sujetar a ese sujeto). Creo que esa coherencia temática está permitiendo una depuración del discurso. Y me reafirmo: su voz y su cuerpo están trazando uno de los viajes artísticos más interesantes de la escena andaluza contemporánea; un viaje que merece más y mejor presencia en nuestros teatros. Vale.
20.06 h Aparece la francesa Leïla Ka con vestido de gasa bajo una luz cenital. Al principio, sólo mueve su cuello y la luz muestra o esconde su rostro. Luego, el movimiento se amplía a sus brazos. Los protagonistas son los codos. Las frases físicas son precisas, con paradas leves como comas y otras más largas, como puntos y seguido.
20.12 h Hay una nueva etapa en la que la bailarina se concentra en sus piernas. Sigue sin abandonar el pequeño espacio del cenital y su gramática continúa siendo entrecortada pero alejada del espasmo. Bajo el vestido hay un pantalón del chándal negro. Veo una dicotomía: muñeca/mujer, bailarina/hip-hopera. Esta parte termina en el suelo con el vestido tapando su rostro.
20.16 h Un breve oscuro tras el que una luz atraviesa la escena. Es una lámpara de flecos rojos que queda suspendida a tres metros del suelo. Así como Leïla bailaba bajo el cenital, ahora baila bajo la lámpara. La música clásica muy conocida, pero que no identifico es sustituida por electrónica en la que es protagonista un subgrave como un latido. Siguen predominando brazos y piernas porque el centro expresivo se coloca en las articulaciones. La precisión técnica y el vocabulario personal en la intersección entre la danza urbana y la contemporánea. Con todo ello, la intérprete construye un personaje claramente definido por su ser mestizo: la dicotomía de la que hablaba más arriba muñeca-mujer. Hay coherencia coreográfica y un lenguaje personal. Hay calidad y calidez del movimiento. La intérprete es poderosa y magnética, y la propuesta escénica es minimalista y muy eficaz. Me gusta, me mueve.
20.23 h Tras volver a la música clásica, la obra concluye con un oscuro repentino en un latido de electrónica. Tras él, un aplauso unánime y entusiasta.
21.05 h Me siento en el Teatro Falla a ver la que será mi última pieza de hoy. Hay dos piezas más luego en la calle, pero yo llevo un día muy largo. Con música en directo de Miguel Marín, siete bailarines despliegan una danza en la predominan el trabajo de conjunto, combinando portes y desplazamientos en espiral con danza acrobática. La música y la coreografía desarrollan esa idea de espiral en la que se vuelve una y otra vez a visitar un lugar que se transforma por reiteración. Reconozco la calidad de lo que veo pero no me pasa nada mientras lo veo. Yo no soy público para esta pieza. Necesito algo más allá de la perfección formal, de la indagación casi abstracta. Por eso, voy y vengo, me alejo y me reconecto.
22.12 h Seguro que hay más cosas, pero yo no las recibo. El programa de mano cuenta que la pieza “es un viaje de cooperación conjunta, de precisión y de rigor que lleva nuestra atención hacia la percepción del infinito”. La pieza termina y el público reconoce entusiasmado el trabajo. Los bravos y vítores llenan el patio de butacas. Yo aplaudo tibiamente. Qué raro es ser el raro. Qué raro es ser normal. Qué normal es ser raro.
22.27 h Igual debería subir algo a redes diciendo que estoy aquí o poniendo alguna frase ingeniosa o profunda, por ejemplo, “toma mi prestigio y dame un poco de tu dinero”. Pero no lo hago. Mejor pienso en la cosa, o sea, la danza y la escena, y también los dineros, las facturas, las fracturas, los cachés y los cachos de mí que dejo en estas palabras. Las redes me regalan prestigio y vanidad, pero los likes no pagan las compras del supermercado. Hay una burbuja en la que habitamos una panda de entusiastas. Esta burbuja es bendición porque es grieta, y maldición porque es precaria. Y aquí estoy. Cuando me envidies porque estaba en Cádiz recuerda que me encanta leer en el tren, pero vine en Blablacar.