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La verdad suave

Foto: Lourdes de Vicente

David Montero

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Malpelo, Pep Ramis y María Muñoz, es una de las compañías más longevas y prestigiosas de la danza contemporánea en España. Sean lo que sean compañía,  danza contemporánea y España. En esta XVII edición de Cádiz en danza, la compañía ha presentado un solo de Pep Ramis, su primer solo, titulado The mountain, the truth and the paradise.

La pieza, inevitablemente íntima y desnuda como todo lo solo, hace al hermoso Teatro Falla adoptar una configuración inusual: el público está sentado donde suele estar el fondo del escenario. Ante este público, se despliega un suelo blanco y un foro negro oculta el patio de butacas. En un lateral, una mesa, una silla y una lámpara. El intérprete empieza sentado en la silla, pero rápidamente se levanta. Sólo volverá a ella en otro momento para contarnos una historia mientras la dibuja (y sus dibujos se proyectan en el telón de fondo). La historia y los dibujos trasminan Lejano Oriente y son el corazón de la pieza. Un corazón que late sosegado, poderoso y juguetón.

The mountain, the truth and the paradise se propone como una pieza  sobre el sentido de lo divino y de lo vulgar, sobre la espiritualidad y la ignorancia, sobre la belleza y la banalidad. Y es todo eso y algo más: una pieza sincera y que pone en juego (y por tanto en cuestión) las herramientas escénicas del propio autor e intérprete. Por eso, él se nos muestra como mendigo, demiurgo, bufón; poeta y profeta, diablo y diablillo, santo y lascivo, animal en busca de sentido, intuición que tiembla como hoja en la que se posa una mosca.

Un cuerpo con historia

La dramaturgia nos propone un juego de niveles de ficción (el que está en la silla y el que está sobre el suelo blanco) pero, como fractales, descompone cada nivel hasta hacernos entender que todos son uno y uno es nada. El trabajo de iluminación es exquisito, por sutil y por cómplice de lo que pasa en la escena. La propuesta nos regala momentos de gran belleza (ese profeta que canta suspendido en el aire, los pasos en las huellas, el blanco que esconde el negro, los dibujos sencillos y hondos,…). Y lo mejor es que lo hace desde la organicidad y la fluidez, sin forzar, sin vender su alma por una imagen bonita. Encima, lo hace con una depuración de elementos que resulta aún más valioso. Todo ello se completa con el trabajo de Pep Ramis, que danza y habla y canta en un despliegue de facultades que, sin embargo, no tiene nada de exhibicionismo, más bien rebosa humildad.

Es hermoso ver un cuerpo que baila con tanta historia detrás; me emocionan su movimiento limpio y contenido, su amabilidad sin indulgencia consigo mismo ni con el público. Hay una búsqueda llena de honestidad (esta palabra tan gastada por el uso, pero aquí me suena a recién nacida) del sentido de ser y estar vivos. Pep Ramis baila su vida y la de sus antepasados (sus invisibles); baila la verdad, la mentira, el dolor y la calma. Baila en esa soledad sonora del místico que se desvela y se revela  a sus semejantes (hombre, mujer, ratón, árbol, estrella). 

The mountain, the truth and the paradise de revela una verdad honda que turba y acaricia, es un regalo hecho con amor y sabiduría. Cuando la obra terminó, me entraron ganas de volver a verla inmediatamente: porque hay muchas capas de significado que seguir desentrañando pero también por el puro placer físico de volver a vibrar con ella. Al terminar la pieza, mientras salía del teatro y veía al personal del Falla preparase para limpiar y recoger (batas blancas, ropa negra, cepillos, fregonas justo al borde del suelo que fue blanco y ahora está lleno de huellas, cicatrices y vida) pensé en este poema anónimo japonés:

La gente pensará

que el río Yodo

fluye sin prisas,

pero así fluyen profundas

las cosas con corazón.

Gracias, Malpelo. Gracias, Pep.     

 

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