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Cultura
‘Vida y obra de Gabriel Maceli Campalans’, el cronista de la contracultura andaluza: “Para llegar a la realidad muchas veces hay que recurrir a la ficción”

Javier Padilla

Néstor Cenizo

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En 2019, cuando apenas contaba 26 años, Javier Padilla (Málaga, 1992) se convirtió con A finales de enero en uno de los más jóvenes ganadores del Premio Comillas, con el que la editorial Tusquets premia a las mejores biografías, memorias y libros de Historia. A aquel ensayo, en el que se contaba la trágica historia de tres militantes del Frente de Liberación Popular de los 60, le sigue ahora Vida y obra de Gabriel Maceli Campalans (Lengua de Trapo), con la que Padilla cambia de género, sin hacerlo del todo: la estructura novelística es apenas un trampantojo que no disimula la vocación cuasi periodística del libro.

Gabriel Maceli Campalans es un personaje ficticio construido a modo de pastiche: un músico fracasado y sin repercusión, un Zelig andaluz, un tipo omnipresente e invisible pero sin sustancia, que en su juventud intenta convertirse en el cronista de la contracultura y fracasa, hasta acabar convirtiéndose en político del PSOE en el cementerio de elefantes por antonomasia: el Parlamento Europeo.

Antes, Maceli vive en primera línea la explosión del rock andaluz y la redada en el Pasaje Begoña, recorre Estados Unidos en coches destartalados y se droga cuanto puede, y quizá más, hasta que la llamada Gira Histórica certifica la muerte por aplastamiento de todo aquello. Por su vida pasan Smash, los García Pelayo, Nazario o María Jiménez. Vida y obra… es la crónica que Maceli no escribió cuando pudo hacerlo. Maceli, a la manera de Cide Hamete Berengeli, levanta acta a posteriori de las andanzas de aquellos quijotes que fueron derrotados, o no, por el imbatible gigante del paso del tiempo.

Dice Gabriel Maceli Campalans, inspirándose en una obra imaginaria de su amigo imaginario Luis Álvarez Petreña (y, de paso, en Wolfe y Galdós), que lo que no sea verdad como hecho, lo será como experiencia de los personajes. ¿Qué hay de verdad y qué de memoria fabulada en este libro?

Es una mezcla de personajes reales y los imaginarios, pero todo lo que cuentan los reales es verdad. Hay casi 500 notas al final del libro y he hecho unas cien entrevistas. Los personajes imaginarios vienen, la mayoría, del universo de Max Aub, que hizo una falsa biografía de Jusep Torres Campalans. También escribió Vida y Obra de Luis Álvarez Petreña.

Gabriel Maceli es un cronista, pero tú haces una novela. ¿Por qué una novela y no un ensayo, como tu anterior obra?

Cuando empecé a escribir el libro me di cuenta de que había dos personas que estaban haciendo libros parecidos de no ficción, Fran G. Matute y Luis Clemente. Además, muchos de mis entrevistados me contaban cosas inverosímiles que eran difíciles de encajar desde la no ficción. García Pelayo me decía que desde que ha resuelto la conjetura de Goldbach, que nadie ha resuelto. Tendría que dedicar meses a comprobar si es verdad. Creo que era más interesante, teniendo en cuenta que el recuerdo puede estar adulterado, usar la ficción y mezclar lo que se cuenta y lo que es verdad. Muchas veces para llegar a la realidad hay que recurrir a la ficción. Eso es lo que hacemos al recordar.

¿Hay más verdad en un recuerdo o en un papel?

Creo que hay más en los archivos o en los papeles. Otra cosa es que en los recuerdos pueda haber una rememoración que llegue donde no llegan los papeles. Si quieres hacer un libro de no ficción mejor depender de archivos que de recuerdos. Pero yo quería hacer una recreación, y para eso los recuerdos son muy valiosos. Esto tiene problemas: el sesgo de la memoria, del triunfador, de género, de clase social (se recuerda a los que han triunfado), y el sesgo del protagonista, porque todos quieren ser protagonistas de su propia historia.

Dice Gabriel Maceli Campalans que la vida de los contraculturales andaluces es tan interesante como la de los Merry Pranksters. ¿Faltó un Ken Kesey que se los llevara de retiro lisérgico, o un Tom Wolfe que lo contara?

En parte lo que hace el libro es desmitificar ambas. Es probable que fuera tan interesantes porque depende de cómo la historia se hubiera contado, más de cómo ocurriera. Si hubiera habido un Galdós quizá hubiera hecho algo parecido a lo de Wolfe.

¿Cuál es el relato que se hizo de la contracultura andaluza en aquellos años?

No mucho. Hay algunos libros y reportajes en prensa, pero durante el franquismo eran muy limitados y no se metían a fondo, con excepciones. Mucha gente que escribió de Andalucía no había estado aquí, y eso iba en perjuicio de lo que se contaba. Esos años hubo un resurgir de la escritura andaluza, pero no era lo que se necesitaba para una crónica interesante y fidedigna del periodo. El nuevo periodismo no llegó a Andalucía.

Gabriel Maceli Campalans acaba siendo parlamentario europeo. ¿Es Bruselas el final del sueño hippy, la burocratización llevada al extremo?

Era una especie de broma, porque el libro empieza con referencias a las fiestas en Bruselas. En los 80 uno de los grandes logros del PSOE es que España sea un país europeo. Era darle la vuelta y que un personaje que fue un hippy acabara trabajando en algo que nunca hubiera pensado y que él piensa que es muy aburrido y en una realidad que no había pensado. Es un espejo. Mucha gente no pensó en Andalucía hasta que empezó el tema del referéndum. Lo mismo pasó con Europa: nadie había pensado en ella y de repente estábamos ahí.

¿Era inevitable que personajes como estos acabasen transformándose en otra cosa?

Hay de todo. Hay gente que más o menos se mantuvo parecida y otros que no, que cambiaron de manera oportunista, o quienes cambiaron, que es parte de la vida. Muchos se vieron obligados a cambiar porque ya no quedaban tantos como ellos. Hay también un efecto de la edad: no es lo mismo ser contracultural con 25 que con 50. Cada uno hizo lo que pudo. Hay muchos ejemplos de vidas meritorias de gente que no perdió la curiosidad, y también quienes han cambiado mucho y son capaces de justificar sus vaivenes. Una cosa es cambiar y otra cosa es adoptar ideas antagónicas. El libro no trata de juzgar a nadie sino contar el recorrido de esa generación.

Da la sensación de que, durante décadas, esa cultura andaluza nacida en los márgenes haya estado oculta.

Creo que es un problema que cuando se escribe de lo local se tiende a venderlo todo como especial y lo mejor que ha ocurrido. Eso resta universalidad e interés. Eso ocurre en España. Hay una tendencia a la mitificación de personajes locales, que dificulta que llegue al gran público. Además, esta mitificación evita tratar a las cosas como son. La no ficción en España no está muy desarrollada. Falta tradición, pero también falta de medios. En EEUU las editoriales y periódicos pagan muy bien por este tipo de reportajes, que requieren muchos medios y tiempo. La combinación de precariedad y falta de tradición explica por qué no se han contado algunas realidades. Ahora sin duda hay un revival. También había en ese tiempo quien lo hacía. Por ejemplo, María José Ragué.

¿Ahogó el despliegue socialista la libertad creativa de la escena contracultural andaluza? 

Sí, sin duda. Varios músicos me han dicho que pensaban que el PSOE se habían aprovechado de ellos, los habían utilizado como músicos y una vez ganadas las elecciones, adiós. Es paradójico que cuando entra el PSOE, este movimiento entra en declive. Pero estas cosas son multicausales. La llegada del PSOE al poder coincide con muchas otras cosas. El libro trata en de aquellos que no se institucionalizaron en un momento de institucionalización: empieza con Smash y personas que en los 70 iban a su bola, y de ahí emergen cosas que ya no estaban en los márgenes, como Triana. Ese rock andaluz ya está encauzado y son grupos populares.

Hay un momento clave: la Gira por Andalucía.

El libro va sobre la Gira Histórica, pero sobre todo quienes no llegaron a ir. La gira es interesante porque marca un antes y un después. Es el momento de mayor comunión entre músicos y políticos con un objetivo común, que es la vida rápida de acceso a la autonomía.

Muchos de quienes participaron no eran conscientes de la relevancia política de aquellos conciertos.

El caso más claro es Tabletom, que no tenían ni idea ni de dónde estaban. En otros casos sí sabían lo que hacían, pero tampoco les importaba demasiado. Estaban sobre todo porque les pagaban bien.

En los últimos años ha renacido esa sensibilidad andalucista, evidentemente con las formas de este tiempo. Hay una escena cultural que reivindica valores, estéticas y discursos netamente andaluces. ¿Dónde está la clave de este resurgimiento?

Es un movimiento interesante, que se cuenta por ejemplo en La generación del mollete (Jesús Jurado, Lengua de Trapo, 2022). A mí me gustaría saber si este fenómeno musical y hasta cierto punto ensayístico tiene un reflejo real en la población. Con datos. Sospecho que sí, pero creo que es limitado a un tipo de joven precario, y que es difícil separar el tema identitario del económico. Muchos se ven obligados a irse a otros sitios, y querrían estar en sus ciudades. Creo que no vivir donde uno quiere debe afectar. Que haya tanta gente en posiciones de precariedad puede que tenga que ver con este resurgir, que combina en el andalucismo temas culturales con temas económicos. Es imposible entender el andalucismo sin tener en cuenta que las condiciones económicas y materiales han sido peores en los últimos 150 años que en otras partes de España y que ha habido una masiva emigración.

¿En qué punto crees que estamos ahora?

Creo que en España y en Andalucía existe un fenómeno de triple identidad: la mayor parte de las personas se sienten de la comunidad autónoma, de su país y de Europa. No son excluyentes. Mi libro va sobre todo de Sevilla, pero si hablas con gente de otras provincias hay sentimiento de que en Madrid hay mucho, pero en Sevilla también. Creo que en Málaga hay razones para pensar que se podían haber llevado algunas cosas más, o Granada o Almería.

El andalucismo es un vector que tiene teóricamente al menos la potencia para movilizar votos. Sin embargo, el PA desapareció, y el PSOE fue capaz de triturar el andalucismo y devolverlo bien empaquetado a los votantes para construir su hegemonía.

No sé hasta qué punto el resurgir del andalucismo se puede traducir en votos, porque todos los partidos lo utilizan. Me parece complicado como estrategia ganadora de votos. Cuando se ha hecho se ha reculado pronto. La izquierda tiene más que ganar hablando de temas económicos que identitarios, lo que no quita que haya que defender la oportunidad de los andaluces de hacer temas artísticos desde Andalucía. Creo que el andalucismo puede ser atractivo en la medida que sea capaz de dar una narración al discurso de gente que no puede desarrollar su proyecto en su ciudad. Si se convierte en algo abstracto, creo que será más difícil, y puede acabar copiando el discurso nacionalista español en sentido contrario.

Ahora también el PP abraza el andalucismo. Un paso más en la evolución de esta sensibilidad política.

No sé hasta qué punto un andalucista anterior consideraría andalucista al actual PP. El PP en Andalucía no copia la estrategia del PP nacional, aunque Feijoo es muy diferente a Casado en esto, y lo que hacía es parecido a lo que hace Moreno. Pero con Feijoo y el PP el gallego en Galicia el gallego ha perdido mucha prominencia. Su galleguismo hay que ponerlo en duda viendo los datos. Y aquí en Andalucía habría que ver hasta qué punto el andalucismo es impostado o no. Como no tenemos una lengua, es distinto porque no hay algo que preservar. Yo esperaría un programa de apoyo de la gente joven y una política de retorno para quien quiera volver a Andalucía, porque la gente joven tiene menos oportunidades que gente de otras generaciones. En el caso de la cultura ya es tremendo. 

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