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Mohamed Najem, músico y profesor palestino: “Somos gente que tiene derecho a vivir, a hacer música”

Mohamed Najem, en Málaga | N.C.

Néstor Cenizo

Dice Mohamed Najem (Jerusalén, 1984) que frente a la ocupación israelí de Palestina sólo caben dos opciones: la apatía o resistir, y que la resistencia también significa saltar los muros con la imaginación y el arte. “La música puede liberar tu mente y tu alma, hacerte sentir que eres libre y viajas sin pasaportes o fronteras. Te hace sentir internacional y libre. Por eso yo elegí la música”, dice Najem, que regresó a su tierra para ayudar a los niños palestinos a resistir tocando el clarinete.

Mohamed Najem [no confundir con Muhammad Najem, el niño sirio que tuitea desde Guta] es clarinetista, profesor y uno de los fundadores de la Orquesta Nacional de Palestina, y este verano ha estado en Málaga para participar en la XVIII Velada musical en solidaridad con Palestina, organizada por la Asociación Al Quds. Najem, que hace un jazz con aroma oriental, explica que le influyó la música árabe que escuchó en su infancia y que luego añadió los estilos que conoció en Europa: “Para mí la música es como un mapa: cuando tocas dibujas el mapa de tus visitas y experiencias”.

En 2005, ganó una competición musical en Palestina y empezó a estudiar en el Conservatorio Superior Edward Said de Bethlehem, de donde salió con una beca para estudiar durante cinco años en el conservatorio superior de Angers (Francia). En 2011 regresó a Palestina, donde no había ningún profesor local de clarinete. Muchos profesores internacionales enseñan durante un par de años y luego regresan a sus países de origen. “Yo me sentía responsable de devolver lo que el conservatorio me había dado, compartir mi experiencia y ayudar a crear una sección de clarinete en Palestina”, dice hoy Najem, que durante tres años enseñó en Ramala, Belén y Nablus.

En esas ciudades, sometidas cada día a la violencia de la ocupación, Najem siente que su misión no es sólo enseñar a niños y niñas a tocar un instrumento. “No soy político, pero mi misión es decirles: ”Podéis estar orgullosos de lo que sois, del lugar al que pertenecéis y no olvidéis lo que somos: somos gente que tiene derecho a vivir, a experimentar, a hacer música, porque la música es parte de la identidad“”.

Como él, esos críos han crecido bajo la ocupación y la humillación en su propio territorio. “Creces bajo la primera Intifada, luego la segunda Intifada, y entre medias sólo miedo, miedo, no puedes hablar, no puedes expresarte. A través de la música, el mensaje es que cuando tocan nadie les puede juzgar ni les puede parar, nadie les puede meter en la cárcel”.

Además de “devolver” lo que había aprendido en Europa, Najem fundó la Orquesta Nacional de Palestina, con la idea de reunir a músicos palestinos de la diáspora una vez al año. “Hemos traído músicos de Estados Unidos o Chile que no habían venido nunca a Palestina, que no hablan árabe, y cuando vinieron quisieron visitar las casas de sus abuelos en Jerusalén. Yo los he visto llorar. Sus padres no les habían contado lo que sufrieron”. Proyectos como este contribuyen a recuperar un sentimiento de cierto orgullo nacional, dice Najem. “Aunque sepa que no es cierto, me gusta lo que dijo el director del conservatorio, porque es una esperanza: ”Hoy es una orquesta, mañana será nuestro espacio“.

Un legado esquilmado bajo la ocupación

La ocupación que sufre Palestina ha esquilmado también su patrimonio musical. Por ejemplo, el legado de las dos grandes estaciones de radio musical que había en 1948 ha acabado en una fonoteca de París. Se fueron los músicos, y se llevaron a Líbano o Jordania la atmósfera cultural palestina. “Gente culta, educada, artistas… Dejaron Palestina y afectó muy negativamente a nuestro legado cultural”. “A partir de los años 80, artistas como Sabreen o Kamilya Jubran recrearon la identidad palestina, porque había desaparecido y sólo quedaba el folclore”, cuenta Najem. Hoy, algunas asociaciones e individuos están intentando recopilar y ordenar ese legado. “Pero se necesita presupuesto y nadie está dispuesto a ponerlo”.

Mohamed Najem vive de nuevo en Francia, pero regresa con frecuencia a Palestina. Dice que le ocurre como al pájaro que sólo descubre que ha estado enjaulado cuando tiene la oportunidad de vivir fuera de la jaula. “Cuando vuelvo, veo gente adaptándose a la vida con esos límites”, explica. “El momento más duro fue hace dos años, cuando se reavivó el conflicto y dispararon hasta a los niños. Para mí fue un shock: no puedes disparar a un niño, no puedes matar a un niño aunque tenga un cuchillo”.

Cuando se le pregunta por los boicots a músicos israelíes, Najem no duda. “Yo boicoteo a los músicos israelíes”, afirma rotundo. “No puedo tocar con un israelí, por una razón: cuando toco con alguien, compartimos cosas a nivel humano. Yo estoy en contra de los asesinatos y de hacer daño a los demás, y no puedo tocar con alguien que no lo esté”, explica.

“Todos los israelíes, sin excepción, sirven en el ejército a los 18, y se les lava el cerebro. En los checkpoints tienen un arma, y el porcentaje que puede matar, disparar a alguien, o humillar a alguien es alto”, razona, antes de preguntarse: “¿Cómo puedo tocar con alguien que está preparado para matar y para ser reclutado de nuevo si le llaman, y matar? ¿Podría tocar con alguien del ISIS?”. “Un músico israelí puede ser cool, tocar bien, y ser un buen músico. Conozco muchos, pero ¿sirvió en el ejército? Entonces yo no puedo tocar con él”.

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